Álex Grijelmo

Editorial: Taurus

Año de publicación original: 2024

Nuestros nombres acompañan y designan. A veces preceden al elogio, otras al insulto o a la mofa. El nombre dirige y ajusta su objetivo. A veces resulta necesario ocultarlo para evitar la persecución de quienes no quieren que se enuncien libertades. Otras, la falta de apellidos, pervierte y promueve la violencia o el atentado cuando se parapeta tras el anonimato.

¿Sería posible proteger la función positiva del anonimato y censurarlo cuando sirva para atentar contra el estado de derecho?

Sobre estas y muchas otras cuestiones escribe (con nombre y apellidos) Álex Grijelmo en La perversión del anonimato. Un ensayo que recoge la importancia de rubricar nuestra obra o esconderla según las necesidades, siempre teniendo en cuenta la importancia de nuestra firma, así como su ausencia. Una lectura que nos arroja una pregunta: ¿sería posible proteger la función positiva del anonimato y censurarlo cuando sirva para atentar contra el estado de derecho?

La importancia de un nombre

"El anonimato impide la mala fama, pero también imposibilita el prestigio y el reconocimiento", un problema al que se enfrenta Alex Grijelmo blandiendo la historia como herramienta para responder a esta pregunta. Desde los primeros vestigios de escritura provenientes de Sumeria, los nombres han apostrofado las ideas y acciones de quienes se encargaron de escribir sobre ellas.

Grijelmo defiende en ocasiones la necesidad de esconder la autoría

Aunque Grijelmo defiende en ocasiones la necesidad de esconder la autoría. A través de la historia nos ofrece ejemplos de anonimatos opacos y transparentes. Algunos decidieron hablar aunque se jugasen la vida, asumiendo que el anonimato era la única vía para hacerlo. Otros lo utilizaron en su propio beneficio para esquivar las consecuencias de sus propios actos.

Seudónimos para ser

La Ley Propiedad Intelectual en el artículo 14 atribuye a los autores la posibilidad de distribuir su obra bajo un nombre real o ficticio. Sin embargo, desde el año 2023 es necesario aportar un nombre real para su registro aunque después este no sea de conocimiento general. Una forma de poder mantener el hilo que une nuestros actos con el nombre de quien los firma.

No siempre quien oculta lo hace con afán de no enseñar. A través de los seudónimos, por ejemplo, se esconden nombres verdaderos a través de otros ficticios. Grijelmo señala algunos transparentes, como el de Clarín, escogido por Leopoldo Alas como identidad literaria. Pero también otros opacos como el de Cecilia Böhl de Faber que decidió por el machismo imperante a finales del siglo XIX publicar su novela, La Gaviota, tras el nombre de Fernán Caballero.

En el caso de la literatura, asumimos la importancia de quien escribe, convertido en una extensión de su obra.

El caso de Faber demuestra la capacidad de una firma de cambiar el sino de su obra. La Gaviota se convirtió en un éxito precisamente por no estar rubricado por una mujer, aunque nunca pudo reclamar su éxito. Grijelmo nos recuerda que, cuando se destapó la verdadera identidad de Carmen Mola, no tardaron en sucederse las críticas que señalaban que el estilo duro y gore de sus tres autores había sido mejor recibido bajo el nombre de una mujer, aprovechándose de nuevo del nombre en su propio favor.

Nada que ver con los motivos que llevaron a Matilde Cherner Hernández a adoptar el de Rafael Luna para escribir su novela en 1880, escogiendo, por primera vez, a una prostituta como su protagonista. En el caso de la literatura, asumimos la importancia de quien escribe, convertido en una extensión de su obra.

Anónimos para esconder

Desconocemos la identidad real de la autora Elena Ferrante, un misterio que se mantiene opaco a sus lectores, quizás no tan preocupados por su conocerla. Asumimos que disfrutamos de sus obras, sin la necesidad de firmarlas. Pero, ¿qué hay del anonimato en la política o la vida pública?

En la era de internet las máscaras se han convertido en una estrategia más para generar caos y confusión

Quienes se nombran a sí mismos pueden hacerlo con la voluntad de que se les entienda mejor, pero también con la idea de no ser reconocidos. Algunos tan opacos como el de M. Rajoy, misterio inconcluso hasta nuestros días. O el de "Pte." que dejó Emilio Alonso Manglano, jefe de los servicios de espionaje durante el gobierno de Felipe González y que se saldó como "pendiente" y no como "presidente".

Grijelmo nos plantea el alcance del anonimato en la era de internet. Desde los trolls molestos, hasta aquellos agentes capaces de crear noticias falsas o interferir en procesos democráticos. Las máscaras se han convertido en una estrategia más para generar caos y confusión. Planteándonos, ahora más que nunca, la importancia de que los nombres nos permitan diferenciar entre el ruido informativo.

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