Desde hace ya más de una década, sabemos, y así lo escuchamos, que el intestino es nuestro segundo cerebro. Y que las emociones y el estrés influyen, como factor ambiental, en la aparición de determinadas enfermedades digestivas, esto es, son factores que aumentan el riesgo de desarrollar alguna o de tener síntomas gastrointestinales que si aparecen de forma recurrente deberíamos acudir al médico.

Pero, ¿Qué tiene que ver el intestino y lo que comemos con nuestro cerebro y con nuestras emociones? No es casual que frases tan comunes dentro de nuestro hábitat como "me cago de miedo" o "tengo un nudo en el estómago" sean tan frecuentes.

"El intestino, esa estructura longitudinal de 7-8 metros encargada de la digestión y absorción de nutrientes, tiene al igual que el cerebro una red neuronal muy extensa que también produce neurotransmisores, como la serotonina, que regula las emociones y el estado de ánimo", explican a laSexta.com Sandra Ruiz, Dietista Nutricionista y Andrea Martínez, psicóloga Sanitaria, ambas del centro de Alimentación, Ejercicio y Psicología Alimentación 3S .

El intestino tiene al igual que el cerebro una red neuronal muy extensa que también produce neurotransmisores, como la serotonina, que regula las emociones y el estado de ánimo

Sandra Ruiz, nutricionista y Andrea Martínez, psicóloga

Además, añaden las expertas que "hay una parte específica del sistema nervioso llamada sistema nervioso entérico, que se encarga de controlar al aparato digestivo y por lo tanto, de controlar el movimiento, las secreciones y el funcionamiento de los órganos que confieren nuestro sistema digestivo".

También, y por otro lado, debemos tener en cuenta que "en nuestros intestinos habitan billones de colonias de bacterias que están en constante comunicación con nosotros y con nuestro cerebro, y son las encargadas de realizar muchas funciones importantes como la de digerir la fibra, y obtener como resultado sustancias beneficiosas para nosotros como producir ciertas vitaminas o tener un papel clave en el sistema inmune, aquel que controla y protege nuestras defensas.

"Entre el cerebro y las bacterias hay una comunicación bidireccional constante, mediante el nervio vago, hay un intercambio de neurotransmisores y señales que nos permiten entender este eje entre el intestino y el cerebro", sostienen.

Sí, las emociones influyen en el intestino

Como dijimos al principio, expresiones digestivas como 'me cago de miedo' o 'tengo un nudo en el estómago' no es nada raro, teniendo en cuenta la conexión directa que existe entre nuestro cerebro e intestino. Por lo que "podemos afirmar que sí, que nuestras emociones negativas afectan a nuestro intestino", sostienen Ruiz y Martínez.

Y es que, tal como explican las profesionales, sabemos que "las emociones son una experiencia multidimensional que afecta a nuestra parte cognitiva, conductual y fisiológica, por lo que podemos comprender que estas áreas pueden verse afectadas cuando experimentamos una emoción negativa".

De este modo, no es raro que "se nos acelere el tránsito intestinal el día de una presentación importante en el trabajo, ya que nuestras emociones, estarán jugando un papel importante". Sin embargo, recordamos que no es que haya emociones "buenas o malas" sino "agradables o desagradables".

"La alegría nos hace sentir bien para informarnos de que estamos en el lugar adecuado y de que debemos seguir haciendo lo que estamos haciendo, mientras que el estrés o la ansiedad nos hacen percibir una amenaza, dejándonos claro que hay que prepararse", explican, por lo que "todas las emociones tienen una función adaptativa que nos permite movernos en nuestro entorno y relacionarnos de forma segura".

La relación con el intestino sería, por tanto, la siguiente:

  • Cuando estamos estresados liberamos más cortisol y su aumento puede provocar una alteración en la microbiota, lo cual acaba produciendo en muchos casos una inflamación intestinal.
  • Y cuando nos sentimos ansiosos estamos percibiendo una amenaza o un peligro y ahí nuestro cerebro puede llegar a retardar o detener nuestra digestión para focalizar toda su atención en el estímulo temido, lo cual puede provocar calambres, diarrea, mareos, dolor de tripa... y podría derivar en varios problemas gastrointestinales como el Síndrome de Intestino Irritable (SII).

Síntomas y problemas digestivos más frecuentes

Es importante tener en cuenta cuáles serían los problemas digestivos más frecuentes asociados a ese estrés y a esas emociones negativas y ante qué síntomas deberímos acudir a un médico, siempre que éstos se prolonguen en el tiempo, que no sean algo puntual.

De este modo, según explican Ruíz y Martínez, los problemas gastrointestinales más comunes asociados a ellos son:

  • Alteración de la producción de saliva, lo que puede permitir la entrada y colonización de hongos y bacterias a nivel oral.
  • Alteración de la producción de ácido del estómago, lo que puede traducirse en acidez y reflujo.
  • Alteraciones del tránsito intestinal acelerando o ralentizando el ritmo habitual y conllevando con ello descomposición (diarrea) o estreñimiento, además de la inflamación de las paredes del intestino, haciendo que no se acaben de digerir bien los nutrientes, no se puedan absorber y causen intolerancias.

Además, añaden las profesionales, también se alteran "las secreciones de jugos biliares y pancreáticas, dificultando aún más la digestión, e incluso puede ser que se altere la válvula ileocecal, es decir, la compuerta que separa el intestino delgado del colon, y que en vez de ir solamente en una dirección como sería su función, bacterias del colon pasen al intestino delgado y habiten un territorio que no deberían, luchando contra las propias bacterias y facilitando el sobrecrecimiento de algunas oportunistas, entre muchas otras consecuencias".

Con todo ello, los síntomas por los que deberíamos acudir a un profesional serían los siguientes, pero siempre, insistimos, que sean regulares en el tiempo y no una cosa puntual. Esto es, cuando a diario notemos: acidez, hinchazón abdominal, gases que huelen mal, periodos largos de descomposición, dolores de cabeza constantes, etc.

"Todos ellos son síntomas de alarma que nos está mandando nuestro cuerpo, de que algo no acaba de funcionar del todo bien, y con las prisas del día a día, se tienen a normalizar estos síntomas y se aprende a convivir con ellos, cuando deberíamos prestarles la atención que se merecen", finalizan las profesionales.