Luciano Wernicke
Editorial: Altamarea
Año de publicación original: 2023
Fue el barón Pierre de Coubertin el que impulsó la decisión de recuperar los Juegos Olímpicos de la Grecia Clásica, donde los mejores deportistas se reunían para ver quién era el más rápido, el más fuerte o el que saltaba más alto. Su idea fue unir a los pueblos de finales del siglo XIX a través de una competición deportiva que fomentara valores de compañerismo y solidaridad.
Los primeros Juegos Olímpicos fueron casi ferias ambulantes. Es más, muchos se hicieron coincidir con las Ferias Internacionales, como la de París en 1900 o la de San Louis en 1904. El carácter amateur que quiso imprimir el barón de Coubertin y los integrantes del primer Comité Olímpico Internacional ayudó a esa percepción. Carteros que ganaban maratones, pastores, policías, labradores saboreando los nuevos laureles del triunfo le dieron a los Juegos un matiz místico.
El amateurismo de los JJ. OO. reducía la capacidad de éxito a las clases altas
Pero pronto se vio que ese amateurismo lo que hacía era reducir la capacidad de éxito a las clases altas, que sin necesidad de ganarse el pan, podían dedicarse a entrenar en sus disciplinas a tiempo completo. Príncipes, aristócratas, hijos de empresarios millonarios... los juegos están llenos de triunfos de los ricos.
Décadas después, este amateurismo le sirvió a los países de Europa del Este para hinchar sus medalleros. Inscritos como policías o militares la Unión Soviética y sus estados aliados entrenaron deportistas de manera profesional para arrasar después en los juegos, a mayor gloria de su historia. Fue en los años 90 cuando la profesionalización y las becas acabaron con estos desajustes e injusticias.
Aunque con lo que nadie pudo acabar fue con el dopaje. Esa lacra que sigue afectando al deporte profesional y cuyos controles se han tratado de saltar de los modos más extraños. Aunque la medalla de oro en esto la tiene el lanzador de disco húngaro Robert Fazekas, que tras ganar el oro en Atenas 2004 fue cazado con dos penes en el control antidoping. Uno real y otro de goma con orina limpia.
El poder de los Juegos
Según avanzó el siglo XX los Juegos Olímpicos demostraron que, más allá de los valores deportivos, ofrecían otra cara muy importante para algunos países: la del poder político. Los primeros en verlo fueron los nazis. En 1936, los juegos se celebraron en una Berlín adornada en cada esquina con una esvástica.
Pocos conocen que algunos de los símbolos que crearon las mentes propagandísticas nazis para mayor gloria de su poder en aquellos juegos fueron adoptados por el olimpismo y todavía hoy las celebramos cada cuatro años. Carl Diem, el Secretario General del Comité Organizador, y uno de los cerebros del marketing deportivo más interesantes de todo el siglo, tuvo la mejor idea.
La ceremonia de la antorcha olímpica fue un invento nazi que todavía hoy se celebra
Inspirado por el mito de Prometeo, que fue capaz de robarle el fuego a los dioses, imaginó una ceremonia en Grecia donde se encendía una antorcha que recorrería el mundo hasta llegar al estadio olímpico el día de la inauguración. Su idea tuvo tal éxito que el encendido del pebetero sigue siendo uno de los momentos clave en todos los Juegos Olímpicos disputados desde ese momento.
Pero no fueron solo los nazis y Berlin '36. Después de la Segunda Guerra Mundial, se sucedieron los bloqueos y los boicots de diferentes naciones por motivos políticos. Desde las sanciones a Sudáfrica por el apartheid, a las protestas contra los diferentes bloques a los lados del telón de acero.
Un sinfín de anécdotas
El periodista argentino Luciano Wernicke repasa en Historias insólitas de los Juegos Olímpicos estos 128 años de competiciones, deportistas, relaciones y anécdotas casi infinitas. Estructurado por eventos y en riguroso orden cronológico, Wernicke va desarrollando algunas de las peripecias más increíble sucedidas en los juegos. Como la historia de Carlos Lopes, atropellado en Lisboa un 27 de julio y, a pesar de eso, ganador del maratón de Los Ángeles '84 el 12 de agosto.
'Historias insólitas de los Juegos Olímpicos' repasa 128 años de anécdotas
O la increíble historia de Aleadin Yatalakoglu, un turco, campeón en su país de tiro al plato, al que expulsaron de la competición acusado por sus compañeros de tirarse unos infames y sonoros pedos durante los entrenamientos en Atlanta '96. Los mismos juegos en los que el boxeador estadounidense Antonio Tarver sucumbió ante el McDonalds totalmente gratuito que la organización puso en la Villa Olímpica. Se pasó de peso, tuvo que hacer un régimen exprés para solucionarlo y las fuerzas le abandonaron en semifinales.
Años antes, en Melbourne '56, su compatriota, el halterófilo Charles Thomas Vinci, tuvo un problema parecido. Se pasaba 200 gramos de su peso. Para solucionarlo, se cortó todo el pelo de la cabeza y de las extremidades e incluso se arrancó pedacitos de piel de los pies y las piernas. Ganó el oro.