Máximo Huerta
Editorial: Planeta
Año de publicación original: 2024
Ahora que en 2024 se celebran unos Juegos Olímpicos en París, qué mejor manera de celebrarlo que volviendo a los últimos juegos que se celebraron allí. Los de 1924, hace justo 100 años.
Fueron los séptimos juegos de la Edad Moderna y los más multitudinarios hasta ese momento. Por aquel entonces la sociedad parisina vivía los felices veinte : un periodo de eclosión artística y social muy distinto a la oscura época en la que nos encontramos ahora.
En aquellos años el júbilo y la ilusión trataban de dejar atrás la dolorosa Primera Guerra Mundial. Y lo hacían de la mejor forma que sabían. Viviendo cada día como si fuera el último. Había que disfrutar, que arriesgar. Había que enamorarse.
Vuelta a empezar
Por eso, si hablamos de romance y hablamos de París, qué mejor que juntarnos con Alice Humbert. Ella también es la protagonista de Una tienda en París, uno de los mayores éxitos literarios de Máximo Huerta . Alice trató de salir de una vida llena de penuria y miseria haciendo de modelo para los artistas que llegaban a la Ciudad de la Luz. Humbert es joven y extremadamente dulce. Quiere labrarse un futuro por sí misma sin depender de nadie. Por eso se mete de lleno en un pequeño negocio de costura.
Alice Humbert es también protagonista de 'Una tienda en París', uno de los mayores éxitos literarios de Máximo Huerta
Quiere ser modista. Aunque le va a tocar empezar de nuevo tras la ruptura sentimental con el hombre de su vida. Está muy tocada pero no hundida. Todo pasa por transformar su pequeño negocio en una tienda de moda con futuro. Para conseguirlo no estará sola. Junto a ella, tenemos a uno de esos personajes que se te quedan para siempre. Hablamos de Kiki, la Reina de Montparnasse, su partenaire y amiga. Alice también tiene a sus dos hermanos como apoyo incondicional.
Por este camino de ascenso hacia un esquivo éxito y mientras trata de recordar sin dolor ese amor que ya no es, nuestra protagonista se encontrará con algunas agradables sorpresas incluida la de un nuevo e inesperado amor.
París, un personaje más
El peso simbólico y real de la París de 1920 va envolviendo la historia de Alice. No podría entenderse esta obra sin que estuviese enclavada en la capital de Francia de hace un siglo. Casi podemos oler el ambiente del barrio bohemio de Montparnasse que, por aquel entonces, era una zona de nuevo cuño. La colina de Montmartre y la basílica del Sacre-Coeur o el mercado de Mouffetard son plenamente reconocibles atrapando y circunscribiendo el relato desde la primera página.
Conoceremos a celebridades de la época como Claude Monet, Coco Chanel o el barón Pierre de Coubertin
Siguiendo con las referencias reconocibles, Máximo Huerta mezcla la ficción con la realidad. A personajes inventados como son la propia Alice Humbert y su familia, se unen otros que existieron en aquellos años y que son toda una celebridad. Como por ejemplo, la ecléctica y sobresaliente Kiki de Montparnasse, el pintor Claude Monet, Coco Chanel o el barón Pierre de Coubertin que fue el que medió para que los Juegos Olímpicos se celebrasen en París.
Estos son solo algunos ejemplos de estos personajes célebres que ayudan a que situemos la lectura como algo reconocible y tangible a pesar de que sepamos que la historia es pura ficción.
En primera persona
Para contarnos esta nueva historia de Alice, Máximo Huerta utiliza la primera persona tanto con ella como con Kiki de Montparnasse, que son los dos personajes que nos van a narrar lo que ocurre en París despertaba tarde.
Y lo hacen con un relato en el que prima la emoción y que provoca que sus fracasos sentimentales sean nuestros, que sus triunfos laborales también sean nuestros y que esa nueva puerta que podría abrirse al amor nos provoque las mismas mariposas en el estómago que le provocan a Alice.
Si al romanticismo y al eterno optimismo de la época le sumamos el contexto histórico tenemos como resultado una historia en la que quedarse a vivir
Si al romanticismo y al eterno optimismo que siempre han destilado los años 20 del pasado siglo, le sumamos el contexto histórico y la ebullición social que suponen unos Juegos Olímpicos, tenemos como resultado una historia en la que quedarse a vivir, tapaditos con una manta, con un café au lait y un croissant bien calentitos pensando en que qué ricos y qué bien sientan los pequeños placeres de la vida.