Más de cien años atrás, el rostro de Kafka nos saluda en su tez inconfundible. De pómulos marcados y orejas de soplillo, como si de un personaje de una película de Murnau se tratase. Su literatura ha trascendido como asfixiante, extraña e incluso lúgubre. El psicoanálisis aplicado a su literatura y los visos religiosos de su albacea literario, Max Brod, hicieron el resto.
Así se formó esa imagen mental compartida del checo como una figura en blanco y negro, carente de color. Le imaginamos en la misma cama que Gregor Samsa, torturado e incomprendido. Pero, ¿cuánto hay de cierto en esta imagen? Cien años después de su muerte intentaremos romper con los mitos, conocer un poco mejor los hábitos del checo y asomarnos a una forma de vida que se adelantó en muchos aspectos a su propia época.
Un escritor vegano
A principios del siglo XX el fitness llevaba un nombre distinto en el centro de Europa. La Lebensreform surgió como un movimiento de renovación social que dejó un legado extraño: su influencia llegaba del nazismo hasta el movimiento hippie de finales de los 60. Las excursiones, el ejercicio al aire libre, el vegetarianismo o el nudismo son solo algunos de los elementos que defendían sus seguidores. Kafka se sintió inspirado, al igual que muchos jóvenes de Bohemia, por estas nuevas doctrinas y las aplicó de forma profusa a su vida diaria.
Su tío, Siegfried Löwy, ejercía como médico y compartió con su sobrino muchas de las teorías que se popularizaron en aquellos años. Con respecto a su dieta, practicó ejercicios de masticación profusa, recomendados por Horace Fletcher, otro pionero de la vida sana que recomendaba masticar la comida con insistencia para favorecer su digestión. Un consejo a todas luces razonable, aunque exasperase a su colérico padre, quien se cubría los ojos durante la cena porque no podía soportar ver a su hijo rumiando de aquella forma.
Kafka practicó ejercicios de masticación profusa que exasperaron a su colérico padre
En 1911 conoció a Moriz Schnitzer, vegano y fundador de una comunidad a las afueras de Praga dedicada a la horticultura. Schnitzer le instó a que se ajustase a una dieta estrictamente vegetariana y que la compaginase con la actividad física en algún huerto. Un consejo que tomó al pie de la letra, al menos durante su estancia en Zurau, seis años más tarde, mientras se recuperaba de la tuberculosis en la casa de campo de su hermana.
También por recomendación de este último se dedicó a ventilar su cuarto cada día, e incluso a dormir con la ventana abierta, a los pies de ella a ser posible. Un consejo, que en este caso, resultó ser totalmente contraproducente debido al débil estado físico del escritor.
Un escritor nudista
Excursiones, baños y sanatorios. La vida de Kafka giró en torno a los retiros que se popularizaron en aquellos años. Thomas Mann describió el ambiente de quienes recurrían a este tipo de curas en su Montaña mágica. Kafka, como paciente, se convirtió en asiduo desde 1905 a muchos de ellos.
En Karlsbad fue un habitual, famoso en Bohemia por sus aguas medicinales. Sus visitantes pasaban el tiempo entre baños, friegas y paseos por sus calles, haciendo paradas a cada tanto para beber directamente de las fuentes de las que emanaba el agua sulfurosa, típica de la región.
No era extraño que en aquellos retiros se hablase sobre homosexualidad y estilos de vida alternativos
Sin embargo, había otro tipo de curas, alternativas en sus prácticas y en sus visitantes. El nudismo era la norma entre las sociedades formadas alrededor del Lebensreform. Tomaban el sol desnudos, e incluso practicaban ejercicio de esta forma, imitando a los atletas de la antigua Grecia.
No era extraño que en aquellos retiros se hablase sobre homosexualidad y estilos de vida alternativos como señala Mark M. Anderson en el ensayo Kafka in context. En varias cartas y entradas de sus diarios describe los cuerpos de sus compañeros de sanatorio, con un interés inusitado y aumentado por estas doctrinas de liberalización del cuerpo de principios de siglo.
En el marco de este movimiento, Kafka empezó a practicar a diario los ejercicios de calistenia del gimnasta danés J. P. Müller. El manual original contaba con fotografías con cada una de las posiciones, demostradas por un bigotudo Müller de aspecto hercúleo. Podemos imaginar al escritor, observando atentamente cada una de las posiciones, imitándolas en su propio cuarto, quién sabe si vestido o imitando también a los deportistas helenos.
Un escritor despierto
"Fue sencillo concentrar todas mis fuerzas en la escritura cuando me di cuenta de que era lo más productivo que podía hacer con mi organismo", anotó en 1912 el escritor. Hasta entonces, la tuberculosis era un signo de degradación del cuerpo que no se entendía como efecto de una bacteria.
Junto con estas nuevas doctrinas dedicadas a la conservación de la mente y el cuerpo, para Kafka se fue formando cada vez más la idea de un ascetismo personal que iba más allá del ejercicio. Aunque resulta curioso que entre estos hábitos no se incluyese el descanso.
Kafka sufría de un insomnio amplificado por unos férreos horarios autoimpuestos. Alrededor de las ocho de la tarde salía del trabajo, devoraba una cena compuesta exclusivamente por productos vegetales y se entregaba a la escritura hasta bien entrada la madrugada. Aunque los fines de semana disfrutaba de salidas a lagos y excursiones que le permitían disfrutar del aire libre, lejos de los cafés literarios donde se reunía con Brod y otros escritores de la escena literaria praguense.
