Existe una norma no escrita sobre la Guerra Civil española: remover el pasado puede ser doloroso. Vecinos enfrentados en la trinchera, familias asesinándose entre sí.
Lo saben bien en un pequeño pueblo al noreste de Madrid. Mejorada del Campo era una localidad de izquierdas, de apenas 1.200 habitantes, en la que solo se produjo una ejecución. Tomás Martínez Negro fue asesinado vilmente por sus vecinos. No se le encontró pertenencia alguna al bando nacional. No era del pueblo, era sacristán y profesor de música y ayudaba a los hijos de los labradores ofreciéndoles leche con galletas y clases de lectoescritura en su casa.
En 2018, el periodista Antonio Pampliega recibe un mail con el sumario real del caso. Cuatro de sus verdugos fueron ejecutados y El quinto nombre aparecía como huido. Se llamaba Eladio Pampliega y, claro, llevaba su mismo apellido. Aquí comienza una investigación que dura tres años y remueve los secretos familiares guardados bajo llave.
"Nunca se me había pasado por la cabeza escribir sobre la Guerra Civil española"
El periodista reconoce al comienzo del libro que esta ha sido la guerra sobre la que más le ha costado escribir. "Nunca se me había pasado por la cabeza escribir sobre la Guerra Civil española", asegura. Ha relatado los horrores de Afganistán o su propio sufrimiento al haber sidosecuestrado durante diez meses por Al Qaeda en Siria, pero subtitula este trabajo como 'El viaje a un pasado incómodo'. Ese silencio que ha hecho que el asesinato que presenció su pueblo caiga en el olvido.
"Todas las guerras se libran dos veces. La primera, en las trincheras del campo de batalla, y la segunda, en los recuerdos", cuenta en uno de los escenarios claves de la contienda. Para el complejo ejercicio de acceder a los recuerdos colectivos de la guerra nos lleva a las cuevas donde los vecinos se refugiaban de los ataques aéreos alemanes, también numerosas personas que huían del asedio en la capital. Están en los bajos del Hostal Goyma, construido en 2005, que guarda en sus entrañas esta huella viva del pasado.
"Todas las guerras se libran dos veces: la primera, en las trincheras del campo de batalla; la segunda, en los recuerdos"
Era una antigua bodega, y sobre el suelo de tierra tiraban colchones y las pocas pertenencias que tenían para guarecerse durante varios días. Llamaba la atención que en los pocos bombardeos que hubo cercanos al frente del agua algunos menores se escapaban corriendo al exterior: "Su objetivo era coger los trozos de metralla y calentarse las manos del frío que hacía porque ni siquiera tenían leña o carbón", relata. Y podemos hacernos una idea de la necesidad que imperaba.
El viaje a un pasado incómodo
Las cuevas se convierten en la metáfora perfecta de transitar hacia el pasado familiar y colectivo del pueblo. Una geografía dividida en frentes y trincheras de las que quedan testimonios que atestiguan que, por ejemplo, una noche se oyó en línea enemiga una jota aragonesa. Uno de los soldados del pueblo contestó cantando otra jota y dijo: "Esta noche no abramos fuego, es mi hermano que se cruza con nosotros".
"Los recuerdos de una trinchera en primera persona son bastante duros"
Es una oscura espeleología hacia capas soterradas y dolorosas de los antepasados. Y Antonio Pampliega sabe bien a qué se refiere con esas heridas que dejan las guerras y que difícilmente cicatrizan: "Los recuerdos de una trinchera, si lo has vivido en primera persona, son bastante duros: Te lo digo porque yo, por desgracia, he estado en bastantes guerras y los fantasmas de las guerras están siempre en tu cama hablándote por la noche", confiesa.
Llegó hasta las cuevas gracias a su padre. Él ha sido la llave con la que ha abierto todas las puertas hasta llegar a esa verdad que quería publicar. Un ejercicio de memoria para reivindicar a ese sacristán ejecutado, que "ni siquiera tiene una calle con su nombre en el pueblo", apunta Pampliega. "La tuvo, pero con la transición la paradoja es que pasó a llamarse Calle Democracia", explica con cierto estupor.
