En el corazón de la Europa medieval surgió un movimiento femenino único: las beguinas. Fueron mujeres cristianas que tomaron la valiente decisión de vivir sin el control directo o la influencia de los hombres, estableciendo sus propias comunidades, siento independientes y dedicando su vida a ayudar a los demás.

Su propósito era el de buscar la santificación en libertad. Las beguinas fueron pioneras de la libertad y la autosuficiencia en una época en que la vida de las mujeres solía estar dominada por los padres, los maridos o las instituciones religiosas. Estas mujeres también desempeñaron un papel decisivo en la ayuda a los enfermos, creando lo que se puede considerar como el primer ejemplo de enfermería moderna.

¿Quiénes eran las beguinas?

El movimiento de las beguinas comenzó hacia el año 1200 en Flandes y los Países Bajos (la actual Bélgica y los Países Bajos) y se fue extendiendo a otras partes de Europa, como Francia, Alemania, Suiza e Italia.

Al principio, eran sobre todo de los estratos superiores de la sociedad, pero con el tiempo, las filas de las beguinas se verán más marcadas por las clases populares.

Aunque su origen exacto sigue siendo incierto, lo que sabemos es que estas mujeres se reunían para formar comunidades independientes conocidas como "casas de beguinas" o "beguinaje".

¿Qué es un beguinaje?

Cada beguinaje era una pequeña comunidad cerrada donde las mujeres podían vivir, trabajar y practicar su culto, libres de interferencias externas.

Las beguinas eran únicas porque no estaban plenamente integradas en la Iglesia como monjas ni completamente separadas de ella. Llevaban una vida religiosa, pero sin hacer votos formales. Esto les daba la libertad de abandonar el beguinaje en cualquier momento si así lo decidían.

"Decididas a abrazar una nueva vida, ellas desean vivir su fe y los valores evangélicos de un modo más radical, conservando al mismo tiempo su estado laico, es decir, sin pasar por un convento o un monasterio", describe Silvana Paciera en su libro 'Las Beguinas: Mujeres por la libertad'.

Precisamente esta libertad hacía que sus comunidades fueran atractivas para mujeres muy diversas y con circunstancias diferentes, desde viudas y solteras hasta mujeres desplazadas por la guerra u otras penurias.

Solo en Bélgica representaban alrededor del 6% de la población en su apogeo, y se estima que más de 200.000 beguinas estaban activas en Alemania a principios del siglo XIV, un dato que se conoce por una carta de Juan XXIII al obispo de Estrasburgo del año 1321. También se conoce que en 1372 vivían unas 1.300 beguinas en Bruselas, lo que supone más del 4% de la población entonces.

¿Cómo vivían las beguinas?

Aunque la modalidad que más se conoce es la del beguinato, es decir, la vida en grupo, lo cierto es que la experiencia beguinal de las mujeres también tenía lugar de manera de otras formas: como quedándose en la propia familia consagrada a la oración y la caridad, viviendo sola en su propia casa o como ermitaña, o incluso en una vida errante, aunque esta modalidad se prohibió.

También es poco conocido que del mismo impulso religioso que da vida a las beguinas, surgieron también los beguinos. Se trata de hombres seculares que no hace profesión de votos y viven en una comunidad dependiendo de un superior. No obstante, en la modalidad masculina a diferencia de la femenina, ellos no tenían propiedad privada. Por lo general, en este grupo había hombres de origen modesto, dedicados a oficios como tejedores, cardadores de lana o tintoreros, entre otros, que no habían tenido mucha suerte en la vida.

Los beguinatos tenían unas condiciones de admisión. La mujer debía ser mayor de 18 años, no estar enferma ni endeudada y poder ganarse la vida por ella misma. Además, debía provenir de una familia honorable y virtuosa. Las viudas y sus hijos también podían ser admitidos.

Al principio no tenían hábito, pero se introdujo más adelante. De ellas se esperaba que vivieran de manera modesta, aunque no elegían la pobreza como un fin en sí mismo. Cada una organizaba su vida según sus gustos y preparaba su comida.

No hay una comunidad de bienes entre las compañeras, pero la comunidad beguinal garantiza una ayuda económica o, en su defecto, los alimentos, la calefacción y la luz.

Para las beguinas, el trabajo era una necesidad económica y una parte importante de su espiritualidad. Podían dedicarse a los trabajos manuales, la educación o las obras de misericordia en las que se incluyen la asistencia a ancianos o enfermos, ya fuera en la enfermería del beguinato o a domicilio.

Las beguinas, primeras enfermeras de Europa

El papel de las beguinas como cuidadoras fue una de sus aportaciones más significativas a la sociedad medieval. En una época en la que la atención sanitaria era rudimentaria en el mejor de los casos, las beguinas se dedicaron a cuidar de los enfermos, los pobres y los ignorados por la sociedad, incluidas las prostitutas y los vagabundos.

