En la actualidad, más de 330 millones de personas padecen depresión a nivel mundial. Esta cifra es conservadora debido a la complejidad en el diagnóstico y a la heterogeneidad de la enfermedad.

Los trastornos depresivos son una de las principales causas de discapacidad y afectan a múltiples aspectos de la calidad de vida de las personas como el bienestar emocional, las relaciones sociales, la capacidad funcional y la salud física. Por suerte contamos con herramientas para prevenir su aparición, y la actividad física puede ser una de ellas.

El riesgo de desarrollar depresión está influido por una red de factores genéticos, biológicos, psicológicos, ambientales, sociales y de conducta. Entre ellos, los estilos de vida poco saludables (como no hacer suficiente actividad física de forma regular) podrían jugar un papel clave en el deterioro de la salud mental.

Por ello, identificar estos riesgos y promover estrategias preventivas puede ser crucial para reducir la incidencia de la depresión y mejorar la calidad de vida de las personas.

Nuestro nivel de actividad física es insuficiente

La actividad física es parte integral de una vida saludable, pero el 81 % de los adolescentes y el 31 % de los adultos a nivel global no cumplen con las pautas recomendadas.

A su vez, dos tercios de las regiones mundiales registran tendencias al alza en la prevalencia de niveles insuficientes de actividad física. En 2019, este déficit contribuyó a 830 000 muertes y a 16 millones de años de vida ajustados por discapacidad en todo el mundo. Estas cifras reflejan un aumento de alrededor del 84 % si las comparamos con 1990.

El investigador Steven Blair estudió las fracciones atribuibles de muertes por todas las causas según diferentes factores de riesgo y sostuvo ya en 2009 que “la inactividad física es el mayor problema de salud pública del siglo XXI”. Los datos actuales no se alejan de esta afirmación y es necesario que la actividad física sea una prioridad de salud pública a nivel global.

Un estilo de vida activo podría influir positivamente en la prevención de la depresión a través de mecanismos biológicos (como la neurogénesis y la reducción de la inflamación) y psicosociales (como el aumento de la autoestima y el apoyo social). Sin embargo, los potenciales beneficios son contrarrestados por el aumento global de niveles insuficientes de actividad física que se ha producido en las últimas décadas.

Este cambio en el estilo de vida no solo amplifica la incidencia de la obesidad, las enfermedades no transmisibles y la mortalidad prematura. También contribuye a la degradación del medio ambiente y a una mayor carga económica por gastos sanitarios y pérdidas de productividad. En esta tendencia influyen varios factores como la rápida urbanización, las ocupaciones sedentarias y los sistemas de transporte modernos.

El progreso hacia una reducción relativa del 15 % en los niveles insuficientes de actividad física para 2030 según la meta de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido lento. Según las tendencias de los últimos años, no se alcanzaría el objetivo propuesto.

Por ejemplo, según el reporte de la OMS sobre el estado global de la actividad física en 2022, con datos de 166 países, menos de un tercio presentó pautas nacionales para todos los grupos de edad y poco más del 40 % exhibió estándares de diseño vial para caminar. La promoción de la actividad física en la población general continúa siendo un desafío.

El recuento de pasos diarios como estrategia preventiva

El número de pasos diarios es una medida objetiva sencilla e intuitiva para la promoción de actividad física. Su recuento tiene el potencial de mejorar el cumplimiento de un nivel suficiente de actividad. Por suerte, cada vez es más sencillo de realizar.

En la actualidad, la monitorización diaria de los pasos es cada vez más factible para la población general debido a la popularización de las pulseras de actividad y relojes inteligentes.

El uso de monitores de actividad que permiten un autocontrol continuo y la incorporación de objetivos sencillos muestran un efecto beneficioso en el aumento de los pasos diarios entre personas adultas.

¿Cuál es la asociación entre pasos y depresión?

Para responder a esta pregunta hemos realizado una revisión de la literatura científica en la que sintetizamos los resultados de 33 estudios con un total de 96 173 adultos de todas las edades.

Alcanzar 5 000 pasos o más por día se asoció con menos síntomas depresivos. Además, la prevalencia de la depresión fue un 42 % menor en los adultos que realizaron 7 500 pasos o más al día. En estudios longitudinales de 2 a 7 años, en los que se incluyeron a personas que al inicio no tenían depresión, se vio que aumentar 1 000 pasos al día y acumular 7 000 pasos o más cada jornada estaba asociado con un 9 % y 31 % menos de riesgo de desarrollar depresión, respectivamente.

Estos hallazgos confirman, al igual que estudios anteriores, que incluso niveles de actividad física modestos podrían ser protectores contra la depresión.

Nuestros resultados deben considerarse en el contexto de la evidencia previa con respecto a las características de la actividad física que son más beneficiosas para la prevención de la depresión. Un estudio reciente reveló que diferentes modalidades de actividad, como caminar y hacer yoga, fueron efectivas para reducir los síntomas depresivos.

Además, otras características de la actividad física como la intensidad y elementos adicionales como el entorno, la edad y el riesgo individual de padecer trastornos mentales, pueden ejercer diferentes influencias sobre los síntomas depresivos.

En conclusión, el recuento de pasos diarios podría ser una importante estrategia en la población general para promover la actividad física y contribuir en la prevención de la depresión. Según la evidencia disponible, subrayamos la necesidad de realizar más estudios longitudinales para aclarar el papel protector de los pasos diarios en la prevención de la depresión durante las edades adultas. Mientras tanto, si ha llegado hasta aquí, deje de leer y salga a dar un buen paseo.

Bruno Bizzozero Peroni, Investigador postdoctoral, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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