Muerte en la iglesia
La segunda parada de este incómodo viaje al pasado nos lleva a la iglesia del pueblo. En los primeros meses de guerra fue vandalizada. Hicieron una pira con los bancos y hasta destruyeron la Virgen de las Angustias, un icono de la localidad, de la que solo quedaron los ojos que habían presenciado la barbarie.
"El mal triunfa porque los hombres buenos no hacen nada"
En ese templo reconvertido en cárcel retuvieron y torturaron al sacristán y lo asesinaron más tarde a las afueras. "El mal triunfa porque los hombres buenos no hacen nada", afirma con contundencia el periodista. Salvaron al cura del pueblo y a un falangista, pero no al sacristán. "A mí me da rabia que el pueblo supiese lo que había pasado y que nadie hubiera tenido el valor suficiente de rendir homenaje a Tomás. Todo el pueblo sabía lo que aquí había pasado y durante 80 años se han callado".
Y romper ese pacto no escrito de silencio reconoce que le ha costado. Ha contado con la ayuda de su padre, ambos han hecho decenas de entrevistas, han recopilado los testimonios de aquellos niños que se cobijaban en las cuevas y de los descendientes del sacristán. Pero con una incógnita muy presente: ¿Quién era Eladio Pampliega? ¿Qué relación guardaba con la familia?
La verdad sobre Eladio Pampliega
Las respuestas descansan en el cementerio municipal. Una de las primeras lápidas con las que nos encontramos es la de Justo y Victoriano Basanta, ejecutados el 28 de abril de 1939 por el asesinato del sacristán. A pocos metros de ahí están los abuelos del periodista. "Yo descubrí quién fue mi abuelo escribiendo el libro", porque reconoce que ni siquiera sabía que había combatido en la guerra.
"Al final en este pueblo todos eran familia. Eladio, que es el quinto nombre, era primo de mis abuelos"
Y en este punto resuelve el enigma que le ha acompañado en la investigación, la relación entre el huido, Eladio Pampliega, y su abuelo, Gregorio Pampliega: "Los dos Pampliega no dejan de ser primos", desvela el autor. "Al final, en este pueblo todos eran familia. Eladio, que es el quinto nombre, era primo de mis abuelos".
Cuenta emocionado que su padre fue una pieza clave en la investigación porque su abuelo le había contado las historias que vivió en la guerra, entre ellas la ejecución del sacristán, en su cama cuando estaba a punto de morir. Antonio Pampliega tenía 17 años cuando su abuelo falleció, y reconoce que tampoco tenía una relación cercana con su propio padre.
"¿Por qué cuando hablas del secuestro nunca me mencionas? Y yo le decía: Papá, porque tú no estabas en mi vida'"
A tal punto, que cuenta que su padre llegó a reprocharle no aparecer en el libro con sus memorias del secuestro de Al Qaeda ni en las entrevistas posteriores: "Mi padre me decía: ¿por qué cuando hablas del secuestro nunca me mencionas? Y yo le decía: papá, porque tú no estabas en mi vida".
Pero este libro es un punto de inflexión y una oportunidad no solo para ahondar en sus raíces familiares sino también en la relación con su padre: "Necesitábamos este libro para reparar muchas heridas que teníamos abiertas durante casi 40 años. No solamente ver el pasado de la Guerra Civil, sino ver el pasado más cercano. Hablar lo sana todo y es el mejor ejemplo el libro", reflexiona orgulloso.
"El problema de la Guerra Civil es que sigue dando votos, para unos y para otros. Cuando deje de dar votos empezará la reconciliación"
En este ejercicio de memoria personal y colectiva sobrevuela luna pregunta: ¿Habremos aprendido algo de los horrores que vivieron nuestros antepasados casi 90 años atrás o estamos condenados a repetir la historia? Con un Congreso dividido casi a la mitad y con la extrema derecha ocupando 33 asientos. "Miras el arco parlamentario, los partidos y sus discursos, y te da miedo y dices: ¿cómo es posible que no hayamos aprendido? El problema de la Guerra Civil es que sigue dando votos, para unos y para otros. En el momento en que deje de dar votos es cuando empezaremos la reconciliación", asegura Pampliega.
Su libro es una excelente hoja de ruta para abordar esa reconciliación con nuestro pasado, un ejercicio de justicia para construir una memoria fiel a la verdad, por incómoda que sea.