La pasada semana se hizo viral la broma de dos "humoristas" rusos a Jose Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid. Nada novedoso perder tiempo en algo tan banal en un momento en el que lo accesorio ocupa la atención frente a lo importante. Ya nos hemos olvidado del trabajador muerto por el golpe de calor y la nula asunción de responsabilidades del alcalde por este hecho. No dijo nada porque sabe que a la opinión pública tampoco le importa poco más allá de un par de días. La broma no era más que un hecho que no habría tenido que pasar de anécdota excepto para medir la ineptitud del equipo del alcalde, y del propio alcalde, por no haber sido capaces de contrastar de manera eficiente que quien quería hablar con ellos no era Vitaly Klitschko, alcalde de Kiev.
Lo primero que trascendió de los minutos de conversación fue el momento en el que los dos propagandistas del Kremlin hablaban del mote que se le había puesto a Jose Luis Martínez Almeida. Se hizo tendencia "dickface" y las burlas y las chanzas habituales sobre el aspecto del alcalde por parte de la izquierda digitalizada corrieron como la espuma sin que hubiera ningún tipo de sanción por el comportamiento. Las posteriores declaraciones, gravísimas del alcalde, sobre la deportación de refugiados ucranianos para luchar en el frente fueron espuma sin consideración al lado de las bromas y los memes sobre el uso del mote por parte de los cómicos rusos. ¡Carapolla!, y cientos de adultos funcionales corriendo a reírse como una tropa de bullies adolescentes.
Durante mucho tiempo hemos denunciado, porque no había otra cosa que hacer si tienes algo de decencia, el proceso de deshumanización al que se vio sometido Pablo Iglesias por parte de la derecha y la extrema derecha. Los motes denigrantes sobre su aspecto físico fueron habituales, se hicieron miles de memes y descalificaciones, medios de comunicación recogían esos insultos y los hacían parte de sus textos y los líderes de sus adversarios políticos los usaban para denigrar y promover el acoso y la violencia contra el exvicepresidente. Coletas Rata, escribió Macarena Olona. El chepas, chepudo, garrapata, no hubo compasión y se generalizó el insulto, la animalización y la deshumanización del adversario como arma política con las consecuencias terribles para la convivencia que eso tiene. Pero sobre todo, para que Pablo Iglesias y su familia pudieran vivir en paz.
Los espacios de tránsito de las estrategias de deshumanización tienen un frontera tenue que la izquierda está recorriendo con facilidad para copiar las tácticas del fascismo cuando ven que han resultado efectivas. Es un error. No podemos asistir impasibles a que eso ocurra. Hay que poner pie en pared porque la izquierda tiene que ser mejor, al menos tiene que ver cómo hay resistencia en su espacio para no plagiar esta miserable herramienta de acoso contra el adversario. No podemos naturalizar que las tremendas diferencias con Martínez Almeida nos lleven a aceptar sin reaccionar que se le insulte de manera despectiva usando su aspecto físico. No es normal, y hay que arrinconar a todo aquel que use esos términos aberrantes contra el alcalde de Madrid. No se puede normalizar que eso ocurra y después hacer campaña contra la gordofobia, el acoso escolar o la importancia de no hacer body shaming. No estamos dando ejemplo.
La nueva dinámica de la política nacional tras el repliegue electoral de la izquierda no está siendo aminorar el odio entre adversarios, algo que se le presupone a la izquierda y que es su mayor valor frente a una derecha que no conoce límites. Los valores de humanismo e ilustración, que forma parte de la esencia de la cultura política progresista, impide caer en las maniobras arteras que la reacción utiliza sin complejos. Pero no, el grado de quiebra ha aumentado y la cuesta se extrema para que también la izquierda se deslice en unas estrategias tóxicas, maquiavélicas, que están dispuestas a usar la vida privada, el aspecto físico, la estética y las estrategias que ensalcen el odio al adversario para lograr sus objetivos. Cuando esa espiral se alimenta ya nadie está a salvo, ni siquiera aquellos que ocupan espacios próximos ideológicos porque acabarán siendo pasto de esa deshumanización. Está en manos de todos sancionar estos comportamientos. No miren a otro lado.