En el mismo año en que teorizaba sobre la única función posible de su frágil cuerpo, el 12 de septiembre describía una jornada que se extendió "desde las diez hasta las seis de la mañana". Con las piernas dormidas bajo el escritorio, el amanecer le sorprendió con el manuscrito completo de La condena.
Los investigadores Antonio Perciaccante y Alessia Coralli desarrollaron un estudio publicado por The Lancet Neurology que giraba en torno al insomnio y sus efectos en la obra literaria del escritor. Los efectos hipnóticos de la ausencia de sueño encajarían dentro del cuadro estético de muchas de sus obras.
Los efectos hipnóticos de la ausencia de sueño encajarían dentro del cuadro estético de muchas de sus obras.
Cuando se sentaba a escribir lo hacía como si de una fiebre se tratase, un impulso en el que se esmeraba por dejar terminado todo el texto de una sola tacada. Sus manuscritos no tenían casi tachones, la mayoría de ellos no fueron reescritos más allá de palabras que eran sustituidas por otras más certeras. En su ascetismo personal, la tarea de escribir se había convertido en una función más a la que se entregaba con total dedicación y la misma necesidad de trascendencia que le llevó a cambiar sus hábitos diarios.
En 1917, el escritor sufrió su primer acceso grave por la enfermedad pulmonar que acabaría con su vida siete años más tarde. En una de las cartas que envió a Milena Jesenská copió las palabras de la sirvienta que le atendía en el palacio de Schönborn tras ver las manchas de sangre que había expulsado durante la noche: "Usted no va a durar mucho". Ante aquella imagen sanguinolenta, Kafka tomó conciencia de la degradación de su cuerpo.
Un escritor enamorado
Monika Zgustova reconstruye en su última novela publicada por el sello Galaxia Gutemberg, Soy Milena de Praga, la vida de la más célebre amiga de Kafka, Milena Jesenská. Un libro que trata de ahondar en la figura de una autora esencial, que participó en la resistencia antifascista durante la II Guerra Mundial, aunque la posteridad la uniese irremediablemente al autor de La Metamorfosis.
Se conocieron de pasada aunque entre ellos existió una de las relaciones epistolares más analizadas de la historia de la literatura. En su primera carta a la escritora, traductora y periodista, el checo evocaba su figura moviéndose entre las mesas del café donde se presentó junto a su marido, Ernst Pollak. Aunque, por su timidez, le fue imposible siquiera dirigirse a ella en el transcurso de aquella velada.
"Caminaba todo el día, subía, bajaba, marchaba a pleno sol, no tosió una sola vez, comía muchísimo y dormía como un lirón, gozaba simplemente de buena salud"
Zgustova nos presenta en su novela a una mujer adelantada a su propio tiempo que cautivó a un autor sensible y comprensivo. Encerrada en un matrimonio abusivo, Kafka significó una válvula de escape. Jesenská además tradujo parte de la obra del escritor al checo, y prodigó su figura entre los ambientes literarios berlineses.
En el segundo y último encuentro entre ambos, informó a Max Brod sobre el buen estado de salud durante aquellos días felices: "Lo llevé por las colinas de los alrededores de Viena [...] Caminaba todo el día, subía, bajaba, marchaba a pleno sol, no tosió una sola vez, comía muchísimo y dormía como un lirón, gozaba simplemente de buena salud, y su enfermedad fue para nosotros esos días como un pequeño resfriado".
Kafka ya había roto dos acuerdos matrimoniales antes de aquel amor febril, el primero con Felice Bauer y el segundo con Julie Wohryzek. Fracasados ambos por la indecisión del escritor, o mejor dicho por su aversión a cualquier forma de vida que no estuviese dedicada a la producción literaria. Ríos de tinta han tratado de exponer la complicada sexualidad de Kafka con sus parejas, su crueldad o incluso su falta de agallas. Sin embargo, pocas frases son más determinantes que la que dejó en la misma carta con la que canceló el que iba a ser el tercer y último encuentro con Milena Jesenská, unos años antes de morir: "Lo esencial salta a la vista: en mi entorno es imposible vivir humanamente".
"Lo esencial salta a la vista: en mi entorno es imposible vivir humanamente"
Lo fuese o no, quedan claros los esfuerzos que hizo para intentar hacerlo en una ambivalencia que tan pronto afirmaba de sí mismo "estar enteramente hecho de literatura", como insistir en que "no hay forma alguna de felicidad mayor que estar contigo todo el tiempo". Esta última frase pertenece a El Castillo, la obra inconclusa que se vio inspirada por aquella Milena con la que compartió los días más felices, inmortalizada para siempre en el personaje de Frieda.
El 3 de junio de 1924, falleció en el sanatorio de Kierling, en Austria. Unos días antes, cuando los médicos le daban por muerto, su hermana Ottla le llevó un ramo de flores, más cerca de convertirse en una corona funeraria que un bouquet con el que animar la estancia. Cuando las acercó al enfermo para olerlas, en un último acto de fuerza, su hermana contó cómo aquella sombra abrió uno de sus ojos y se incorporó para aspirar el olor de las flores una última vez.