A estas alturas ya todos sabemos cómo funcionan las vacunas, pero el primero que se fijó en que las lecheras eran inmunes al virus de la viruela fue Edward Jenner. Solo las lecheras estaban en contacto con una cepa bovina del virus, lo cual las hizo resistentes contra la viruela que afectaba a los humanos.
Era 1796, y esta fue la reacción popular ante el hallazgo: "Dibujos que se hacían diciéndole a la gente que se iba a convertir en animales si se ponían las vacunas. Siglo XXI y seguimos en las mismas". Rocío Vidal nos lo cuenta en '¡Eureka!' (Plan B, 2021), un libro que simula ser un periódico para traer al presente la relevancia de 50 descubrimientos científicos, pero también las trabas que sufrieron sus descubridores.
Uno de ellos, el doctor Ignaz Semmelweis que "se enfrentó a toda la comunidad médica porque decía que había que lavarse las manos y que el gran número de parturientas que morían era porque llevaban partículas cadavéricas". Hoy, cuando todos llevamos un bote de hidrogel en el bolso, nadie lo duda, pero en 1850 era preciso un gran compromiso con la ciencia para poder sortear las críticas.
Por supuesto, este compromiso era aún mayor si se era mujer. Hasta hace pocos años se pensaba que John Tyndall había sido el primero, en 1859 en sugerir que la presencia de CO2 en la atmósfera influía en la temperatura del planeta: "En 2011 se descubrió que una estadounidense sufragista ya había hecho una investigación igual de detallada y había descubierto lo mismo". Eunice Newton Foote escribió sobre lo que hoy conocemos como el cambio climático tres años antes de Tyndall.
Vidal remarca que "romantizar tanto el hecho de la dedicación de los científicos a lo largo de la historia está muy bien, pero quizás sea el momento de valorar lo que tenemos". Porque solo la ciencia puede descorrer las cortinas de la ignorancia ante los que se empeñan en vivir a oscuras.