Es una preciosa mañana de lunes de Pascua. Los niños que no han tenido que regresar al colegio todavía pasean de la mano de sus padres. Uno de ellos camina por nuestro lado y señala los restos de un muro de ladrillo que se levanta como un objeto de devoción para los grafiteros del barrio: "¿Qué es eso?", su madre le espeta que "era parte de los muros de la antigua prisión".
El historiador y arqueólogo Luis A. Ruiz Casero recorre ese mismo camino improvisado sobre los pasos de otros tantos que lo cruzan a diario. "Hace unos días vi a gente haciendo un picnic y jugando al voleibol", explica mientras señala con el dedo a un lugar indeterminado del solar, y añade: "Quizás es el mejor uso que se le podría dar este sitio, que al menos no construyan un nuevo barrio residencial".
El camino habitual de los internos empezaba por ser rapados al cero y desinfectados con zotal, un insecticida para ganado
Ruiz Casero ha publicado en Libros del KO Carabanchel. La estrella de la muerte del franquismo. De las tapas negras del libro surge, como un caligrama, la planta de la propia prisión. Un edificio atípico que muchos identificaban con una nave espacial, una obra de ciencia ficción que tuvo más de realismo negro en la oscura España de la posguerra.
La estrella de la muerte del franquismo
El 10 de abril de 1940 comenzó la construcción de este enorme complejo penitenciario. Desde la prisión de Santa Cristina, cientos de presos eran movilizados a diario para participar en su construcción como mano de obra esclava. Los primeros años, miles de hombres capturados al final de la contienda malvivían en los pocos pabellones que se habían podido levantar.
En 2008 la cárcel desapareció y con ella la esperanza de que albergase algo más que escombros
El camino habitual de los internos empezaba por ser rapados al cero y desinfectados con zotal, un insecticida para ganado. Desde allí eran enviados a los módulos donde convivían con la disentería, el frío y la desesperación. Cuatro años más tarde se inauguró para deleite de la pompa franquista que veía en aquel edificio la estructura del régimen que aún debía durar varias décadas.
En 2008 la cárcel desapareció y con ella la esperanza de que albergase algo más que escombros. Los vecinos y supervivientes de la represión pidieron una placa que nunca llegó a instalarse. Por iniciativa popular, un grupo de ladrillos en un lugar apartado imita la planta de la cárcel, convertida en descampado. No queda nada, o mejor dicho casi nada. Solo cadáveres de hormigón diseminados, aquí y allá de un fantasma que Luis A. Ruiz Casero persigue en su libro.
Una puerta a la nada
Abandonamos el bucólico paseo y nos aproximamos hacia los últimos restos de la cárcel. Al fondo las colas de quienes se acercan hasta allí para tramitar su nacionalidad o visitar a familiares y amigos. "Esta era una de las puertas que se construyeron en los años 50", explica Luis. A la pregunta de por qué dejar solo aquel esqueleto de aspecto oscuro y ministerial, responde que "en algún momento pretendieron hacer una rotonda o algo parecido con esta puerta".
Un vano de unos tres metros de altura por otros dos de ancho es lo único que queda de la prisión. Una especie de puerta que da a la nada, enmarcada en el parking del Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche. Una prisión moderna, construida sobre el antiguo hospital y que sirve a las necesidades del Ministerio del Interior. En el año 2020, unos 80 internos se amotinaron contra las duras condiciones de vida en el centro.
Bajo la tierra siguen existiendo celdas de castigo y salas de ejecución
La historia es cíclica y en el año 1977, los de la cárcel de Carabanchel también lo hicieron. Reclamaban una ley de amnistía más justa, que tuviese en cuenta a los presos comunes y no solo a los políticos. No lo consiguieron y sus pabellones siguieron estando atestados de drogas, enfermedades y miserias hasta su cierre.
Memoria selectiva
El arqueólogo ha pasado mucho tiempo buceando en la memoria de la cárcel de Carabanchel. En 2008, el Estado decidió demolerla, poniendo fin a 55 años de historia de represión en su interior. Con su desaparición también se fueron los expedientes e informes diarios que elaboraban los carceleros. Luis explica que bajo la tierra siguen existiendo celdas de castigo y salas de ejecución, donde se encontraba el terrorífico garrote vil que no fue abolido hasta 1974, al filo de la muerte de Franco.
Con la aparición de la calzada romana que atraviesa el parque, los arqueólogos fueron en busca de mosaicos y demás vestigios dormidos de los primeros pobladores de Carabanchel. Luis explica que "en los pliegos que se le facilitaron a los arqueólogos con los permisos se les pedía que se excluyesen los hallazgos relativos a la prisión franquista".
La memoria sigue siendo selectiva y la memoria no puede reconstruir lo que ya no queda. Nos quedamos observando un rato más el trozo de cielo con el skyline al fondo de la vida en Carabanchel que queda enmarcado en el centro de aquella puerta fantasmagórica.
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