El estrés no es solo cosa de adultos, pues problemas al final tenemos todos, incluidos los niños/as, aunque no pensemos en ello. Pero ellos también sufren las adversidad de la vida y así lo expresan. Pero lo hacen a su manera, pues el estrés infantil suele manifestarse de otra forma diferente al estrés de los adultos, al igual que la ansiedad.
Por ejemplo, la pandemia del COVID-19 también les pasó factura a los más pequeños/as: un informe publicado en 2022 por la Asociación Española de Pediatría (AEP), señalaba que la crisis sanitaria provocó un aumento de hasta el 47% en los trastornos de salud mental de los menores, pero otros problemas más circunstanciales como por ejemplo, el divorcio de sus padres o un caso de bullying o acoso escolar pueden ser motivos de estrés.
Podemos definir el estrés infantil como "una reacción emocional intensa ante una situación que exige del menor un cambio o un proceso adaptativo, ante los que percibe no tener experiencia previa o herramientas cognitivas y emocionales para enfrentarse a ellos, resolverlos, asumirlos y que pasen a formar parte de su arsenal emocional-afectivo", explica a laSexta.com Ana Jiménez-Perianes, psicóloga sanitaria experta en psicología clínica infanto-juvenil y profesora de Psicología de la Facultad de Medicina de la Universidad CEU San Pablo .
"Este tipo de reacción psicológica en el niño suele estar relacionada con sus sentimientos de autoconocimiento y autoconfianza, pues a menor desarrollo de estos dos procesos psicológicos, más dificultades para afrontar las situaciones que generan malestar emocional o miedos intensos", añade la profesional.
El ciclo vital como es lógico es lo que diferencia el estrés adulto del infantil: "En un menor, las fuentes de malestar suelen estar relacionadas con las tareas escolares o las calificaciones de los exámenes, las situaciones de acoso en la escuela, la relación con los amigos o con otros hermanos, los problemas en la relación de pareja de los padres (separación o divorcio, o violencia en el hogar) o incluso la adaptación a los cambios físicos que se producen con el paso del tiempo", explica la experta.
Las fuentes de malestar en los menores y que pueden ser generadores de estrés están relacionadas con tareas escolares, notas, situaciones de acoso en la escuela, la relación con los amigos, divorcio de los padres, etc
Y todas estas situaciones son generadoras de estrés en el menor que se enfrenta a ellas con mayor o menor fortuna para resolverlas. De hecho, "y en esto pueden coincidir con el estrés del adulto, cuanto más compleja es la situación origen del estrés y más difícil es dar una respuesta para resolverla, más estrés percibido. Y este estrés puede convertirse en una respuesta crónica a largo plazo", indica.
No obstante, también debemos explicar que el estrés bueno, o euestrés, también existe, y en los niños está relacionado con el aprendizaje de estrategias de comportamiento para resolver sus problemas, para que el niño adquiera habilidades relacionadas con cómo piensa, siente y actúa ante los problemas propios de su edad.
De tal modo que, tal como explica la experta, el niño/a va aprendiendo a enfrentarse y resolver situaciones propias de su edad. "Si este aprendizaje se altera o el niño no está preparado para ponerlo en funcionamiento, aparecerá el estrés negativo, que retroalimentará la sensación de incapacidad del menor y dificultará la solución de problemas a largo plazo".
Cuáles son los síntomas o signos más frecuentes del estrés infantil
Los más pequeños suelen "notar" el estrés cuando se hacen conscientes de que hay situaciones de su vida cotidiana que no pueden manejar y que se transforman en miedo a que aparezcan o se vuelvan más complicadas de asumir. "El niño/a quizás no tenga el vocabulario desarrollado como para decir que tiene estrés, pero la palabra 'agobio' (estoy agobiado) puede ser un buen sinónimo", explica Jiménez-Perianes.
Al igual que en la ansiedad, una de las manifestación más comunes en los pequeños del estrés infantil es es la somatización: "Al no saber de manera correcta los problemas que tienen en su día a día, la forma más habitual es el dolor de tripa, cefaleas, mareos e incluso taquicardias".
Además, también puede haber componentes emocionales en la respuesta del niño, sino también otros de tipo más comportamentales como la inquietud, la agresividad, la ira o la búsqueda de conflictos son evidencias más físicas del estrés infantil.
- Somatizaciones físicas: dolor de cabeza, de tripa, mareos, disminución de apetito, alteraciones del sueño, incluso taquicardias.
- Signos de comportamientos: inquietud, agresividad, ira o búsqueda de conflictos
Por otra parte, explica que "el modo en que los adultos podemos detectar la aparición de síntomas de estrés en los menores está en la observación de cambios en su rutina diaria de los pequeños". Esto es, cuando veamos a nuestros hijos/as:
- Con más preocupaciones.
- Con la aparición de miedos, que en ocasiones significan una regresión en su desarrollo socioemocional.
- Con problemas para conciliar el sueño o con despertares por pesadillas.
- Con la búsqueda del apoyo del adulto cuando, en ocasiones, ya había alcanzado un cierto grado de autonomía personal.
- Con la evidencia de que el niño/a tiene más dificultades para tomar decisiones cuando están relacionadas con la fuente de su estrés.
"Además de estos componentes más cognitivos, las disfunciones psicosomáticas son un buen predictor de las dificultades del niño para asumir y afrontar las situaciones que le generan el estrés", recuerda la profesional.
10 consejos para ayudar a nuestros hijos/as con el estrés infantil
Una de las cosas más importantes que debemos tener en cuenta es podemos ayudar a nuestros hijos a superar este estrés, que el estrés se puede tratar y solucionar. Es por ello que Ana Jiménez-Perianes quiere ofrecer a laSexta.com algunos consejos que seguro serán de ayuda a las familias.
1. Dar seguridad al niño en su casa, que es donde él buscará refugio y cuidados.
2. Hacer cosas juntos, toda la familia, desde recoger la casa hasta ir al cine.
3. El adulto siempre es un modelo de comportamiento para los menores, aunque no quiera. Ser un modelo positivo no es difícil y también ayuda a disminuir el estrés del adulto, además del estrés del niño.
4. ¡Ojo! con las redes sociales en general, pues suelen ser fuente de malestar por la falta de sentido crítico que pueden tener los menores.
5. Atentos a los contenidos que los menores consumen en televisión o Internet. No perder de vista la supervisión parental mientras el niño se está desarrollando. Ayudarle a hacer un buen uso de las tecnologías de la información y la comunicación es la mejor manera de evitar problemas mayores.
6. El deporte en familia es una fuente permanente de salud física y mental.
7. Si se anticipan cambios en la familia, en el colegio o en el lugar de residencia, siempre es mejor que el niño lo sepa de primera mano, pues le dará tiempo a adaptarse la nueva situación.
8. El autoconocimiento, la autoestima, la autoafirmación personal y la responsabilidad sobre sus propios actos son los cuatro pilares en que debe asentarse el desarrollo del niño, y su transición a la adolescencia.
9. Estar atento a la aparición de los primeros signos o síntomas de estrés permitirá una intervención informal o profesional, si su gravedad aumenta, que ayudará al menor a aprender a gestionar sus emociones, miedos y dificultades.
10. Los adultos deben estar dispuestos no sólo a oír, sino a escuchar a los niños. Tienen mucho que decirnos y, en la mayor parte de las ocasiones, pueden darnos las pistas para resolver los conflictos que son fuente de su estrés. Promover la ventilación emocional y confianza.
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