"Debajo de los adoquines está la playa" era la promesa repetida en carteles y muros durante el mayo del 68 francés. Los estudiantes tomaron las calles al mismo son que el movimiento situacionista había empezado a tararear décadas antes. Desde Guy Debord hasta Henri Lefebvre, a finales de los años 60 el urbanismo y la arquitectura sufrieron un cambio radical, centrando el foco en la creación de espacios desde los que reivindicar la comunidad y la ciudadanía.

¿Sus armas? El deambular y un método alternativo para ubicarnos dentro del espacio: la psicogeografía.

El caminante pasó de ser una figura poética de la literatura del siglo anterior para transformarse en un agente de cambio. Los situacionistas planteaban derivas, dejarse llevar por la ciudad, escoger el siguiente giro de forma aleatoria, creando un mapa basado en la psicología y el juego.

Paseantes y ciudades muertas

El París de Haussmann era un enorme tablero de juego sobre el que Napoleón III planteaba sobre cardo y decumano un París para los pobres, para los ricos y para que ambos pudiesen ser represaliados. Difícil pensar en otra ciudad para una época de revoluciones, las aceras permitían el paso de los carros blindados y dificultaba la instalación de trincheras. Sin embargo, seguimos habitando las mismas avenidas, inspiradas muchas de ellas en aquel espíritu del Barón.

Caminamos entre fantasmas, como rezan las tapas del último libro de Iain Sinclair editado en nuestro país. La psicogeografía y la impronta de los situacionistas está más viva que nunca, entre los cadáveres en hormigón y acero de proyectos de viviendas y comunidades. Pugnamos por abrirnos paso entre planos en los que los vecinos hemos dejado de ser incluidos.

La reedición del clásico de Jane Jacobs, Vida y muerte de las grandes ciudades, en 2017, reavivó el interés por una mirada hacia el urbanismo alejada de la arquitectura tradicional. La plataforma vecinal de Jacob logró frenar la autopista que Robert Moses pretendía seccionar la isla de Manhattan en dos bajo el pendón del progreso. Aquella experiencia de lucha vecinal habría de inspirar su libro, cuyos ecos todavía escuchamos.

La especulación económica e inmobiliaria sigue siendo el principal enemigo, pero se le han unido aliados: turismo de masas, gentrificación, modelos vacacionales low cost. El espíritu de Jacobs resuena en los movimientos vecinales de los que hemos sido testigos en el último mes en buena parte de España. Una preocupación materializada en los últimos años en un interés mayor por los libros que nos hablan sobre ciudades, sobre aquellas en las que vivimos y las otras que desearíamos habitar.

Vecinos frente al bulldozer

Álvaro Sevilla-Buitrago es profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y ha dedicado su Contra lo común: Una historia radical del urbanismoa revisitar la historia de la ciudad desde una visión desafectada y crítica. Sevilla-Buitrago explora el nacimiento del urbanismo como la respuesta al viraje de los intereses privados dentro de la ciudad. Desde la destrucción de espacios comunales en la Inglaterra del siglo XVIII hasta el impacto que Central Park tuvo en la organización de las comunidades vecinales neoyorquinas.

El foco, al igual que para Jane Jacobs cuando alumbró su texto seminal sobre el devenir de Manhattan y los planes de Robert Moses, vira desde la estadística y la planificación ideal a las realidades materiales y necesidades de sus habitantes. Entender que el sistema explora nuevas vías para convertir los espacios que nos pertenecen en lugares de consumo o de disfrute privado son parte del gran fracaso del proyecto arquitectónico en la modernidad.

Frente a estas cuestiones, el autor ofrece en su primer libro, editado por Alianza Editorial, un compendio de teorías e ideas interesantísimas. Un libro necesario para orientarnos en las ciudades de la actualidad, pero también para empezar a plantear un debate que se lleva amplificando desde hace años en el mundo de la arquitectura y el urbanismo.

Precisamente de dichos esfuerzos surge la Colección Ciudad 2030 de la editorial Catarata, una serie de libros que tratan de imaginar un futuro donde la sostenibilidad, la gentrificación o la vida de sus habitantes tienen cabida, no como elementos individualizados, sino como organismos vivos y en constante desarrollo.

