"Estimados amigos, con fecha de hoy recibo su estimable regalo, y me apresuro a darles acuso de recibo". "Le quedo muy agradecido por dicho regalo, deseando a VD. como a dicho organismo, salud, prosperidad y paz para todo el mundo".
"Le comunico que vengo de recibir el giro postal de 500 francos para ayuda para la calefacción".
Son cartas, decenas, escritas por exiliados españoles en el sur de Francia años ya después de que la guerra llegara a su fin. Dictadas por aquellos que lucharon por la democracia y acabaron instalándose en el país galo. Pretendidamente olvidados por el régimen franquista que, en 1984, hacía ya años que había desparecido.
Y sorprendentemente olvidados, estos anarquistas, por un gobierno socialista, que por lógica tenía que haber sido su mejor aliado. Pero, como asegura Ritama Muñoz-Rojas, autora de 'Los olvidados del exilio', "este grupo de exiliados, además de otras víctimas del Franquismo, pagaron el pato. Interesó sacar más adelante unas cosas y no hablar más de otras... Ahora se ven los resultados que ha tenido nuestra ley de amnistía".
En tierra de nadie
Al envejecer en Francia, aquellos hombres y mujeres, ya sin apenas vínculos con el país por el que dieron su mejor juventud, se encontraron con que no tenían apenas nada.
Viejos y muy enfermos, el gobierno francés apenas les pasaba una pensión que, aunque pequeña, ya era más de la que recibieron de España. Insuficiente en la mayoría de los casos, para vivir dignamente. "Primero se ocupó de ellos una asociación norteamericana que funda Nancy McDonald, una mujer a la que este país le debe una barbaridad y que poca gente conoce", apunta Muñoz-Rojas. "Pero cuando llega la democracia Nancy McDonald dice que le toca a los españoles ocuparse de sus exiliados".
Solos y olvidados
Tres personas crearon la Asociación de Amigos de los Antiguos Refugiados Españoles, para hacerles llegar no solo comida o enseres, sino el cariño que nunca recibieron de su país.
"Veo que, a pesar de los años, no nos olvidan aquellos que tienen la dicha de pisar tierra española y que yo, enfermo, no podré ver jamás".
Cuenta la autora de este libro, en el que se recogen las cartas, que la imagen de Carrillo y de la Pasionaria volviendo a España creó la falsa sensación de que el exilio se había acabado. "Había 500 personas que no podían volver a España, no porque no se les permitiera volver, sino por las condiciones tan difíciles en las que habían sobrevivido".
Atrás, muy atrás, quedaron estos apenas 500 antiguos exiliados que temieron desaparecer de la historia... "las cartas en las que hablan de su soledad son tremendas, porque están solos y les duele su soledad". Pero nadie desaparece del todo mientras haya una sola persona que les recuerde.