Todo empezó cuando Marta y Laureano se conocen y esta le cuenta que su pueblo acababa de cumplir cincuenta años. Ella es natural de La Cartuja de Monegros (Huesca), y él de Lobería (Buenos Aires). Para un argentino era inconcebible que un pueblo español contase con tan sólo medio siglo de existencia. Y lo que comenzó como un artículo periodístico ha acabado convirtiéndose en un libro: Colonización: Historias de los pueblos sin historia.

Para un argentino era inconcebible que un pueblo español tuviese solo medio siglo de existencia

Precisamente, para hacer este reportaje, Marta nos invita a su pueblo. Un escueto núcleo rural de 267 habitantes (según el censo de 2023) en la estepa oscense. Allí hemos conocido de primera mano las peculiaridades de estas localidades inventadas por Franco para repoblar la España rural. Antes de adentrarnos por sus calles nos llevan a ver el canal de regadío que se encuentra a las afueras custodiado por el célebre monasterio que da nombre a la comarca. Una infraestructura clave para que las tierras pudieran trabajarse.

A unos dos kilómetros aparecen las primeras hileras de casas. Construcciones de piedra caliza de la región con una estructura muy similar. Y presidiendo el pueblo vemos a lo lejos la torre de la iglesia, una construcción que nos sorprende al llegar a su encuentro. Tiene un moderno mosaico que hace presagiar que fue construida en los sesenta.

La paradoja de los pueblos de colonización

Las iglesias son el símbolo de esos valores cristianos con los que los colonos amparados por el régimen franquista debían de comulgar y a la vez fueron un elemento modernista sin precedentes en la España de la época. El Concilio Vaticano II de 1962 abrió la puerta al arte abstracto. "Con ese arte no figurativo aceptado como arte sacro, se rompe el que un fiel entrase en los templos mirase las pinturas y entendiese el mensaje bíblico", explica Laureano.

Nos señala la fachada principal de la iglesia presidida por el colorido mosaico modernista. "Hemos ido por muchos pueblos de colonización y no hemos encontrado un mosaico como éste en una fachada, es una pieza única", comenta Marta. Además, añade que recuerda cómo de niña jugaban en esa misma fachada asestando balonazos sin ser conscientes de que semejante mural constituye en sí mismo una obra de arte moderno.

Muchos de los artistas que decoraron las iglesias de estos pueblos venían del Partido Comunista

Nos señala en el margen inferior derecho una zona que ha perdido los baldosines, porque estaba cerca de donde se celebraban las tradicionales hogueras. Un lugar donde quizá pudo ubicarse la firma del autor. Poco o nada se sabe de esos 26 escultores, 38 pintores o 7 ceramistas que trabajaron para el conjunto de pueblos de colonización.

Muchos de los artistas venían del Partido Comunista, se habían ocultado durante el régimen, necesitaban trabajar y el arquitecto Fernández del Amo les dio la oportunidad de trabajar con las iglesias de colonización. "Eran artistas formados en las vanguardias europeas y a la vez muy atentos con la arquitectural rural, y algunas de sus obras acabaron en el primer museo de arte moderno que después se llamaría Reina Sofía". Los pueblos, hoy olvidados, como cuna de la vanguardia artística.

Testigos de los cambios sociales

Las características de estos pueblos nos ayudan a comprender los cambios sociales y demográficos que se han dado en las últimas seis décadas. Un concepto tan de actualidad como la España vaciada se entiende atendiendo a la realidad de estas localidades. Lo explica Marta frente al único bar de La Cartuja: "Este es el bar mi familia. Lo estuvimos llevando durante 35 años y ahora es el único servicio que queda en el pueblo".

La tienda cerró hace años y para sacar dinero o hacer cualquier recado hay que desplazarse a unos kilómetros hasta el pueblo más cercano.

A pocos metros de allí llegamos a la escuela, el mismo colegio en el que se formó la autora. "Por aquí corríamos para entrar, mantiene el cartel de escuela de niñas e incluso las mismas ventanas", relata emocionada. "Me trae muchos recuerdos de mi infancia", confiesa.

