Naturaleza y lenguaje. Esos fueron los dos pilares de la vida de John Ronald Reuel Tolkien. Huérfano de padre desde muy pequeño, fue su madre quien le inculcó el amor por las plantas.
Así, el joven Tolkien se quedaba prendado ante los paisajes que le rodeaban. Ya fuese el bosque de Moseley, junto a la ciudad en la que creció, Birmingham, las montañas de los Alpes donde viajó con unos amigos a los 19 años, o los acantilados de Cornualles que visitó con su esposa justo antes de casarse.
Su primer trabajo fue como lexicógrafo, pero ya desde pequeño demostró un enorme interés por el lenguaje y los idiomas. Hablaba 13 idiomas y tenía nociones básicas de, al menos, otros 10. Algunas de ellas ya extintas, como el inglés medieval o el gótico.
Pero su amor por la palabra fue mucho más allá. Creó dos idiomas con su vocabulario y su gramática bastante avanzados y apuntó las estructuras básicas de otros 10. Con ellos quiso crear una mitología propia para Inglaterra, al estilo de la griega, pero con elementos propios de su cultura.
Todo esto, y su infinita imaginación, fueron el caldo de cultivo de donde surgió su Tierra Media: el destino imaginario más visitado de la historia.