La historia fue más o menos así: extendió el mapa sobre la mesa, cerró los ojos y, al azar, colocó su dedo en Almería. A los pocos días, Elsa Morante, acompañada de un buen amigo, cogió un avión desde Roma hasta la ciudad andaluza. Al salir del aeropuerto se subieron a un taxi y Morante pidió al conductor que la llevara al lugar más desconsolado que conociera.
Fue así como una de las escritoras más importantes de la literatura italiana del XX llegó a El Almendral, un pueblo de la comarca de Los Filabres. Eran los setenta y por allí entonces había, prácticamente, lo que hay ahora: nada. El Almendral es un sitio desértico, árido, abandonado y perdido entre otros pueblos más grandes.
A Morante le cautivó. Ese lugar vacío conseguía materializar a la percepción cómo se sentía en aquel momento: triste, sola, olvidada y sobrepasada por la crueldad de los acontecimientos que le había tocado vivir. Enfermedades físicas, depresiones, abandonos, pérdidas. Una de las que más le marcó fue la de su amigo Pier Paolo Pasolini, asesinado a sangre fría en Ostia (Lazio) el 2 de noviembre de 1975.
La dolce vita
Pasolini y Morante solían compartir paseos y algún cóctel por la Roma de los cincuenta y principios de los sesenta. Él ya era un intelectual destacado y famoso, y ella también gozaba de buena posición gracias a 'Mentira y sortilegio' y 'La isla de Arturo' (novela con la que ganó el premio literario más importante de Italia, el Strega, en 1957). Además, Morante estaba casada con el escritor y periodista Alberto Moravia, uno de los personajes más influyentes de esa Dolce Vita.
Eran Moravia y Pasolini, entre otros, los que arrastraban a Elsa Morante por ese ambiente glamouroso que tan atractivo resultaba para los VIPs de entonces. Escritores, actores, actrices, modelos y diseñadores de todo el mundo viajaban a Roma en busca de ese paraíso de frivolidad y excesos que, sin embargo, nada tenían que ver con ella.
Morante prefería las otras historias que sonaban en Roma. Por ejemplo, las de los exiliados de la Guerra Civil española. María Zambrano estaba instalada en la ciudad, tras un periodo en París, La Habana y México. En este destino también la filósofa estuvo acompañada por su hermana Araceli.
Su amistad con Araceli Zambrano
Desde que se conocieron, Elsa Morante y Araceli Zambrano tuvieron una conexión muy especial. Por ella sentía, por su carácter, personalidad y su historia, una gran admiración. Tanto que la utilizó como punto de partida para crear a la protagonista de su última novela, ‘Araceli’, que la italiana ambientó en el municipio almeriense del que ya se ha hablado.
Elsa Morante era la antítesis de la Dolce Vita. La antítesis de su propia vida, la que aparentemente llevaba si se miraba desde fuera. Pero la escritora romana era una persona tremendamente introvertida y taciturna, se sentía incomprendida y sola.
Esos rasgos de su personalidad quedaron reflejados en toda su obra. Aunque quizás 'La historia' es la de mayor envergadura, la más ambiciosa y con la que crea una fotografía perfecta (y muy crítica) de la Italia de Posguerra a través de la historia de una familia de clase media-baja, 'Araceli' es la novela más desgarradora.
En ella refleja, intencionadamente, los tormentos y las obsesiones que le han perseguido durante toda su vida. Concretamente, las relaciones maternofiliales: la dureza, la crueldad y la tristeza que, algunas veces, caracterizan y marcan la relación de una madre con sus hijos y a la inversa.
Y a todo esto hay que sumarle al otro protagonista, Manuele. Él es el hijo de Araceli, un hombre de más de cuarenta misántropo, obsesivo y hasta cierto punto perturbado con su madre, incapaz de romper sus lazos con ella. Por eso el viaje que emprende en 'Araceli', para conocer los orígenes de la mujer que le da la vida, termina siendo igual de desgarrador que lo fue el de Elsa Morante cuando, por casualidad, pisó El Almendral.