Marta es profesora y, recordando que tenían un único profesor para tres cursos, reflexiona frente al centro educativo sobre el fenómeno de la despoblación. "Cada vez se está llevando la educación pública a unos ratios más altos y a clases más saturadas. En el mundo rural se adolece de lo contrario: los ratios son muy bajos", apunta. "Lo que hay es un riesgo de que las escuelas desaparezcan y también podría ser un factor motivacional para que la gente viniera".

Aprovecha para homenajear al profesor que ha formado a varias generaciones, Manuel Antonio Corvinos. "Cuando se jubiló le escribí una carta", confiesa. "Se encargaban de un aprendizaje no basado en notas sino en capacidades y progresos y en ese sentido es muy importante la atención y la continuidad del profesorado, porque una vez que conoces al alumnado trabajas mejor, te lo digo yo que soy docente", bromea.

En el libro, además, subrayan experiencias de pueblos de colonización que enfrentan la despoblación con el atractivo de escuelas que ofrecen pedagogías alternativas atractivas para muchos padres y madres.

Encarna, una de las primeras colonas

Entrar a la casa de Encarna (que aún conserva la fachada original y esas placas de cerámica características) nos hace retroceder a 1967. Fue el año en el que muchas familias llegaron ilusionadas a estrenar ese pueblo que prometía una vida próspera en medio de un desierto convertido en tierra yerma gracias a las canalizaciones de riego.

Muchas familias llegaron ilusionadas a estrenar ese pueblo que prometía una vida próspera en medio de un desierto convertido en tierra yerma

Encarna y su marido vinieron desde Granada. Nos recibe en su salón con un manojo de fotos que atestiguan esa emoción de saberse por fin propietarios tras haber recibido lo que el régimen llamaba 'el lote': "Consistía en una vaca y un terreno con una casa muy básica. Aquí no había lujos y nadie regaló nada", recalca.

Reconoce que el hecho de tener un baño en el corral ya era un avance para la época pero que hubo que trabajar mucho para sacar la casa y las tierras adelante. "Esto hubiera sido imposible sin esas familias tan numerosas, con tanta mano de obra en cada una de las casas para poner en marcha los campos para que las tierras dieran algo", apunta la autora.

La familia de la autora, colonos de primera generación

Marta nos presenta a Alfonso y Natalia, sus padres. Llegaron también a ese pueblo en construcción que se vendía por el régimen como la tierra prometida. Una tierra muy laboriosa que hizo que Alfonso años antes tuviera que abandonar sus estudios y ayudar a su familia. "Aquí, en el momento en que tenía un hijo 10 u 11 años iba al campo a trabajar", asegura. También Marina, que nada más llegar se tuvo que poner a trabajar en la tienda familiar que daba servicio a la localidad.

Nos enseñan su parcela donde han ido construyendo su hogar. Lo que eran las cuadras es hoy una extensión de la casa, reformada y modernizada. Y aseguran que todo cuanto vemos como las aceras y las calles se fue construyendo gracias al trabajo de los vecinos y vecinas. "Vinimos aquí y aún estaba sin terminar, estaban las zanjas y había luz en las casas pero en la calle no había luz y los arbustos te llegaban por las rodillas sin calles pavimentadas", relata Alfonso.

"El primer año aquí fue duro, no había panadería ni tienda y si ibas a casa por la noche te pegaba uno un bofetón y no sabías que te había pegado porque no se veía absolutamente nada".

Para las mujeres era doblemente duro plegarse a la moral franquista por la que, por ejemplo, vestir minifalda era visto como un acto de rebeldía

Su mujer, Marina, tiene una visión crítica de esa imagen de progreso que vendían con esas localidades inventadas por Franco. "Imagina que en los 60, la época de los seiscientos, aquí apenas había tres coches, por ejemplo. Desde mi punto de vista fue un retroceso, no fue como migrar hacia País Vasco o Cataluña, el venir aquí fue muy ilusionante pero quien no tenía nada hubiera salido adelante en cualquier sitio", critica Marina.

