Autora: Adanía Shibli
Traductor: Salvador Peña Martín
Editorial: Hoja de Lata
Año de publicación original: 2016
Siempre es urgente hablar de Palestina, pero tras los atentados de Hamás y la posterior ofensiva israelí del pasado 8 de octubre es imprescindible. Es un conflicto complejo, con muchos actores y décadas de confrontación, pero la narración de Adanía Shibli lo hace accesible.
Un detalle menor hace referencia a una violación grupal y posterior asesinato llevado a cabo por el ejército israelí en el desierto del Néguev en 1948. Pero hay otro detalle menor que articula la historia, y es que el suceso ocurre justo 25 años antes del nacimiento de la narradora, una mujer de Ramallah que tras conocer el crimen decide investigar los hechos aunque le vaya la vida en ello.
Mirar al pasado para entender el presente
La novela se articula en dos partes, claramente diferenciadas. En la primera viajamos a ese pasado en el que el ejército israelí, un año después de la Nakba, intenta asentarse en las tierras recién conquistadas. Capturan a una joven a la que terminan matando. Es una narración nítida que nos acerca desde la distancia de la tercera persona a ese trágico acontecimiento y al contexto que se vivía.
"Nadie tiene más derecho a esta tierra que nosotros, dado que ellos la han descuidado durante largos siglos, permitiendo que se convirtiese en un desierto del que se han adueñado los beduinos y sus rebaños". Así refleja el relato la justificación israelí de la ocupación y de los crímenes que esta conlleva: "Como alguien dijo, empieza tú matando a quien tiene intención de matarte".
La narración del crimen es aséptica y a la vez contundente. Por momentos, el estupor puede sonar a esos ladridos incesantes del perro que acompañaba a la muchacha. Poco más, quedó ahí, enterrado en el desierto como un detalle menor. Este acto vil le sirve a la autora para describir con crudeza y frialdad cómo fueron los primeros años del conflicto entre Palestina e Israel.
En territorio hostil
En la segunda parte nos guían las emociones de esa narradora que quiere desentrañar todas las incógnitas del asesinato. No escatima en descripciones.
"Esa muerte violenta, que fue a la vez el colofón de una violación grupal, puede decirse que se limita a que tuvo lugar un cuarto de siglo antes, con exactitud, del día de mi nacimiento. (...) Como cuando alguien arranca de raíz un manojo de alguna hierba, creyendo que se ha librado de ella para siempre, pero resulta que la misma clase de hierba vuelve otra vez a brotar y en el mismo sitio, al cabo de veinticinco años".
Es muy interesante acompañarla, como esos nuevos brotes verdes, hasta el lugar del crimen para entender lo que puede sentir una mujer palestina adentrándose en territorio hostil. Desde la ayuda para lograr alquilar el coche, hasta los mapas con los que tiene que planificar su ruta por los territorios ocupados, todo es una odisea. "Tomo el mapa israelí para decidir qué camino seguir hacia mi siguiente destino. El mapa está tapando otros, entre ellos el que refleja cómo era Palestina hasta 1948".
La yincana por los check points nos da una clara idea de lo que supone transitar por los territorios cercanos a la franja. No ya ahora, sino desde hace décadas. Metralla, explosiones y soldados con rifles apuntando a los coches: así ha sido el paisaje perenne de este lugar: "Lo que estoy oyendo son proyectiles. La percepción del impacto me informa de cuál es la distancia a la que estoy del lugar donde están cayendo. Es bastante lejos, más allá del Muro. En Gaza, o tal vez en Ráfah. Las repetidas explosiones me producen un vago sentimiento de cercanía a Gaza, entremezclado con el anhelo de oír el bombardeo de cerca, de percibir las partículas de polvo de edificios demolidos".
Guerra de relatos
La angustia con la que transita por los diferentes puntos de acceso es contagiosa. También la necesidad de esconder su identidad palestina, porque podría poner en peligro su vida. "¿Cómo me llamo? Le doy el primer nombre no árabe que se me ocurre".
La prosa relata a la perfección las necesidades que se viven en la franja, por las que la protagonista aprovecha para darse una ducha en cuento puede. Una ducha que equivaldría a todas las que se da en una semana en su casa. Y aborda el intento constante, desde el relato israelí, de convertir el asesinato en un detalle menor, tratando de presentar a los árabes como bestias con tradiciones y costumbres salvajes que no merecen ni siquiera compasión.
Toda la parte final es una majestuosa combinación de taquicardias y contención. Adanía Shibli consigue dibujar con precisión cómo la investigadora se siente amenazada y cómo vive esa dicotomía de tener que esconderse por tener identidad palestina: "Espero sinceramente no haber sido causa de enojo al recordar la anécdota del soldado y el punto de control, o cuando, al hablar, dejo ver sin ambages que aquí vivimos bajo una ocupación".
El conflicto actual le ha costado a Shibli el premio que le había concedido la Feria del Libro de Fráncfort
Algunos pasajes, vistos con la perspectiva del tiempo, parecen premonitorios. Y es que aquel salvaje crimen que ocurrió en 1948 y su denuncia, le han costado a la autora, de alguna manera, la cancelación del premio que le habían concedido en la feria del libro más importante del mundo, la de Fráncfort. El premio literario LiBeraturpreis finalmente no se le entregó porque la asociación Litprom condenó los ataques de Hamás tildándolos de "bárbaros" y anunció que se posponía para buscar "un formato y un marco apropiados para el evento en un momento posterior".
Mil intelectuales, entre ellos varios premios Nobel, firmaron un manifiesto en protesta de la censura. Su obra y las circunstancias actuales en Palestina hacen que sea más necesario que nunca leerla.