Franz Kafkaposeía un pequeño zoo personal. Una colección de animales exóticos y comunes a los que dejaba pasear entre sus relatos. Observaba en ellos visos de otras vidas. Homínidos civilizados a la fuerza, panteras vigilantes desde el fondo de sus jaulas, chacales que buscan cómplices entre los humanos para sellar su venganza. Incluso meras alimañas, que crecían sin acierto a aferrarse a una especie u otra.
Del zoológico particular del checo nos llega ahora en Cuentos de animales, relatos reunidos bajo una misma identidad animalesca que edita Arpa en nuestro país. Una recopilación de obsesiones afiladas y peludas, con traducción de José Rafael Hernández Arias y Luis Moreno Claros.
Su posfacio corre a cargo de Reiner Stach, principal biógrafo del escritor; quien además ha preparado también para este centenario una nueva versión de El procesocon un orden distinto al editado hasta ahora y que verá la luz bajo el mismo sello.
Animales dignificados
De la tradición literaria occidental es sencillo encontrar un rastro de pisadas que podemos trazar desde Jean de la Fontaine hasta el Moby Dick de Melville. Del primero se infiere la capacidad moralizante de las fábulas; del segundo la identificación de atributos humanos en el cetáceo que Ahab persigue con insistencia. Kafka escoge otro camino, uno que le permite tratar la realidad desde otra mirada, a veces con ojos compuestos.
Reiner Stach apunta a la dignificación que la modernidad empezó a otorgar a los personajes animales, explorando la capacidad que tenían muchos de ellos de absorber ideales o sentimientos ajenos a su condición. Una decisión que Kafka abrazó y que generaba desconcierto entre los lectores de la época. Las décadas siguientes habrían de demostrar que la barrera que separaba lo humano de lo animal terminaría por desaparecer entre el humo del siglo XX.
En Preparativos para una boda en el campoencontramos uno de los primeros signos de animalidad en el autor. Escrita entre 1909 y 1912, seis años antes de La metamorfosis, su figura invoca los rasgos mecánicos de la extrañeza que harían célebre su literatura. Su protagonista divaga sobre la distinción entre sí mismo y aquel que viaja al campo a ver a su futura esposa. Se imagina a kilómetros de allí, tumbado en su cama, adoptando la forma de un abejorro o de un escarabajo, mientras la da órdenes a su otro yo para que dé el sí quiero.
Judíos y animales
Pero los animales del escritor no solo responden a la llamada del extrañamiento emocional, también son capaces de asumir la política. Stach señala la influencia del judaísmo en dos de los relatos más importantes del checo, incluidos en esta nueva edición de Cuentos animales.
Para su albacea literario, Max Brod, el checo venía a representar un cambio de paradigma para el judaísmo centroeuropeo. En los albores del siglo XX, los judíos europeos se debatían entre la asimilación de la cultura en la que estaban inmersos o la reivindicación de sus ritos y costumbres.
La primera posición obtuvo un gran seguimiento entre los más jóvenes, en parte como oposición al "judaísmo liberal", como explica en su posfacio el crítico alemán. No es casualidad que estos dos relatos apareciesen publicados en abril de 1917 en la revista cultural judía Der Jude, "antes que en una revista literaria".
En el primero, los chacales piden a un extranjero que asesine a los árabes con un cuchillo herrumbroso mientras duermen. Cuando despierta el resto del grupo, estos le explican al extranjero que los chacales hacen la misma petición cada noche a un nuevo desconocido. En Un informe para la academia, un simio es forzado a participar de la civilización humana, asimilando sus usos y costumbres y elaborando un profuso informe después, tomando conciencia humana sobre su realidad simiesca anterior.
Para Stach, ambos relatos aluden al pueblo hebreo, una afirmación que demuestra la ambivalencia que Kafka sintió por las teorías de Theodor Herzl. Los chacales se desmarcan y adoptan una posición beligerante frente a los otros, buscando aliados desesperadamente. Mientras tanto, el protagonista de Un informe logra medirse y adaptarse a su nueva sociedad, no sin renunciar a buena parte de su identidad anterior, y con ella, su propia libertad.
Panteras y artistas hambrientos
Reiner Stach nos presenta a otro Kafka en 1917, uno que trata de recuperarse los meses que siguieron al fracaso del intento de matrimonio con Felice Bauer, desde la casa de su hermana Ottla, en Zürau. La casona de campo en Bohemia occidental se convirtió en aquellos meses en un sanatorio, uno que le permitía recuperarse de su tuberculosis y huir de la vida de Praga.
En ese tiempo dejó de escribir historias con el objetivo de descasar. Aunque trufó sus cartas a amigos y familiares de animales. Desde el "ejército de ratones" que merodeaba por la casa, hasta los que saludaba en sus paseos diarios.
Entre estos últimos, el escritor reconocía los rasgos de una libertad ansiada, total. La misma que rumiaba a diario, pensando quizás en la suya propia, y que empezaba a entender como "algo gestual", dependiente de lo que para ellos decidan los humanos. Se sentía de la misma forma que aquellos caballos y bueyes que le miraban atónitos desde sus parcelas, libres pero cercados.
Así empiezan a aparecer los primeros visos de una animalidad que trata de poner en duda el orden por el que se rigen sus protagonistas. Ya sea el esqueleto de quitina de La metamorfosis o el jadeante narrador de Investigaciones de un perro. Estos empezarán a significar una relación distinta con el mundo, extrañada de su propia existencia, dependiente de los gestos ajenos.
Kafka se sentía como aquellos caballos y bueyes que le miraban atónitos desde sus parcelas, libres pero cercados
No escribe historias, aunque se reclina en su butaca, escribiendo sobre pliegos de papel aforismos que aparecen tachados y doblados. Observando los manuscritos originales, parecería que fueron compuestos apoyado sobre sus propio vientre. En uno de los más famosos anota: "El camino verdadero pasa por una cuerda que no está tendida en lo alto, sino muy cerca del suelo".
Peter Sloterdijk aprovecha este aforismo para cruzarlo en uno de sus ensayos, Has de cambiar tu vida, con otro relato animalesco escrito dos años antes de su muerte: Un artista del hambre. En él, un asceta sobrevive en delgado equilibrio con la inanición y se exhibe como un espectáculo circense. Los curiosos se acercan hasta su jaula para observar a aquel hombre, enjuto y cerca del desmayo. A su muerte, es una pantera magnífica quien ocupa su lugar.
Sloterdijk nos habla de ascetismo y de trascendencia. Stach apunta a la ambivalencia de una libertad total tras la anulación de su compromiso de matrimonio. Una que le permitirá escribir los siete años siguientes con la dedicación de un verdadero monje. Aunque sin dejar de sentirse lastrado, enfermo y en cierto grado, incomprendido.
Casi podemos imaginar a Kafka a medianoche, convirtiéndose en ese mismo animal salvaje. Habitando una oficina y un cuerpo ajeno todo el día, esperando a lanzarse a escribir "como una bestia feroz", así como describía en su juventud a sus hábitos literarios.
Cien años después de su muerte, aquel asceta que se mostraba ante un puñado de seguidores es hoy una pantera que se desliza con la misma vitalidad de quien no ha envejecido ni un ápice en todo un siglo.