"¡Gritad por mí, Sarajevo!", siempre lo grita en sus conciertos, pero aquella noche de 1994, en Sarajevo, el grito de Bruce Dickinson significó muchísimo más: esperanza, ilusión, vida.
Solo a él, en plena guerra, se le ocurrió dar un concierto en la capital de Bosnia. "Os llevaremos en helicóptero, daréis el concierto y os sacaremos de allí", Bruce Dickinson recuerda que iba a ser así. Sin embargo, no fue tan fácil.
Al llegar a Croacia les dijeron que no les podían llevar por aire. Pero Dickinson siguió adelante. Encontró a un grupo que se dedicaba al transporte de mercancías en tiempos de guerra y así empezaron un viaje por un país desierto, sumido en un silencio que sólo las bombas y los disparos interrumpían. La gente iba de un lado para otro huyendo de algo que no podían ver.
"Nunca había visto un nivel de devastación tan grande en una ciudad moderna", recuerda Dickinson.
Visitaron un orfanato y entonces fue cuando la barbarie de la guerra les golpeó de lleno. "Son niños, qué mierda", lamenta Dickinson.
Llegó la hora del concierto y todavía recuerdan la energía que se desprendió. "Pensábamos que si tocábamos para siempre dejarían de caer las bombas. No pueden matar a Bruce Dickinson", explica Alex Elena, batería.
La gente fue a verlo de forma clandestina, no se podía correr la voz porque serían un blanco fácil. Ahora, 21 años después no pueden reprimir las lágrimas. Fue la única chispa de luz que les hizo gritar para seguir adelante.
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