Ciudades conciliadoras

El último título que ha publicado el sello está firmado por Anartz Madariaga Hernani bajo el nombre de Ciudades emergentes: "La primera cuestión es entender que la ciudad es mucho más que el espacio construido que desde una sola disciplina se pueda controlar todo", explica el autor, que defiende entre sus páginas la necesidad de comprender la vida de las ciudades como un ente en constante relación, donde la intervención debe tener en cuenta a todos sus agentes.

"Debemos descentralizar el turismo, no tiene sentido que vivamos en 'ciudades-espectáculo". A este respecto menciona las mascletás de Madrid o "la competición entre grandes eventos para quedarse con el turismo nacional". Madariaga alude a la importancia del territorio, pero también a poner en común a los distintos grupos y sus necesidades. "El turismo es importante, pero no puede llevarse por delante los precios de alquileres de sus habitantes".

"Debemos descentralizar el turismo, no tiene sentido que vivamos en 'ciudades-espectáculo"

Ciudades emergentes trata de hacer navegar al lector en torno a las principales teorías desarrolladas en los últimos años, poniendo de manifiesto la necesidad de reelaborar muchos los de los preceptos que creíamos dogma. "Le Corbusier fue una revolución y puso en valor la idea de unas necesidades mínimas de vivienda y confort, pero por qué conformarnos con solo lo mínimo, por qué no ir más allá", se pregunta.

Reflexiona a este respecto sobre las Unidades Habitacionales que construyó en Marsella el arquitecto francés y la importancia que este experimento tuvo en los arquitectos ingleses. Madariaga advierte: "La pandemia puso de manifiesto las diferencias que se producen en cuanto a dignidad y confort que suponía la vivienda entre distintas personas". Y añade que a medida que el trabajo se hace más indisoluble del ocio y la vida privada, el concepto de 'requerimientos mínimos' se hace más acuciante.

Uno de los agentes principales a tener en cuenta, aliado último en la contra del avance de los intereses privados, es el patrimonial. Un elemento clave para el arquitecto y que ya se estudia como respuesta frente al incontrolable avance de quienes tratan de transformar las ciudades en escaparates.

Plazas mayores contra el capitalismo

Pedro Mena Vega es arquitecto y acaba de publicar un estudio sobre la importancia del patrimonio como contención de la expansión urbanística: "La forma de los espacios son un freno a ese arrasar con todo y hacerlo homogéneo", explica a propósito de Una arquitectura del perímetro. "Desde una plaza pequeña o una mayor como las de Gijón, Sevilla o Almería, son ejemplos de conceptos urbanísticos concretos que absorben la vida ciudadana e impiden grandes transformaciones que puedan borrarlas".

"El diseño nunca es inocente"

El debate del urbanismo y la arquitectura ha virado desde los años 80 desde a la forma al proceso. Mena sostiene que el primero tenía que ver con crear lugares adecuados para la vida, el segundo con que cualquier proceso económico unido a esta transformación termina por borrar la identidad primera de los proyectos.

Como tercera vía, muchos arquitectos contemporáneos, desde Pier Vitorio Aureli al estudio OfficeKDVS buscan "anclajes desde los que encontrar un desarrollo sostenible dentro de la propia ciudad", y sentencia: "El diseño nunca es inocente".

Aquellos vestigios de otras vidas en el corazón de nuestros barrios, pueblos y ciudades nos hablan de mercados bajo los soportales de grandes plazas, lugares desde los que organizar la política local o comunidades vecinales. Aunque insiste en que "no hay recetas mágicas", y añade que "si no existe un rédito económico esos espacios directamente no existen". Preservar estos espacios en blanco dentro de la urbe es fundamental para protegernos del avance inexorable de la especulación inmobiliaria.

El arquitecto sevillano menciona los estudios bioclimáticos que el Ayuntamiento acometió con motivo de la Expo del 92. Los técnicos se inspiraron en los sistemas de aclimatación que los árabes imprimieron en el ADN de la ciudad: canales, acequias y patios que permitían refrescar a los viandantes. Denuncia que "todo ese trabajo se tendría que haber mantenido en la actualidad", y apunta: "Las pérgolas que se usaron en la Expo las tiraron, y 30 años después las están recuperando para usarlas, ahora, en colegios públicos".