Trabajaban en instalaciones conocidas como "Hotel-Dieu", donde atendían las necesidades físicas y espirituales de la gente, combinando los cuidados prácticos con la compasión.

Su dedicación a ayudar a los necesitados ha llevado a muchos historiadores a reconocerlas como unas de las primeras enfermeras de Europa.

Una beguina notable, Isabelle Duvit, de Bélgica, abrió la que se considera la primera escuela pública de Europa, lo que demuestra que su compromiso con el bienestar de la comunidad iba más allá de la asistencia sanitaria. Sus contribuciones en estas áreas fueron tan impactantes que Raoul Manselli, historiador medieval, les atribuyó la "segunda evangelización de Europa".

Llevaron un mensaje de caridad y compasión a las zonas urbanas, ofreciendo no sólo atención médica sino también apoyo emocional y espiritual. De este modo, las beguinas crearon un modelo de enfermería y cuidados que influyó en la sociedad europea. Allanaron el camino para futuros modelos sanitarios al hacer hincapié en la importancia de cuidar tanto del cuerpo como del alma, un enfoque holístico inusual para la época.

Resistencia y persecución

A pesar de su contribución a la sociedad, las beguinas se enfrentaron a una importante oposición por dos razones principales, como explica María Cristina Inogés Sanz en su libro 'Beguinas: Memoria herida':

En primer lugar, su nivel intelectual superior al de gran parte de la población, incluyendo a muchos miembros del clero, las convertía en objeto de desconfianza y temor. Su erudición y capacidad de pensamiento crítico eran percibidas como una amenaza potencial al orden establecido.

En segundo lugar, su dedicación desinteresada al cuidado de los más necesitados, sin esperar recompensa alguna, contrastaba fuertemente con las prácticas de la época. Su humildad y sencillez, en lugar de ser admiradas, generaban suspicacia y rechazo en una sociedad medieval que estaba experimentando profundos cambios.

Este rechazo se enmarcaba en un contexto histórico donde la Iglesia había sufrido una transformación significativa. De ser una institución que promovía la caridad y el amor al prójimo, se había convertido en una entidad más preocupada por perseguir a quienes consideraba infieles o herejes. La Inquisición se había erigido como un poderoso instrumento de control, aprovechándose en gran medida de la falta de educación y el analfabetismo generalizado de la población.

En este ambiente, la independencia intelectual y espiritual de las beguinas, así como su labor caritativa, eran vistas con recelo y consideradas potencialmente peligrosas. De hecho, a principios del siglo XIV, el Papa Clemente Vexcomulgó a todo el movimiento de las beguinas, tachándolas de herejes.

La Inquisición persiguió a muchas beguinas, acusándolas de herejía e incluso de brujería. Algunas fueron arrestadas y otras quemadas en la hoguera. La Iglesia consideraba demasiado radicales sus creencias y prácticas, que incluían elementos de misticismo.

Sin embargo, esta persecución no borró su legado. Muchas comunidades persistieron en secreto y otras se adaptaron para evitar el conflicto directo con la Iglesia. Su resistencia y su fe les permitieron perdurar y dejaron una huella duradera en las comunidades a las que sirvieron.

El legado de las beguinas

Aunque el movimiento de las beguinas disminuyó tras la Edad Media, su influencia sigue siendo significativa. A menudo se las considera precursoras de la independencia de la mujer, pues demuestran cómo las mujeres pueden crear espacios para sí mismas incluso dentro de sociedades restrictivas.

Su modelo de vida en comunidad y apoyo mutuo ha inspirado movimientos similares, incluidos algunos proyectos modernos de cooperativas de viviendas que se centran en la autosuficiencia y los recursos compartidos.

En el ámbito sanitario, el enfoque holístico de las beguinas para atender a los enfermos y necesitados sentó un precedente que acabaría dando forma a la profesión de enfermería. Fueron pioneras en la idea de combinar la asistencia sanitaria práctica con el apoyo emocional, y su ejemplo sentó las bases de los valores de compasión y dedicación que hoy son fundamentales en la enfermería.

En un mundo que a menudo pasaba por alto la contribución de las mujeres, las beguinas demostraron que podían asumir funciones vitales en la sociedad, cuidando tanto de las personas como de las comunidades.

Sus beguinajes, algunos de los cuales siguen en pie en Bélgica y los Países Bajos, sirven de recordatorio físico del movimiento. Hoy en día, estos beguinajes son Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y preservan la memoria de estas mujeres extraordinarias que desafiaron las convenciones y dedicaron sus vidas a una vocación más elevada.

El legado de las beguinas es un testimonio de la fuerza y la resistencia de las mujeres que decidieron vivir con autenticidad, servir a los demás y permanecer unidas.