Incluso uno de los primeros humanos conocidos por la ciencia, Otzi, el cuerpo momificado encontrado en los Alpes, lleva en su cuerpo la marca de la violencia: tenía una punta de lanza clavada en el hombro.
Definidos por los conflictos
Difícilmente podía haber imaginado Otzi que 5.000 años después, este pasado siglo 20, las guerras fueron tan globales y sangrientas que hubo que acuñar el término Guerra Mundial.
Y aunque han pasado casi 80 años desde la última, algunas imágenes de entonces hoy nos resultan tristemente familiares, como las de la gente refugiándose de los bombardeos alemanes en el metro de Londres. Y aquellos mensajes pidiendo a la población mantener la calma son ya un icono pop. Y es que los conflictos nos marcan, y las guerras, sostiene Margaret MacMillan, autora del ensayo 'La guerra', determinan quiénes somos.
Los avances de la guerra
Y por incómodo que resulte, muchos de los avances científicos y tecnológicos del último siglo están relacionados con la guerra. El motor de reacción, los transistores, el ordenador o los modernos sistemas de telecomunicación vía satélite. La primera transfusión de sangre se hizo en un campo de batalla, y también las primeras cirugías de reconstrucción. Hasta la penicilina, descubierta en 1928, se empezó a fabricar en plena Segunda Guerra Mundial.
Aunque hay avances que supusieran la mayor letalidad y destrucción de nuestra historia, como las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki o los campos de exterminio nazi.
La belleza que surge del horror
Pero ese lado oscuro del ser humano también ha generado cosas buenas. Hizo que Goya, por ejemplo, abandonara el color para retratar en 82 inolvidables grabados Los desastres de la guerra. Y su influencia marcó a Picasso, autor de una de las obras antibelicistas más importantes de la historia, el Guernica.
Porque solo el arte es capaz de convertir nuestros mayores horrores en belleza.