Lleva taconeando encima del tablao desde los ocho años. Con ese duende flamenco en cada palmá. Empezó a bailar en Chiclana, su pueblo natal. Creció junto a Sara Baras y Antonio Canales y ahora dirige su propia compañía. Pero pese a ello, Manuel Ramírez reconoce que en España es difícil mantenerse 100% de la danza: "Yo vivo a medias. vivo de la danza pero a veces tengo que hacer otros trabajos porque es muy complicado".
El ministro de Cultura anunció hace 15 días una solución a las contrataciones de los bailarines de la Compañía Nacional de Danza, que veían cómo sus contratos terminaban pasados tres años: "Se permitirá adaptar la duración de los contratos a la duración del proyecto artístico al que estén vinculados", aseguró Íñigo Méndez de Vigo.
Pero son muchas las voces que piden que estas mejoras se extiendan a todo el sector. Y eso requiere: "Políticas estables y dejar que los proyectos crezcan, no que cada vez que haya un cambio político, la política cultural cambie y la gente se eche a temblar por si esto se va a paralizar", señala Laura Kumin, directora del Certamen Coreográfico de Madrid.
Manuel, que estrena su último espectáculo, subraya que es esa inestabilidad la que le lleva a plantearse marcharse fuera: "Un mes puedes tener mucho trabajo y otro puede que no, me estoy planteando irme fuera de España porque en el extranjero valoran mucho más la danza".
Francia es la opción más valorada por los bailarines por su "sistema de intermitencia", que compensa con una prestación a los intérpretes cuando estos se quedan en paro al terminar una producción. "Justificas un número de horas y puedes recibir dinero mientras estás generando estas cosas", destaca Verónica Garzón, intérprete, coreógrafa y docente de danza contemporánea.
Por eso es necesario, dicen, darle a esta disciplina el valor y lugar que merece.
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