"Siempre me gustaron los incendios, todos somos más o menos pirómanos", decía Ernesto Sabato. Solía quemar todo lo que escribía.
Del fuego se salvaron artículos, ensayos y tres novelas ('El túnel' (1948), 'Sobre héroes y tumbas' (1961) y 'Abaddón el exterminador' (1974)), que le llevaron a la fama internacional aunque él no lo entendiese. "Mis obras están llenas de imperfecciones', aseguraba.
Científico antes que escritor
Pero antes de llegar a ser el genio de las letras, Ernesto Sabato encontró en las matemáticas y la física un refugio contra la soledad y la tristeza, "una paz, un orden que necesitaba en medio del caos".
Porque el escritor argentino vivió gran parte de su vida atormentado. Sus diferentes crisis le llevaron a alejarse del comunismo al que era afín, y a dejar de lado una prometedora carrera científica para dedicarse a la escritura.
Un autor comprometido
Tras el escritor de éxito había un hombre comprometido con su tiempo. Luchó para que se hiciera justicia por los miles de desaparecidos de la dictadura argentina, y se mostró crítico hasta los últimos días con el rumbo que estaba tomando la sociedad. "Nadie que sea buena gente puede vivir tranquilo sabiendo que miles de chiquitos mueren de hambre", decía Sabato. "Una sociedad de ese tipo no solamente es una degeneración total de la raza humana, sino una verdadera porquería que no se debió admitir".
Y aún así, aquel hombre atormentado que nos dejó hace diez años confiaba en la juventud. Creía que del hecho de tocar fondo nacía la esperanza.