Richard J. Evans
Traducción: Gonzalo García
Editorial: Crítica
Año de publicación original: 2024
El 30 de abril de 1945 los alemanes despertaron de "la obsesión hipnotista bajo la cual vivían". La cita no pertenece a un ciudadano cualquiera del Reich, es de Traudl Junge, secretaria personal del Führer hasta el final de sus días. Aquella idea del Hitlerhipnotizador habría de replicarse en los años siguiente. Incluso el filósofo Siegfried Kracauer afirmó que los indicios de aquellos años de ventriloquía podían trazarse hasta el cine, más concretamente en El gabinete del doctor Caligari.
Richard J. Evans recoge en Gente de Hitler las biografías de los 24 líderes del Tercer Reich
Richard J. Evans recoge en Gente de Hitlerlas biografías de los 24 líderes del Tercer Reich tratando de comprender a quienes orquestaron la mayor pesadilla del siglo XX. Una obra concebida desde estudios e investigaciones recientes que tiran por tierra la imagen de aquellos hombres y mujeres como psicópatas o criminales, devolviéndonos otra, mucho más humana y terrorífica, a través de sus obsesiones y actos más terribles.
El historiador divide en cuatro su investigación. Atendiendo primero al propio dictador, su círculo político más cercano, aquellos que lo hicieron posible, para terminar con los "perpetradores e instrumentos del régimen". Un relato que se sobrepone a la patologización del mal, tratando de encontrar las razones del horror en el día a día de sus protagonistas.
Hitler después de Hitler
El historiador alemán Hans Mommsen llegó a afirmar que "sería más fácil comprender el nazismo por medio de un relato que prescindiera del todo de las personas". En esta reflexión se encuentran los esfuerzos expuestos por muchos de los investigadores que trataron de crear un perfil unívoco que diese explicación a los doce años de terror de Hitler.
Desde su prólogo, Evans nos da el quid para entender la función de un libro como este frente a la extensa bibliografía del Tercer Reich. La inspiración de La gente de Hitler se encuentra en la obra publicada por Joachim C. Fest (El rostro del Tercer Reich), publicada en 1963. Un libro fundamental, todavía hoy, para comprender las biografías de los miembros del Partido Nazi, aunque incapaz de ver más allá de las conclusiones que todavía relacionan crimen y patologías.
Evans rechaza de pleno la teoría de un Führer aquejado de traumas emocionales y afectivos
Apenas se había asentado el humo en Berlín cuando empezaron a proliferar las primeras biografías y estudios sobre Hitler. La concepción del horror surgía de la voluminosa documentación recogida para los Juicios de Nuremberg, pero también de antiguos confidentes y colaboradores que trataban de justificar su participación a través de la psicosis y el miedo.
Es en esos años cuando los esfuerzos de los historiadores se centran en hablar del culto a la personalidad hitleriano y las distintas patologías psicológicas dictadas por los psiquiatras de los Aliados. Sin embargo, Evans nos recuerda que ninguna de esas conclusiones impidieron que sus protagonistas fuesen juzgados y ajusticiados.
El historiador rechaza de pleno la teoría de un Führer aquejado de traumas emocionales y afectivos, una teoría también largamente extendida. En su lugar, Hitlerse nos presenta como un oportunista fanático, con un paso por el ejército anecdótico, alejado de la propaganda nazi que le representaba como a un héroe de guerra. Pero, por encima de todo, como un ser humano tan corriente como cualquier otro.
Un don nadie
Evans arranca este libro con un ensayo biográfico desde el que trata de arrojar luz sobre el dictador. Lo describe como "un don nadie" en sus primeros treinta años de vida. A los datos harto conocidos como el de su pulsión artística frustrada por su falta de talento, se le suman otros menos conocidos como sus también nulas aptitudes para el estudio o la guerra.
Tras la Primera Guerra Mundial obtuvo uno de los mayores méritos militares al valor a pesar de haber mantenido un papel secundario como mensajero. Evans apunta a que este honor se debió a la camaradería que tuvo entre los oficiales que decidían dichas condecoraciones y que presionaron para que fuese congraciado con una.
