Probablemente este artículo no le hará cambiar de opinión. Y lo entiendo. Tanto tiempo con el corsé puesto tiene estas cosas. Salir, quedar, el rollo de siempre, pero bajo el yugo de las restricciones. Son tiempos en los que los cenizos no somos bienvenidos. Es su padre, es su abuelo, es su compañero de clase o de trabajo el que puede estar en peligro, pero está hasta las narices de llevar esta vida descafeinada de sobre.
Lleva desde hace 14 meses cumpliéndolo casi todo. El encierro en casa, la vida de ahí afuera a través de una pantalla. Harto del zoom y las videollamadas, las clases online, las reuniones de trabajo arreglado de cintura para arriba, el chándal pegado al cuerpo como una segunda piel, la mascarilla como nueva extremidad. Con la sensación de que le están robando los mejores años de su vida.
Esa misma sensación la tienen los sanitarios que trabajan en hospitales, residencias de mayores, de discapacitados y de centros de salud. Llevan 14 meses, los mismos que usted, bajo presión y sin descanso. Como antes de la pandemia, pero multiplicado por mil desde marzo de 2020. Con enfermos dentro y fuera de su lugar de trabajo. Muchos de ellos también contagiados y fallecidos por culpa del virus.
Estaba bien cuando salíamos a los balcones y a las ventanas a las ocho de la tarde, ¿verdad? Mi vecina de enfrente ponía 'Resistiré' con unos altavoces enormes y los findes de semana nos regalaba un extra. Podía ser reguetón, pop o reggae. Cualquier estilo nos valía. Qué emoción, ¿eh? Pero quién lo recuerda ahora. Y encima ella, mi vecina, se ha ido del piso. ¿Lo ve? No somos más que unos cenizos.
Lo llaman fatiga pandémica porque llamarlo "el muerto al hoyo y el vivo al bollo" es algo salvaje y sobre todo mucho más largo de escribir. Los féretros, los enfermos boca abajo y entubados, las secuelas, los palos por la nariz, ya cansan. Y además llega el verano, las terrazas, la playa y los mayores que quedan entre nosotros, vacunados.
Madrid es una fiesta como lo es Barcelona, Salamanca y también Huelva. Cualquier rincón de España tiene ganas de jarana y hartazgo de mal rollo. Los muertos ya no importan porque se trata de vivir, de exprimir lo que nos queda, el carpe diem llevado al extremo desde la medianoche en la que se acabó el estado de alarma. A quién no le ha pasado, salir una noche con ganas de quemarlo y gozarlo todo.
Fue Nochevieja en mayo. Fue una fiesta mucho más placentera porque la noche del sábado daba para ir en mangas de camisa, en vestidito ligero, y no había que andar con las restricciones de otros 31 de diciembre, noches en las que se trata de ir elegante y sexy con menos de cinco grados de temperatura. ¿Lo ve? Todo son ventajas.
Se trata de ser responsables, pero ya lleva oyendo 14 meses la misma turra. Se trata de ser generosos, pero ya tenemos más que comprobado que del 'saldremos mejores' ahora se trata de 'sálvese quien pueda'. Se trata, al menos, de mostrar cierto decoro. Pero la palabra le suena a antiguo, y en todo caso se trata de fardar y mostrarlo en redes sociales, posar ante las cámaras y ante los móviles. Que todos sepan que nadie se divierte tanto como usted.
Este fin de semana volverá a hacerlo. Y mientras bebe, disfruta, lo da todo porque el mundo le hizo así y nada ni nadie le hará cambiar, las urgencias seguirán llenas. De lo de siempre y de lo de ahora. No hace falta que le diga lo que es porque lleva tiempo oyendo lo mismo, ¿verdad?
Ya dije que este artículo no le haría cambiar de opinión. Cómo somos los cenizos.