"Lo que nos tocaba a los hijos mayores era trabajar para ayudar en casa al margen de esa España que despegaba".

Nos cuentan que en la parcela de al lado ahora viven migrantes marroquís que han venido a trabajar como necesaria mano de obra para el campo. Y curiosamente, ven en ellos un reflejo de lo que ellos sintieron cuando llegaron a estas localidades, porque confiesan que en ese experimento eran algo parecido a los migrantes hoy, cuando son injustamente tratados como ciudadanos de segunda.

"Nos decían despectivamente 'esos de esos pueblos', como haciendo de menos", comenta Marina. "Si ibas a un baile y te sacaban a bailar era o para reírse de ti o, al revés, no te sacaban a bailar porque eras de esos pueblos y siempre al final acabábamos haciendo guetos.

"Nos decían despectivamente 'esos de esos pueblos'. Si ibas a un baile y te sacaban a bailar era o para reírse de ti"

Marina nos invita a pasar a la casa y nos muestra objetos personales que guarda de décadas atrás como las fotografías familiares o su cartilla de la sección femenina. Relata que para las mujeres era doblemente duro plegarse a la moral franquista por la que, por ejemplo, vestir minifalda era visto como un acto de rebeldía.

Cuenta que la sección femenina estaba muy instaurada en los pueblos, dinamizaba algunas actividades para esas mujeres que tenían que trabajar doblemente dentro y fuera para sacar adelante la cosecha de las tierras y a las familias.

Su hija Marta, autora del libro, recalca que en el trabajo de investigación han puesto el foco en las mujeres de esos pueblos rurales. "Lo hicimos con perspectiva de género para poner a la mujer en el mapa no solo de la colonización, sino también de la España rural. Fueron un factor fundamental, se ocuparon de los cuidados, trabajaron en el campo, trabajaron con los animales, pero además fueron grandes sostenedoras de la cultura, de poner en marcha proyectos culturales en estos pueblos y darles vida".

Memoria democrática

Durante todas nuestras charlas con los colonos que quedan en esta población y tras leer el libro, intuimos ese debate delicado de estos pueblos que nacen de un proyecto de Franco. Cuatro de ellas, de hecho, mantienen una nomenclatura que contraviene la Ley de Memoria Histórica de 2022. Son Villafranco del Guadiana (Badajoz), Villafranco del Guadalhorce (Málaga), Alberche del Caudillo (Toledo) y Llanos del Caudillo (Ciudad Real).

"En los pueblos de colonización el tema de los abusos de la dictadura franquista entra por muchos aspectos: las colonias penitenciarias, el régimen de los trabajos forzados. Por ejemplo, un campo de concentración que existió y después ese campo se ocultó y se fundó un pueblo de colonización. Que actualmente haya cuatro pueblos de colonización que tienen nombre franquista influye en nuestra vida democrática", comenta Laureano.

Cuatro de estas localidades mantienen una nomenclatura que contraviene la Ley de Memoria Histórica de 2022

"Me sorprendía que depende con qué personas había temas que no se podían hablar, y hay que hablar de ello para que no caiga en el olvido, creo que vamos a tener una sociedad más democrática, una sociedad mejor".

En la misma línea Marta comenta que ese fue el germen del libro, que el legado de estas familias de colonos no cayera en el olvido silenciado por la incomodidad que generan las temáticas con la herencia franquista. "Debemos dejar de ser herederos del silencio, no es un afán de enfrentar sino un afán de sanar", apuntala la autora.

Y eso es lo que han intentado trazar en las 282 páginas del libro. Una compleja radiografía de un fenómeno insólito, pueblos inventados por la dictadura con el afán de llevar prosperidad a la España rural que hoy sobreviven atravesados por todas las problemáticas actuales como son el éxodo a núcleos urbanos o el fenómeno de la turistificación y la gentrificación. Un completo ejercicio de memoria con homenaje a esas cincuenta y cinco mil familias que protagonizaron este hecho insólito.