Félix Aguado trabaja como encargado en el polideportivo de Valdebernado, en el madrileño distrito de Vicálvaro. Por allí pasan a diario más de dos mil personas, las suficientes como para que un día alguna de ellas, sin previo aviso, sufra una parada cardiorespiratoria y requiera la presencia de un desfibrilador.
Félix, que tiene antecedentes como socorrista, nunca había practicado los primeros auxilios hasta que el pasado nueve de abril, un aviso encendió todas las alarmas. "Inmediatamente reaccionamos y fuimos para allá. Estaba en parada cardoirrespiratoria", comenta Aguado. "La acción fundamental es el desfibrilador. Funciona prácticamente solo. Necesita que alguien lo lleve, que lo evalúe, pero es imposible hacer algo mal con él, en el sentido de que no puedes causar ningún mal y se puede causar mucho bien. Te va guiando en la forma de utilizarlo", asegura el trabajador.
Mariano Sastre, de 72 años, estaba disfrutando de un rutinario partido de tenis cuando sufrió un desvanecimento: había entrado en parada cardiorespiratoria. Félix aplacó los nervios y no dejó que pasara ni un minuto antes de actuar. Cogió el desfibrilador, ese aparato que habían instalado en el polideportivo pero que nunca habían utilizado y se dirigió rápidamente a la pista. Siguió las instrucciones y el aparato se activó automáticamente al reconocer que el paciente necesitaba una descarga.
Poco después llegó el Samur, quienes estabilizaron a Mariano y felicitaron a Félix, que se había convertido en su ángel de la guarda.
"Cuando empiezas a ver que recupera la respiración y que recupera el latido, impresiona. Ese día fue una montaña rusa emocional, pasé de que se me saltaran las lágrimas a estar subiéndome por las paredes. Fue un día muy especial", recuerda Félix. La vida había dado otra oportunidad a Mariano y esa tarde en Valdebernardo todos fueron realmente conscientes de la importancia de un desfibrilador.