Slavenka Drakulić
Traductora: Isabel Núñez
Editorial: Libros del K. O.
Año de publicación original: 2003
"A Goran Jelisić le gustaba pescar". Nada diría que tras esta descripción se esconde uno de los criminales de guerra más repugnantemente despreciables que se sentaron ante el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY).
Le gustaba bailar con chicas y beber cerveza, cuentan de él, pero sobre todo adoraba pescar, muchas veces lo hacía en solitario en lugares escondidos que se guardaba en secreto porque amaba el ritual de preparar el sedal, sentarse a esperar a que un pez picara el anzuelo y llevárselo como trofeo.
A menudo compartía su pesca con sus vecinos. Era lo que a finales de los ochenta y principios de los noventa habrían llamado "un buen vecino", pero Goran Jelisić fue condenado a cuarenta años de prisión por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Él se hacía llamar "el Adolf Hitler serbio".
¿Qué lleva a un buen vecino a comportarse como un monstruo? ¿Qué lleva a una persona normal a convertirse en un ser atroz?
A este buen vecino le pusieron una pistola en la mano y le dieron poder en un campo de concentración. Cuentan quienes testificaron en su contra en La Haya que solo oír su voz les producía escalofríos. Que solía entrar en un barracón y señalaba con el dedo a un grupo de personas, tú, tú y tú, para que salieran, se tumbaran junto a una alcantarilla y allí, después de que suplicaran por su vida, les pegaba un par de tiros en la nuca. Luego mandaba limpiar la sangre.
Cuentan cómo, un día, a un hombre enorme le cortó una oreja y se la puso en las manos y le dio la pistola a sus compañeros de prisión para que fueran ellos quienes le mataran. Él suplicó que lo hicieran, pero ninguno quiso, entonces el bueno de Goran le hizo ponerse junto a la rejilla del suelo y lo ejecutó como al resto.
Viéndole regalarles un pez recién pescado habrían dicho de él que era un buen vecino. ¿Qué lleva a un hombre así a comportarse de esa manera? ¿Qué lleva a una persona normal a convertirse en un ser atroz? ¿Podrías ser tú el próximo monstruo de guerra? Eso es lo que se pregunta Slavenka Drakulić en No matarían ni a una mosca, un relato de los juicios que se celebraron en La Haya sobre los crímenes cometidos en las guerras yugoslavas.
Un monstruo llamado cualquiera
En la quietud del calabozo al que ha sido trasladado, los pensamientos son su única compañía. Sabe que está siendo observado y por eso, cuando la mosca se posa sobre su mano, Norman Bates decide no matarla, "que miren", piensa, "que miren y vean que no sería capaz de matar una mosca".
Todo esto ocurre a ojos del espectador, que escucha a la madre de Norman mientras le ve a él mirando a cámara y sonriendo al final de Psicosis, cerrando así de forma pavorosa uno de los mejores filmes de terror de la historia del cine. No son los crímenes cometidos, es la aparente bondad de quien los ha cometido lo que estremece en esta película. Y ese espíritu, reflejado en el título, es el que recoge este libro.
En los juicios de La Haya los crímenes de guerra dejaron de ser algo abstracto, los muertos cobraron vida
Intrigada por saber qué puede llevar a alguien a sentarse en el banquillo del Tribunal Penal Internacional, la periodista Slavenka Drakulić acudió en el año 2003 a La Haya para presenciar algunas de las sesiones que allí se celebraran en torno a las guerras balcánicas. No le interesaban los grandes nombres, no. Quería conocer las historias y los rostros de los hombres y mujeres normales que allí se juzgaron. Y la aparente normalidad de sus caras y de su aspecto es, precisamente, lo que más le llamó la atención del primer hombre al que vio al otro lado del cristal blindado donde testificaba.
Un juicio aburrido, llega a comentar, hasta que oye hablar de sangre en las paredes de una habitación de un campo de concentración. Sangre en las paredes. Cuenta la periodista cómo en ese momento cae en la cuenta de lo que allí está pasando, los crímenes de guerra dejan de ser algo abstracto, los muertos cobran vida, acostumbrada a ver los juicios en televisión y en películas, como un teatrillo de palabras y preguntas grandilocuentes, lo que se encuentra ante sus ojos es una escena terrorífica.
Ciento veinte prisioneros acribillados a balazos donde estaban encerrados, sin escapatoria ya desde el momento en que entraban, asesinados por pura diversión por un grupo de hombres carcomidos por el odio. Una repulsa hacia el que hasta hace unos pocos años era simplemente su vecino, el tendero, el panadero, el que les sujetaba la puerta para que entraran, el que les servía la cerveza. ¿Por qué tanto odio?
La guerra que nadie quiso ver
Se pregunta al principio del libro la autora cómo es posible que nadie viera la que se venía encima en Yugoslavia cuando resultaba bastante evidente que estaba a punto de saltar por los aires. Seguramente sea lo mismo que dentro de unas décadas se pregunten quienes miren nuestros días y no sean capaces de encontrarle una razón lógica apor qué no paramos la masacre de Palestina o a los "trumps" del mundo.
Drakulić habla del fin del comunismo y del auge de los nacionalismos y cómo estos avivaron el odio contra el diferente. "Los serbios se convirtieron en enemigos de los croatas, los bosnios musulmanes y los albaneses; los croatas, en un momento dado, entraron en guerra no solo contra los serbios, sino también contra los musulmanes; mientras que los enemigos de los macedonios eran albaneses", escribe.
Quizá el éxito de este libro, publicado originalmente en 2003 y reeditado ahora por Libros del K. O., es personificar los horrores de la guerra en personas normales capaces de hacer lo peor y contextualizar sus historias con las de la propia vida. Esa joven a la que violaron y vendieron a un mercenario de la que nunca más se supo tiene la edad de su hija. Ese hombre al que hoy se juzga nació en su mismo año.
Este libro vuelve a poner rostro y piel a los "monstruos" para combatir la deshumanización de la guerra
Enseñan en las facultades de Periodismo que en el devenir de la Guerra de Vietnam tuvo mucho que ver que los medios de comunicación se metieran hasta la cocina del conflicto y que los estadounidenses pudieran ser testigos, casi en directo, de los horrores de las bombas y las balas, lo que les movilizó para llenar las calles en contra de su gobierno.
Un "error" que no se repitió en la Guerra del Golfo, cuando en 1991 se televisó la operación Tormenta del Desierto, que para el ciudadano medio no se diferenciaba demasiado de cualquier videojuego de marcianitos verdes sobre fondo negro. La deshumanización de la guerra como cápsula con la que tragar la pastilla más gorda. De ahí que el brillante ejercicio de este libro, que vuelve a poner rostro y piel a los "monstruos" y a sus monstruosidades.
Y todo un acierto el de Libros del K. O. de traer ahora una historia que es imposible no leer estremecidos. Por lo que fue y por lo que cualquiera que esté pendiente de la actualidad sabe que podría volver a ser.
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