Sarah Bakewell

Traducción: Joan Andreano Weyland

Editorial: Ariel

Año de publicación original: 2024

A finales del siglo XX, el intelectual francobúlgaro Tzvetan Todorov publicó Le Jardin imparfait. Inspirado por el humanista y moralista francés Michel de Montaigne, veía la vida humana como un jardín imperfecto, una imagen que, paradójicamente, simboliza a la perfección el espíritu del humanismo. Para Todorov, ser humanista es apostar por la capacidad del ser humano de actuar con bondad y amor.

Un cuarto de siglo después, cuesta entender dicha definición viendo a los retos que nos enfrentamos: conflictos como los de Ucrania y Venezuela, el cambio climático, y una población cada vez más dividida. Unas nuevas tecnologías que en lugar de unirnos potencian aún más nuestras diferencias. En otras palabras, parecemos estar empeñados en destrozar aquel jardín imperfecto con el que Todorov simboliza la "perfección" de un humanismo inexistente.

Lo que nos hace humanos

En Provocadores y paganos, la filósofa Sarah Bakewell aborda la ardua tarea de definir el humanismo a través de la vida de diversos pensadores. Desde el Renacimiento hasta la actualidad, Bakewell relata la historia de humanistas como Francesco Petrarca o Giovanni Boccaccio, quienes intentaron unir el pasado y el futuro, hasta pensadores modernos como Voltaire o Erasmus, quienes buscaron la razón y la moderación en tiempos de conflicto.

Bakewell sugiere que el humanismo se basa en el librepensamiento, la investigación y la esperanza

Bakewell resalta la importancia de la herencia cultural y la conexión entre todos nosotros, y sugiere que el humanismo se basa en el librepensamiento, la investigación y la esperanza. En una era amenazada por el transhumanismo y la inteligencia artificial, la autora nos recuerda la fragilidad y el valor intrínseco del ser humano, una filosofía que nos anima a aceptar nuestra imperfección y apostar por nosotros.

Tanto Bakewell como Todorov ven el humanismo de la misma manera. Un medio frágil que solo nos lleva a un destino igual de frágil, pero insisten en que es nuestra mejor opción.

Escribir con entusiasmo

La escritura de Sarah Bakewell destaca por ser placentera, cálida, cautivadora y clarificadora con las ideas complejas, aunque admite que humanismo es un concepto difícil de definir.

Lo reduce a unas pautas que se podrían resumir en nuestra libertad para pensar como individuos, en investigar el pasado para poder clarificar nuestro presente y en confiar en la bondad humana como antídoto a las restricciones que nos presenta la religión. Entiende el humanismo como una forma de centrarse en la existencia terrenal, buscando la felicidad y mitigando el sufrimiento, citando a Robert Ingersoll para ilustrar estos principios.

Su estilo muestra un afecto por la especie humana y la creencia en una solidaridad genuina, aunque esta moralidad puede parecer endeble frente al escepticismo que también celebra.

Muestra un afecto por la especie humana y la creencia en una solidaridad genuina

A pesar de su deseo de evitar una tesis general, es evidente que la autora querría que el humanismo fuera más sustancial. El humanismo no es sinónimo de liberalismo o pragmatismo filosófico, sino más bien un temperamento. Trata biografías de figuras como Hume, Voltaire, Thomas Paine y Zora Neale Hurston, destacando su escepticismo religioso y decencia subyacente. Sin embargo, a menudo pasa por alto sus defectos, como el antisemitismo de Voltaire o el racismo de Hume, enfocándose en sus virtudes.

Bakewell es ambigua al involucrarse en las guerras culturales actuales. En la era de la inteligencia artificial, el humanismo puede convertirse en una forma de disidencia, protegiendo las facultades de la mente independiente de la automatización. Así como los humanistas del pasado preservaron la vida intelectual de los teócratas, sus sucesores podrían protegerla de los tecnócratas actuales.