Ritama Muñoz-Rojas

Editorial: Reino de Cordelia

Año de publicación original: 2024

Por Álvaro Rivas

En los inciertos setenta, cuando se hablaba de la agonía del régimen franquista (porque el dictador estaba cerca de las ochenta castañas) y los partidos políticos moderados empezaban discretamente a mirar oficinas en Madrid, la represión mordía más fuerte que nunca, porque la fiera acorralada, ya saben.

Al franquismo ya no le aguantaban en Europa ni en la ONU neoyorquina y hasta el Papa Pablo VI lo demonizaba. La dictadura se moría sola y de vieja, sí, pero fingía no darse cuenta por si acaso colaba y su reacción más primitiva era castigar a la desesperada, furiosamente, a los movimientos que exigían una ruptura del sistema de una vez por todas.

Un libro puramente periodístico

De todo aquello no hace tanto tiempo. Quedan, por fortuna, muchas personas, muchos testimonios vivos y muchos de ellos (de los que ahora los definen frívolamente como boomers), aún dando guerra. Memoria de la Clandestinidad es un libro de entrevistas puramente periodístico: encabezamiento explicando quién, cómo, cuándo, dónde y por qué, titular de frase entrecomillada y desarrollo clásico de pregunta y respuesta.

Así de sencillo y eficaz lo trabaja la autora, Ritama Muñoz-Rojas. La periodista y abogada propone en sus páginas una visita a la sala de torturas de la DGS (Dirección General de Seguridad) madrileña (con su equivalente barcelonés, la temible comisaría de Via Laietana) o a los nauseabundos calabozos. Ese viaje te hace sentir el miedo del universitario subversivo.

Tan fascinante y terrible es la vuelta al dolor de aquella época como la que hace el libro a la doble vida de los entrevistados

Casi te duelen los porrazos de los torturadores en las plantas de los pies. O imaginas un par de disparos en el hígado. Solo hay que hacer las preguntas que surgen de la verdadera curiosidad, de la implicación, del querer saber más.

Tan fascinante y terrible es esa vuelta desquiciante al dolor de aquella época como la que hace el libro a la doble vida de los entrevistados, al hablar de sus padres o del ambiente que se vivía en las casas, aquella vida doméstica que obligaba a estos luchadores "a normalizar el miedo", como explica la autora. Casi se pueden oler los pucheros humeantes de aquellas madres mientras los hijos temblaban al pensar que la policía, cualquier noche, aporrearía la puerta de entrada. "Nena, nena, levántate, que está aquí la Policía".

Tener un padre nazi y ser del FRAP

Conocemos también la historia de un padre nazi, pero no de los nazis tarados de ahora, no, de un nazi de verdad, alemán, y su hijo del FRAP. O la de dos hermanos militantes de extrema izquierda, chico y chica, que acuden a una cita con un tercero y se encuentran allí por sorpresa.

El tercero, el jefe, además, ni siquiera sabe que son hermanos. Todo lo conocemos gracias a las preguntas de la autora. Podríamos decir, perdonen la ironía, que Muñoz-Rojas interroga mucho mejor que Billy el Niño. Además, instruye, ilustra y no jode al personal.

Ejecución, sangre y casquillos de bala

Memoria de la Clandestinidad incluye también testimonios de la abogada de los últimos ejecutados por el franquismo. Ella estaba presente en el momento de las muertes: "(…aún) no sé por qué hice aquello. En lugar de llorar, me puse a recoger los casquillos embadurnada en sangre", explica Magda Oranich. También hay relatos emocionantes de la lucha vecinal, de las primeras movilizaciones feministas y la de las revueltas obreras, de victimas de niños robados, y, yendo algo más lejos, de los maquis.

También hay relatos de la lucha vecinal, de las primeras movilizaciones feministas o de víctimas de niños robados

Veintitrés personas entrevistadas y que aportan documentación de sobra de aquella experiencia. Y una conclusión: Ningún represor, ningún culpable, que alguno sigue vivo, va a arrepentirse de aquello ni va a pagar su culpa. Para qué, si los tres poderes no mueven un dedo para investigar cada caso. La Ley de Amnistía del 77 se cruza por el medio y sirve como coartada legal para no abrir heridas. Como si estuvieran cerradas.

He leído por ahí que este libro deberían leerlo aquellos jóvenes que creen que lo de Franco, con la perspectiva del tiempo, no fue para tanto. Y que hizo pantanos (mejor no seguir por ahí). Me apunto a ese deseo, aunque con pesimismo, y añado que deberían leerlo también boomers con mala memoria o que no se enteraron a qué se dedicaba ese vecino que quemaba papeles en el patio una noche sí y otra también.

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