A la profesora Luz Gabás le cambiaron la vida sus 'Palmeras en la nieve' (Temas de hoy, 2012). Aquella historia acabó convertida en la película española más taquillera de 2015, lo que, por aquello de la pescadilla que se muerde la cola, incrementó su éxito literario.
Pues resulta que lejos del vértigo que puede dar haber debutado con tal éxito, Luz Gabás nunca lo ha visto como una carga, sino "como una liberación" que le dio la tranquilidad de saber que ahora podría seguir escribiendo. Sin 'Palmeras en la nieve', dice "no podría haber sacado otras tres historias de dentro de mí". y esas historias que siempre había tenido guardadas en un rincón de su mente.
Publica ahora su cuarta novela, 'El latido de la tierra', una historia ambientada en un entorno rural en la que sus personajes, sobre todo Alira, su protagonista, tiene que enfrentarse tanto a los secretos que la rodean como a esa "carga heredada", como la llama Gabás, "que todos llevamos dentro". En el caso de nuestra protagonista su carga heredada es una mansión, la de otros, "un exceso de responsabilidad en la forma en la que te han educado".
Hay secretos en esta novela, algunos pequeños, de esos que se guardan las parejas durante tanto tiempo que acaban por resquebrajar lo que parecía una relación ideal y que nos enseña que nada es perfecto aunque lo parezca.
La generación maldita
Quien rompe ese silencio es una mujer reclamando su sexualidad. Una de esas mujeres de las que llamamos "de hoy en día" que pertenecen a lo que, en un momento de 'El latido de la tierra' (Planeta, 2019), Luz Gabás se refiere como "generación maldita". Maldita, dice la autora, porque "no han sufrido grandes dramas". Son aquellos jóvenes nacidos en los setenta que han alcanzado la madurez sin haber padecido una guerra o un conflicto político o social que truncara sus carreras. Esos ahora adultos que consiguieron vivir sin problemas, mucho mejor de lo que vivieron sus padres al amparo del Estado del Bienestar y que precisamente por ello, por haberlo tenido todo a su favor, casi "carentes de ética", dice Gabás, "por no tener que haber luchado por nada", parece que siempre tengan que estar pidiendo disculpas.
"Quien forme parte de esta generación o tenga un mínimo de cultura popular, reconocerá las canciones de las que se hablan y que dan título a cada capítulo de la novela"
Quien forme parte de esta generación o tenga un mínimo de cultura popular, reconocerá las canciones de las que se hablan y que dan título a cada capítulo de la novela ('The pretender' de Foo Fighters, 'The end' de The Doors y otras de Deep Purple, de Pearl Jam, de Dover, de Janis Joplin y de Harry Styles forman parte de un índice que también podrán transformar en una buena banda sonora que escuchar mientras se lee), también las historias que marcan su infancia como 'Esther y su mundo', 'El capitán Trueno', el programa 'Aplauso' y 'Vacaciones en el mar'. También se sentirán identificados con esa pérdida de la ilusión que marca a sus personajes y que se ejemplifica en la muerte de sus ídolos de juventud, como David Bowie y George Michael porque, como se dan cuenta Alira y sus amigas, "duelen a un nivel más íntimo porque, al representar su juventud, las hacían ser conscientes de su mortalidad". Y por eso es a esa generación a la que Luz Gabás recomienda esta novela, porque a pesar de que "pasan cosas trágicas, lo que queda al final es una inyección de vitalidad".
El éxodo rural
Como algunos personajes de esta novela y como tantos millones de jóvenes, Luz Gabás dejó su pueblo natal pera irse a la gran ciudad a estudiar. Acabó en California y un tiempo después decidió que su lugar en el mundo estaba en Benasque, en el corazón de los Pirineos, un entorno que marca inevitablemente el decorado de 'El latido de la tierra'. Ella misma cuenta que ni su familia daba un duro porque se quedara allí más de unos meses, pero ya han pasado años, cuatro novelas y de momento Luz Gabás no tiene intención de marcharse. Dice que gracias a Internet no necesita vivir en una gran ciudad para desarrollar su carrera y además cuenta con la compañía perfecta que la apoyó en esta aventura.
"Yo vivo en un pueblo y cuando voy a la ciudad me encanta ir de compras, montar en taxi y comer en restaurantes, porque no es lo que hago siempre y asocio a la ciudad"
No le gusta hablar de "la España vaciada", ese término tan de moda estos días entre quienes parecen haber descubierto ahora que los pueblos se estaban quedando sin gente. Quienes vienen de allí saben que el fenómeno no es nuevo. Ella prefiere hablar de "la España de la oportunidad rural", porque como decía antes, con una buena conexión a Internet sí hay muchos trabajos que pueden hacerse en los pueblos y si se ampliaran los servicios serían más los jóvenes que tomarían la decisión de repoblar las zonas rurales.
Le pregunto si a veces los urbanitas pecamos de idealizar el campo, de verlo como el lugar feliz de nuestros veranos de infancia o la vida contemplativa. "No pasa nada", se ríe, "yo vivo en un pueblo y cuando voy a la ciudad me encanta ir de compras, montar en taxi y comer en restaurantes, porque no es lo que hago siempre y asocio a la ciudad". Será por eso que para los madrileños Madrid es un lugar ideal para ir de vacaciones, pero no tanto para vivir. "¿Ves? Al final todos idealizamos los lugares donde no vivimos", zanja ella.