Italia es el país con más lugares declarados Patrominio de la Humanidad por la UNESCO . En total cincuenta y nueve, entre los que está Asís, Verona, el centro histórico de Florencia, el de San Gimignano, o Crespi d'Adda. Seguro que no les suena. A muchos italianos, tampoco.
Se trata de una localidad minúscula, situada en la provincia de Bérgamo (al norte del país), que no tiene edificios renacentistas o medievales, ni museos con importantes obras de arte o catedrales e iglesias de esas que hicieron enloquecer al mismísimo Stendhal.
Crespi d'Adda es una de las ciudades obreras mejor conservadas del mundo
En este pueblo (ahora barrio del municipio Capriate San Gervasio) hay chimeneas, barracones, una enorme fábrica y viviendas para operarios construidas a finales del siglo XIX. Entonces se preguntarán: ¿y por qué Crespi d’Adda está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO? Pues porque es una de las ciudades obreras mejor conservadas del mundo .
El salvavidas de un tintorero venido a menos
Allá por 1870 las cosas no le iban muy bien a Cristoforo Benigno Crespi, un tintorero varesino que había fracasado con los últimos negocios que había puesto en marcha. Pero un día, a él solo se le iluminó la bombilla: decidió comprar los terrenos colindantes al río Adda donde tenía su fábrica de tintes textiles.
Los quería para construir en ellos viviendas para sus trabajadores, además de escuelas, un hospital, un teatro, baños públicos, una iglesia... En definitiva, les proporcionaba todos los servicios para que fueran felices. A cambio de cubrir sus necesidades vitales, eso sí, ellos hacían jornadas de doce horas sin descanso en sus fábricas. Estaba llevando al extremo lo que algunos colegas suyos, británicos, habían desarrollado en Manchester.
Cristoforo Crespi decidió cubrir todas las necesidades de sus empleados a cambio de que trabajaran doce horas diarias en sus fábricas
¿Era pura filantropía? ¿Paternalismo industrial? ¿Era Crespi el buen patrón? Durante muchos años, desde luego, se le vio así: como ejemplo de empresario para el que no era incompatible el enriquecimiento con la felicidad de sus trabajadores. Porque lo eran. Eran felices.
De hecho, hasta finales de la Primera Guerra Mundial (cuando, al final, todo estaba destinado a irse a la mierda) no se le reveló nadie. No hubo quejas, ni manifestaciones, ni huelgas. Todos los operarios trabajaban sus doce horas contentos, sintiéndose afortunados de que Crespi les proporcionara atención sanitaria, educación a sus hijos, teatro los domingos y baños públicos donde relajarse. Una especie de sueño para el proletariado que, sin embargo, esconde cierta ambivalencia.
¿Filantropía o control?
A pesar de que Crespi d'Adda, como hemos dicho al principio, es un lugar relativamente desconocido, cientos de personas lo visitan cada año movidos por una cierta fascinación e idealización de lo que allí levantaron los Crespi. Pero cuando uno se adentra un poco más en la historia de este lugar no puede evitar hacerse una pregunta: ¿cubrir las necesidades de los trabajadores no es, más que un acto de filantropía, uno de control?
Alessandra Selmi, la escritora italiana que firma El sueño de la familia Crespi, confiesa no poder darse a sí misma una respuesta que la convenza al cien por cien: "El patrón es bueno, pero la bondad del patrón también es una forma de control". De lo que sí está segura es de las buenas intenciones de Crespi que, por cierto, fue enterrado en el cementerio de la localidad, en un mausoleo rodeado por las tumbas de piedra de sus trabajadores.
En su novela, Selmi cuenta la historia de Crespi d'Adda desde una perspectiva hasta ahora desconocida: la de los Crespi (los que, por cierto, siguen manteniendo un papel relativamente importante en la economía italiana ya que uno de los descendientes desarrolló las carreteras de peaje en el país).
Con personajes reales y ficticios adentra al lector en un interesante y ambicioso retrato familiar que sirve para contar cincuenta años de historia de Italia.