La llegada de migrantes a Ceuta, políticos que hablan de invasión, ciudadanos que expresan temor y el abrazo de Luna. La caverna acosándola hasta el extremo. El asco de siempre. El plan que dibuja la España de 2050 presentado por Pedro Sánchez, el hombre que prefiere futuro a presente. El Pablo Casado de esta semana, enfadado y señalando culpables con el dedo, como el acusica de clase.
Las criptomonedas como enésimo fueguecito tuitero. La liga del Atlético de Madrid, la jarana en los alrededores de Neptuno y la muerte de un aficionado de 14 años al chocarse con el muro de un aparcamiento. La muerte de cinco mujeres y un niño de siete años en casos de violencia de género. Esto último lo verás en los medios, pero poco.
Reaccionamos a lo insoportable poniéndonos un poco de lado. Un latiguillo, un "madre mía, qué horror", y a otra cosa. Total, ya sabemos que pasa de vez en cuando. Y si nos pilla lejos, mejor. Un señor se salta la orden de alejamiento, un señor no tolera que una mujer, concretamente la suya, tome sus propias decisiones, saque los pies del tiesto, ponga pie en pared, como ustedes quieran. A veces es un señor amable, de los que saludan, te ceden el sitio en el ascensor, miran a los niños y sueltan un "caray, qué mayores os habéis puesto". Luego, de puertas para dentro, son otro cantar.
Matan, físicamente o en vida, como Tomás Gimeno, ese hombre guapetón de "familia bien" (qué terrible expresión), que desapareció hace días con sus hijas y siguen sin dar señales. Cosas que pasan. Y a otra cosa, que vienen las vacaciones y a ver si este año, sí que sí, podemos hacer algo en condiciones.
Decía esta semana un artículo de Pilar Álvarez en El País que el confinamiento había reducido de forma considerable los asesinatos machistas en España. Cifras que no se explican precisamente por un cambio en la actitud de ellos, sino por otra de las aristas tenebrosas del encierro. Víctima y verdugo compartiendo espacio. Y mientras, el amo y señor del calvario compartiendo casa con ésa a la que nunca tiene suficientemente cerca, dominada. Él fue feliz esas semanas. Sabiendo que las salidas estaban contadas, sólo las imprescindibles. El rey de la selva más realizado que nunca.
Con la desescalada llegó el desencanto, lo de siempre. Y se sintió amenazado. El miedo de la vuelta a la nueva normalidad y ellas quitándose el corsé que las oprime, dando una voz más alta que otra cuando toca. Diciendo que no pueden más, que no nacieron para recibir violencia física o verbal. Algunas siempre callaron, como si el mero hecho de estar vivas fuera un milagro, educadas en el ver, oír y callar. Lamentándose de su mala suerte, pero poco.
Otras nunca denunciaron, escépticas ante lo que viniera después. La venganza de ellos, la inacción de las autoridades. Y así sigue el goteo, de muertas y de anestesia en nuestros cuerpos, que vuelven a reaccionar de manera casi homeopática. "Pobrecillas, qué horror, no puede ser, el Gobierno no hace nada, parecía buena persona pero se veía venir", decimos.
Mientras, las que se niegan a callarse, en los medios o en las redes, son tachadas de cenizas. "Me caes muy bien, pero mira que te pones pesada con el feminismo", insisten algunos y algunas, empeñados en eliminar cualquier matiz o disenso a su alrededor, algo que les haga pensar, mirarse al espejo y ver las grietas. Total, lo mismo nos ha pasado con las cifras de la pandemia. Son malos tiempos para los cenizos. Mientras, ellas siguen muriendo. Lo verás en los medios, pero poco.