Louis-Ferdinad Céline, el autor, llevó la novela a otra dimensión. Le arrancó la corrección, la arrastró por el lodo gramatical y abrió la puerta por la que entraron otros fracasados como Henry Miller, Jack Kerouac o Charles Bukoswski. Pero Louis-Ferdiand Céline, la persona, escribió incendiarios panfletos antisemitas y apoyó a la Alemania de Hitler en la Segunda Guerra Mundial.
Entonces, ¿qué hacemos con sus libros? ¿Dejamos de leer 'Viaje al fin de la noche' a pesar de ser una de las cotas de la novela de principios del siglo XX? ¿Qué pesa más, autor o persona?
La pregunta equivocada
Veamos otro ejemplo. Paul Gauguin compró en Tahití a una niña de 13 años a sus padres por un lote de mercancías. La dejó embarazada y después la abandonó. En realidad ella fue solo una de las muchas amantes de 13 y 14 años que tuvo el pintor en sus viajes por la Polinesia. A finales del siglo 19 ya fue muy polémico, pero sus cuadros se siguen admirando y esta obra suya se vendió en 2015 por más de 250 millones de euros, la segunda más cara de la historia.
Hoy en día no hace falta cometer un delito, con expresar una opinión que se salga de la norma tus obras pueden ser boicoteadas por quienes se ofendan. Pero elegir entre obra o autor no debería ser la pregunta.
Artista, no líder de opinión
Una obra empieza y termina con ella. Y así deberíamos contemplarla. El problema viene cuando le damos al creador de esa obra un poder que no debería tener. Una capacidad para algo más que para crear esa obra. Una influencia en la sociedad. Y asumimos que todo lo que hace y todo lo que dice está bien porque su arte es bueno.
No. Una obra no es un autor, de la misma manera que un autor no es su obra. Pero nunca está de más conocer el contexto para que nuestra opinión sea lo más completa posible. Y a partir de ahí seamos nosotros quienes tengamos el verdadero poder y decidamos qué queremos consumir y a quién queremos admirar.