¿En qué situación estamos?
Nos hallamos ante la tradicional epidemia estacional de virus respiratorios, que nos visitan todos los años (excepto los de la pandemia) por estas fechas, aunque esta temporada se ha adelantado unas semanas y, en principio, se espera el pico en los próximos días.
La mayoría de los casos son de gripe, covid-19 y virus respiratorio sincitial (VRS), pero no es una “tripledemia” como se ha dicho en algunos medios. En realidad, es un cóctel de virus respiratorios con otros coronavirus, rinovirus, parainfluenza, pneunovirus, adenovirus… Hay cientos de virus que causan infección respiratoria. No hay más virus que antes, son los de siempre, aunque desgraciadamente esta vez añadimos a la lista la covid-19 (que por cierto, todavía no es estacional como el resto y nos “visita” varias veces al año).
Según el último informe de Sistema de Vigilancia de Infección Respiratoria Aguda (Semana 52/2023), en España la gripe circula con mayor intensidad que el resto de virus respiratorios y se asocia a tasas de incidencia en atención primaria y de hospitalización en creciente ascenso. La actividad de covid-19 y de infección por VRS tienden a la estabilización en atención primaria.
La mayoría de los casos son leves y autolimitantes que no necesitan visita médica. Independientemente del virus, los síntomas y el tratamiento son muy similares: analgésicos y antitérmicos, buena hidratación y alimentación y descanso. En casos graves con dificultad respiratoria, dolor, fiebre persistente u otras patologías, habría que acudir al médico. La situación por tanto no parece excepcional y al ser estacional era bastante previsible.
Todo esto no quiere decir que no sea importante: recordemos que cada año fallecen varios miles de personas en España por infecciones respiratorias o complicaciones asociadas. En el conjunto de las enfermedades infecciosas, las respiratorias son las que más muertes causan cada año. Por eso, en general muere más gente en invierno que en verano.
¿Funcionan las mascarillas?
Algunos afirman que no hay evidencias científicas de que las mascarillas funcionen. Una revisión sistemática sobre el uso de intervenciones físicas para reducir la expansión de los virus respiratorios llegó a la conclusión de que no había evidencia sobre su eficacia. Sin embargo, este tipo de revisiones no permiten concluir que las mascarillas no sean eficaces. Un ensayo clínico aleatorio no es la mejor forma para analizar la eficacia de las mascarillas.
Para demostrar experimentalmente su utilidad habría que tomar dos grupos de personas (numerosos y homogéneos), uno con y el otro sin mascarilla (estableciendo el mismo tipo de mascarilla, tiempo de uso…), mantener a los dos grupos en el mismo ambiente con el virus, dejar que se infecten y medir después de un tiempo de exposición el número de infectados, enfermos y fallecidos. Un experimento… imposible de hacer.
Durante la pandemia se hizo muy popular la imagen del queso suizo para explicar cómo defenderse contra un virus respiratorio y reconocer que ninguna intervención por sí sola es perfecta para prevenir la propagación del virus. Cada intervención (o capa del queso) tiene sus imperfecciones (agujeros), pero múltiples capas mejoran la probabilidad de éxito.
La mascarilla por sí sola no va a evitar que nos infectemos– solo reducirá la probabilidad–, pero si la combinamos con la higiene de manos, la distancia física, la evitación del contacto con gente si estamos infectados, la ventilación y filtración del aire, las vacunas… la probabilidad de propagar el virus y de enfermar será muchísimo menor.
Las mascarillas son una capa más del queso suizo. Es evidente que reducen la posibilidad de transmisión de un patógeno que se transmite por el aire vía aerosoles cuando hablamos, tosemos o estornudamos. ¿A alguien se le ocurriría proponer retirarlas del personal sanitario en un quirófano?
¿Deberían ser obligatorias?
Desgraciadamente, la pandemia nos dejó una tremenda politización de las medidas sanitarias. En eso no hemos mejorado: el estar a favor o en contra de las mascarillas o de las vacunas depende más del color del partido, lo que pervierte y dificulta el diálogo y el consenso en temas tan cruciales.
En una situación como la actual, con una gran circulación de virus respiratorios y un alto riesgo de infección, las mascarillas son muy recomendables, especialmente para aquellas personas con síntomas, vulnerables o que convivan con ellos. Hacer ahora obligatoria la mascarilla en los centros sanitarios significa que no hemos hecho antes la tarea. Es una medida que llega tarde, demuestra un fallo en el sistema.
Hemos perdido una oportunidad de oro para concienciar a la población sobre el uso adecuado de la mascarilla, cuándo emplearla y por qué (todavía se ve a veces gente sola en un coche con ella puesta o gente que la lleva al aire libre y que se la quita para saludar y abrazar a los conocidos). A veces es más importante el cómo se da el mensaje que el mensaje en sí. Explicar un medida tomada por consenso puede ser más eficaz que un decreto ley.
Prepararnos para la próxima temporada
Para reducir el efecto de las epidemias estacionales de virus respiratorios hay que actuar antes: prevención.
Tres ideas básicas:
Si está entre los grupos recomendados, vacúnese contra la gripe y la covid-19 en otoño.
Use mascarilla con sentido común y responsabilidad, por solidaridad, tenga buena higiene de manos y evite el contacto con gente si está infectado.
Si es posible, mejore la ventilación y calidad del aire.
Desgraciadamente, continúan los problemas estructurales, burocráticos y de gestión del sistema sanitario. Hace unas semanas se publicó la Evaluación del Desempeño del Sistema Nacional de Salud Español frente a la Pandemia de covid-19: Lecciones de y para una Pandemia. Dentro de unas pocas semanas todo esto ya no será noticia. Para evitar un nuevo colapso la próxima temporada de virus respiratorios es ahora cuando hay que preparar el sistema sanitario.
La versión original de este artículo fue publicada en el blog del autor, microBIO.
Ignacio López-Goñi, MIembro de la SEM (Sociedad Española de Microbiología) y Catedrático de Microbiología, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.