Carlos del Amor
Editorial: Espasa
Año de publicación original: 2025
Suena de fondo Velaske, yo soi guapa?, aquella viralísima canción de 2017. No ha sido ninguna coincidencia sideral. Lo he hecho a propósito. Puede que sea para meterme en harina mientras leo Una dama desconocida porque hay algo en el arte que nunca es lo que aparenta. El estribillo de esa canción, tan absurdo como liberador, se convierte en el grito de una infanta que se niega a encajar en el molde de lo esperado. Es un manifiesto de rebeldía en medio del Siglo de Oro.
Al igual que esta canción nos hace cuestionar la belleza impuesta y la rígida tradición, Carlos del Amor nos invita a descolgar el marco del pasado para redescubrir, con un poquito de humor y bastante atrevimiento, los secretos ocultos tras un (posible) retrato inédito de Velázquez.
El correo que lo inicia todo
La novela arranca con una premisa insólita y tentadora: un correo electrónico llega de la nada y le anuncia al periodista que un Velázquez reposa en manos de un coleccionista privado en forma de un retrato enigmático de una mujer que, hasta ese momento, había pasado inadvertida.
Esa noticia es el detonante de una obsesión casi quijotesca, una cacería del misterio artístico que no se conforma con lo superficial. Carlos del Amor, con la misma irreverencia con la que un trapero suelta sus rimas, se sumerge en el universo del arte barroco para reinventar una historia que parecía dormida en el olvido.
Aquí viene lo más jugoso: según Carlos del Amor, la respuesta está tan envuelta en el mito como en la imaginación. Sugiere que la enigmática dama podría ser nada menos que la primera musa de un joven Velázquez. Así, mientras se imagina al pintor en sus primeros años, aprendiz en el taller sevillano de Pacheco, se le ocurre que este genio de la pintura pudo haber sucumbido a un amor prohibido y arrebatador: la hija de su maestro.
Carlos del Amor no se limita a reconstruir un episodio histórico; se adentra en el terreno del ensayo, el periodismo cultural y una ficción casi irreverente
Esa niña, que de manera casi furtiva dejó su impronta en el corazón del futuro maestro, se convierte en el eje sobre el que gira toda la investigación. Es una hipótesis tan audaz como sugerente, en la que la figura de la musa se reconfigura: no es la fría imagen de un retrato protocolario, sino el reflejo de un amor juvenil, un deseo inconfesable y, sobre todo, una rebelión contra los cánones de belleza y el deber impuesto.
Esa visión no es fruto de la mera fantasía, sino de un juego mental que del Amor ha armado para que el lector se convierta en cómplice de su investigación. En Una dama desconocida cada página es un guiño a la tradición, pero a la vez una bofetada al canon establecido. El autor nos conduce por museos polvorientos, archivos olvidados y laboratorios de restauración con ganas de reírse de la pomposidad de la historia oficial.
Es una travesía que recuerda a esas tertulias de bar, donde entre una copa y otra se discuten teorías conspirativas sobre el verdadero significado de las obras maestras. Aquí, el retrato de la enigmática dama se convierte en la llave maestra que abre una puerta a un Siglo de Oro reinventado, donde la belleza, la pasión y el misterio se funden en una mezcla inesperada.
¿Quién es esa mujer?
El libro logra, desde el inicio, poner en tela de juicio lo que consideramos "sagrado" en la historia del arte. La obsesión por descifrar la identidad de esa dama desconocida se convierte en un pretexto para explorar no solo la técnica y el contexto de Velázquez, sino también las propias paradojas de la belleza y el poder.
¿Qué se esconde tras un retrato que, a pesar de su aparente inmutabilidad, revela a un personaje lleno de contradicciones? La respuesta, en palabras del propio autor, se halla en la tensión entre lo visible y lo oculto, entre el deber de recordar y el placer de imaginar.
La búsqueda del retrato perdido se convierte en un viaje de autodescubrimiento
Podríamos destacar que la mezcla de géneros es uno de los puntos fuertes de la novela. Carlos del Amor no se limita a reconstruir un episodio histórico; se adentra en el terreno del ensayo, el periodismo cultural y, por qué no, de una ficción casi irreverente. Es un híbrido literario que se niega a encasillarse, al igual que la canción Velaske, yo soi guapa? que, con su lenguaje trapero y su ritmo contagioso, se burlaba de los cánones establecidos y se erigía en himno de la autoafirmación. Esa misma intención se respira en cada línea del libro, donde los datos y las hipótesis se presentan con la ligereza de quien se atreve a romper moldes.
Y es que, al final, Una dama desconocida celebra el acto de reinventar la historia. Es la respuesta de un autor que se niega a aceptar las narrativas preestablecidas y que nos invita a ver el arte desde una perspectiva más bien disruptiva. La búsqueda del retrato perdido se convierte en un viaje de autodescubrimiento, donde el lector no solo aprende sobre Velázquez y el Siglo de Oro, sino que también se enfrenta a sus propias ideas sobre la belleza, el poder y la memoria.
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