"Ya han ganado la guerra, qué más quieren". Esta inocente pregunta que se hace uno de los personajes de El niño que perdió la guerra, pronunciada en la ficción en 1939, leída hoy despierta el mayor de los sobrecogimientos.

"Los dictadores no se contentan con ganar, tienen que aplastar cualquier disidencia"

"Qué más quieren". Tanto en tan poco. Con el fin de la Guerra Civil española llegó algo mucho peor: la represión franquista. "En todas las dictaduras pasa lo mismo", dice la periodista y escritora Julia Navarro. "Ganan mediante un golpe de Estado o una guerra y no se contentan con eso, sino que hay que aplastar cualquier disidencia".

Dos mujeres bajo la represión

Su nueva novela, nacida al calor de las últimas noticias que llegan del mundo, del auge de los discursos populistas y de odio que criminalizan la inmigración, cuenta la historia de dos mujeres que compartirán la maternidad de un pequeño. Una lo hará desde la España de posguerra y otra desde la Unión Soviética de Stalin.

Ese niño es Pablo, el hijo de Clotilde y de Agustín. Será él, en contra del criterio de la madre, quien mandará al niño a Rusia, "la patria de los trabajadores", para asegurarle un futuro lejos del hambre y la represión.

Allí lo recibirá una amiga de la familia, Anya, una mujer de inquietudes artísticas que criará al niño como a ella le hubiera gustado que criaran a su hijo si se hubiera visto en una situación similar. "Las mujeres hemos sido siempre las grandes desconocidas", asegura Navarro. "Por tanto, el dolor y el sufrimiento de las mujeres ha estado muy apagado, los focos nunca han estado en nosotras".

Ambas protagonistas vivirán la represión de dos regímenes totalitarios ideológicamente opuestos, que tuvieron en común, entre otras cosas, la represión de las voces artísticas que consideraron inapropiadas. "En la Rusia soviética incluso los músicos estaban perseguidos. A los señores del Kremlin no les gustaba esa música que consideraban decadente", cuenta la autora.

"Al final, los pueblos son más inteligentes que los dictadores"

De hecho, en esta novela ha querido recuperar la historia de la poeta rusa Anna Ajmátova, prohibida por los de arriba, cuya memoria se mantuvo viva gracias al pueblo, que se aprendió sus escritos y los reprodujo clandestinamente. "Al final, los pueblos son más inteligentes que los dictadores".

Y es a esas personas como Ajmátova, a esa gente que se atrevió a decir 'no', a las que Julia Navarro dedica su libro. "A veces es muy difícil decir que no, y tampoco, pero tampoco podemos pedir a la gente que sean héroes".

La inmigración, un problema global

Como ya hizo en su anterior novela, De ninguna parte, la autora aborda de nuevo el tema de la inmigración en El niño que perdió la guerra. "Siempre ha habido personas que han tenido que dejar su casa, su país, su certeza huyendo de la miseria, de la violencia y de la guerra. Esa es la historia de la humanidad", sentencia Navarro ante los discursos populistas que buscan criminalizar a los migrantes.

"Me espeluzna la existencia de los CIES"

"Es verdad que la inmigración es un problema -continúa la escritora-, pero es un problema para los inmigrantes, que han tenido que dejar sus países, que han tenido que dejar sus familias, que han tenido que dejar sus casas, que han tenido que dejar todo su mundo. Para ellos es el principal problema".

La respuesta a este "problema global", según Julia Navarro, "la tiene que dar la Unión Europa, donde hay una hipocresía absolutamente insoportable", denuncia. Y "debe pasar por una acogida humanitaria, pensando en los derechos de esas personas a las que hay que tratar dignamente. A mí me espeluzna la existencia de los CIES", finaliza.