Antes del 2020, los trastornos mentales en niños y adolescentes ya presentaban una prevalencia alta, con un incremento de casos de autolesiones y conductas suicidas. La pandemia actuó como un "factor de estrés" adicional para una generación ya vulnerable, explican especialistas como la psicóloga clínica Irene de la Vega.

El impacto del confinamiento fue particularmente duro para los más jóvenes, quienes vieron alteradas sus rutinas y enfrentaron un aislamiento social sin precedentes. "Para los menores, la pandemia fue un trauma", señala Paula Armero, coordinadora del Comité de Salud Mental de la Asociación Española de Pediatría. La imposibilidad de ver amigos, el cierre de centros educativos y la incertidumbre generaron un aumento en las urgencias por problemas de salud mental.

En los niños más pequeños, se observaron efectos como regresión en el control de esfínteres, problemas de sueño y mayor irritabilidad. Por otro lado, los adolescentes experimentaron un incremento del 20 % al 30 % en los trastornos de la conducta alimentaria.

A pesar de las secuelas, la pandemia también puso en primer plano la importancia de la salud mental en el sistema sanitario. Como resultado, se han impulsado nuevas estrategias y recursos, incluido el primer Plan Nacional para la Prevención del Suicidio en España.

Los expertos coinciden, aunque los desafíos persisten, la mayor visibilidad y atención a la salud mental es un paso crucial para atender las necesidades de niños y adolescentes afectados por la crisis sanitaria.

Es fundamental que instituciones educativas, sanitarias y familias trabajen de manera coordinada para ofrecer el apoyo necesario y garantizar el bienestar emocional de las nuevas generaciones.