El capitalismo siempre ha hecho odas a aquellos enterradores que ayudaron a acrecentar su obra y en esas lides no ha habido glosas más floridas que las que tuvo Mijáil Gorbachov a este lado del telón de acero. La caída de la URSS y del muro tuvo una consecuencia ineludible para quien quiera aproximarse a la historia del siglo XX, la depauperación de las condiciones materiales para la clase trabajadora a un lado y otro de la línea imaginaría trazada en Berlín. No hay un personaje del siglo XX con relevancia en la Guerra Fría que pueda ser observado únicamente desde la villanía o la bonhomía, así que duden ustedes de quien solo vea una parte del fresco.
La historia de las personas que ayudaron a romper el otro lado del espejo del capital está escrita con pan de oro en las biografías de Occidente. La potencia de un relato apologético la hemos vivido en España con las figuras de Felipe González, para la izquierda, y de Juan Carlos I para el común de la ciudadanía. La potencia de un mensaje de heroicidad que oculte el trazo oscuro para elevar el claro y diáfano tiene la capacidad de vender mercancía averiada al más avezado de los comerciales. Los casos de personajes nefastos con reputaciones brillantes son múltiples y variados, quizá el más clamoroso fue el de Lech Walesa, del polaco sindicato Solidaridad, que utilizando su condición de obrero fabril y sindicalista fue vendido como un héroe contra la tiranía, pulcro y diamantado, que tizna más que el carbón cuando un lector curioso se acerca a su obra y servicio.
Mijáil Gorbachov, puede que en contra de su voluntad, al final no pudo evitar los cantos de sirenas de los halagos capitalistas incluso protagonizando un spot de Pizza Hut como corolario a su obra de destrucción de la utopía. Las hagiografías siempre se escriben borrosas, difuminando una parte importante del legado, pero los obituarios del papel de Gorbachov en el borrado del antagonismo del capital como horizonte de posibilidad para la clase trabajadora sí está escrito con letras iluminadas. Puede que ni el propio Gorbachov estuviera orgulloso del papel que le ha reservado la historia como héroe del enemigo, pero no pudo más que claudicar ante él porque su obra era demasiado enorme para ser confrontada.
Los artículos de loas y alabanzas por ser el liquidador de la URSS conviven con el hecho de que llamen dictadura al país que gobernó sin que se le llame a él dictador y se acuse al sistema de ser responsable de Chernobyl sin que se hable del papel de Gorbachov en la catástrofe. Las pinturas laudatorias de su labor tienen la suficiente finezza para ignorar lo más oscuro de su legado ensalzando la obra principal, el acceso a millones de habitantes del este al mercado capitalista y el finiquito del ogro que obligaba a otorgar un estado del bienestar potente a los que ya vivían bajo la mano invisible. Cualquier pecado se perdona con esa creación mayor.
Gorbachov fue un liquidador de URSS, pero no fue el único porque el imperio ya estaba moribundo. Puede que tuviera buenas intenciones, pero la historia no está para calificar solo los anhelos, sino también las consecuencias. Entiendo y respeto a aquellos capitalistas que admiren la obra del recién finado, tienen motivos para hacerlo, pero precisamente porque algunos sí nos acordamos de cómo Mijáil Gorbachov mandaba a ciudadanos como carne de cañón -esos sí fueron liquidadores honorables- a limpiar escotes irradiados que le proporcionarían la muerte de manera segura no podemos mirar con simpatía al mártir de la causa capitalista en la que han convertido a Gorbachov. De su labor y trabajo salieron muchos beneficiados, demasiados millonarios, nuevos sátrapas y mucho dolor en los más humildes que apenas vieron diferencia en ser gobernados bajo la hoz y el martillo o el nuevo imperio capitalista de oligarcas y espías venidos a más. Admiren su obra, también en Crimea, que estamos viviéndola.