Ni héroe de guerra ni preso político. Los años siguientes reconfiguraron la biografía de Hitler para disimular su pobreza personal
El historiador recapitula también las condiciones en las que Hitler estuvo encarcelado tras el Putsch de Munich de 1923 y conocidas recientemente por los historiadores. Contaba con carta blanca para recibir visitas, más de 300 en los escasos nueve meses que estuvo en prisión y que fueron aderezados con todo tipo de bebidas y comidas que le llegaron a valer el título de "la celda Delicatessen" por parte de los otros reclusos.
Ni héroe de guerra ni preso político. Los años siguientes reconfiguraron la biografía de Hitler para disimular su pobreza personal con una historia ficticia que apoyase su ascenso al poder y le mostrase como un ser abnegado en beneficio de Alemania.
La realidad es que sus relaciones románticas existieron aunque fueron también terroríficas y siempre a la sombra del gran público. En el caso de una de sus parejas, Geli Raubal, se llegó a suicidar dadas las condiciones de abandono y secretismo a las que fue confinada su relación.
La pandilla de Hitler
Evans se distancia así de la patología asesina que muchas veces acompaña a los perfiles psicológicos de la camarilla hitleriana. Por muy terribles que fueran las políticas del Reich, el historiador se centra en el día a día de los personajes que promovieron, entre otras atrocidades, la muerte de más de once millones de personas en los campos de exterminio para entender su verdadera naturaleza.
El 'soldado de hierro', Hermann Göring, infló con mentiras sus aptitudes para la caza y era habitual que en sus delirios de opio se disfrazase con togas y tocados de perlas, con la esvástica a modo de tocado, emulando al patrón de la caza, San Huberto. En el momento de su captura, en 1945, se dice que apareció frente a Eissenhower con más de una decena de maletas y las uñas de pies y manos pintadas de un intenso color rojo.
El historiador se centra en el día a día de los personajes que promovieron, entre otras atrocidades, la muerte de más de once millones de personas
El ministro de propaganda, Joseph Goebbels, era un ser anodino, eclipsado y fascinado por Hitler, capaz de pasar por el aro incluso poniendo a su propia mujer, Magda Goebbels, al servicio de los designios de amoríos platónicos del dictador. En las entradas de sus diarios nos sorprende el tono lastimero con el que se compadece de su poca popularidad: "No tengo amigos en el partido, solo Hitler".
El historiador se detiene en la figura de Ernst Röhm, jefe de las tropas de asalto nazis (las SA), asesinado so pretexto de un golpe de Estado contra el Reich durante La noche de los cuchillos largos. Evans se apoya en biografías recientes, como la de Eleanor Hancock, para representar a un Röhm que jamás escondió su homosexualidad y que abogaba por su legalización, al mismo tiempo que propagaba el terror a través de la organización de la que era mando.
Los otros de Hitler
La mejor forma de entender el alcance del mal es detenernos en las miles de personas que formaron parte del aparato de mal sistemático en que se convirtió Alemania. Personas que terminaron formando parte a activa del horror de forma, muchas veces, fortuita. Es el caso de Karl Brandt, convertido en el médico personal de Hitler, entre otros tantos títulos. Un ascenso que recibió tras intervenir de emergencia a Wilhelm Brückner tras un accidente de coche y que le garantizó un asiento en los Juicios de Nuremberg.
Como si el mundo tuviese que justificar el horror a través de historias aún más sádicas
Fortuita fue también la participación de Erna Petri, esposa de un oficial de las SS y responsable del asesinato de diez judíos, seis de ellos niños, con el objetivo de demostrar su valía. No fue la única, Ilse Koch, esposa de Karl Otto Koch, pasó años amedrentando y asesinando a los prisioneros de los campos que controlaba su marido y por los que fue juzgada y sentenciada a cadena perpetua en la prisión de Ainach.
Un personaje tan sádico que no tardaron en surgir cientos de historias en torno a prácticas sexuales extremas, orgías y demás prácticas masoquistas entre reclusos, la mayoría de ellas infundadas. De nuevo, se intentaba generar una imagen de degeneración, llegando a afirmar que adornó su cuarto con pantallas de lámparas hechas con la piel humana. Como si el mundo tuviese que justificar el horror a través de historias aún más sádicas.
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