El 6 de diciembre de 1933 se ponía fin a la Ley Seca en Estados Unidos. Trece años en los que no se pudo fabricar, vender o transportar alcohol a lo largo y ancho de todo el país. Sin embargo, como explica el escritor Daniel Okrent en su libro 'El último trago', desde sus orígenes, los Estados Unidos han estado sumergidos en alcohol.

Un país enraizado en alcohol

Un ejemplo de ello fue en 1630, cuando el barco que llevó al puritano inglés John Winthrop a América tenía en su bodega más de 37 mil litros de vino y llevaba más cerveza que agua. Y ya desde el siglo XIX, en Estados Unidos era más fácil conseguir alcohol que té.

Emborracharse era algo tan común en los EE. UU. que, ya desde el siglo XIX, a la mayoría de las mujeres les enfadaba ver el estado en el que llegaban sus maridos a casa. Levantaron su voz contra los cerveceros y pidieron el cierre de locales primero y la prohibición después. Su empuje fue clave para que La Ley Seca se aprobara.

Racismo y jazz

Aunque hubo más causas. Otra de las aspiraciones para ejecutarla fue el movimiento racista. En los estados del sur, por ejemplo, se decía que el consumo de alcohol provocaba que los negros cometieran delitos.

Pero una tradición así no se detiene de la noche a la mañana, porque durante la prohibición, los estadounidenses siguieron bebiendo alcohol, tirando de ingenio para conseguirlo. Se transportaba alcohol en los lugares más insospechados y se crearon locales clandestinos donde precisamente se popularizó el jazz. Música tocada por afroamericanos, que consiguió que ambas razas bailaran juntas en las pistas de baile.

La Prohibición y la mafia

Pero, paralelamente, los grupos mafiosos fueron aumentando. personajes conocidos como Al Capone o 'Lucky' Luciano se hicieron de oro. Una lacra, la mafia, que no fue posible erradicar ni con el fin de la Ley Seca.