Una de las preguntas más recurrentes que nos hemos hecho quienes hemos leído sobre la historia contemporánea de Europa es cómo es posible que la barbarie triunfara y cuál fue el proceso de degradación moral que llevó a una población civilizada a deslizarse de manera dramática por la crueldad y el genocidio. La ausencia de un conflicto cerca de nuestras fronteras y con las herramientas tecnológicas del presente nos había imposibilitado comprender cuán rápido es ese proceso y cómo de sencillo es cometer y justificar el más aberrante de los crímenes cuando juega la política, el nacionalismo, los prejuicios, los dogmas y la sinrazón.
Las imágenes de civiles ajusticiados en Bucha con las manos amarradas a la espalda, una familia masacrada por querer hacer un fuego para cocinar o un hombre tiroteado por salir en bicicleta a por sustento nos ha mostrado de bruces con la sucia y concreta realidad de la guerra. Las reacciones en redes sociales a ese crimen de guerra nos acerca a la comprensión histórica de procesos pasados de degradación y aceptación de los más terribles atentados contra los derechos humanos.
No es difícil comprender cómo se dan esos procesos de aceptación y justificación de los mayores genocidios dándose una vuelta por las redes sociales y asistiendo a multitud de personas buscando alguna excusa para no aceptar que aquellos a quienes adoran, admiran e idolatran no son más que simples sanguinarios y criminales de guerra. No se comprende la justificación moral que puede motivar a alguien desde sus casas seguras y cómodas en España a buscar emponzoñar la realidad y exonerar de responsabilidad a un ejército invasor cuando tenemos ante nosotros imágenes de cadáveres civiles en una calle residencial en Bucha.
Los negacionistas de la masacre dicen tener pensamiento crítico para no creerse a los periodistas que están sobre el terreno viendo la sangre, las manos atadas a la espalda, las fosas comunes y hablando con los vecinos que les están contando lo que ocurrió en las últimas cinco semanas. El argumento es poderosamente estúpido, ya nos engañaron en el pasado, por lo que nada es verdad, nada ha ocurrido, paradójicamente ese pensamiento invalida lo que sí ha pasado y configura su propia ideología distorsionada que viven como un dogma de fe. Todo es propaganda occidental, así que para rebatirla esperan en sus redes a que el ministerio de Defensa ruso suelte la suya para conocer la verdad.
Nos mienten, claman. Lavrov lo proclama. Solo el nacionalista homófobo y reaccionario de Putin y su maquinaria a sueldo cuenta la realidad de los hechos. El pensamiento sectario funciona de manera irracional hasta el punto de ver a comunistas con la hoz y el martillo en sus perfiles defendiendo a Putin y compartiendo la bandera zarista rusa recuperada tras la caída del imperio soviético en apoyo a los invasores de un pueblo soberano como Ucrania. No es posible establecer un debate serio y adulto con quien su único conocimiento del mundo se basa en una doctrina religiosa más que ideológica.
No se puede pedir mesura y responsabilidad a un miserable que lo primero que hace al ver a un civil ejecutado es difundir información falsa para que sus asesinos se vean libres de culpa. No espero que sufran ningún tipo de remordimiento ni vergüenza por lo que han hecho, pero lo que no podrán cambiar ni negar difundiendo noticias falsas es que hace tan solo un mes en Bucha estaban paseando en bicicleta por sus calles, llevando al colegio a sus hijos, tomando un té con sus amigos o haciendo planes para las vacaciones. Donde hace solo un mes había vida, ilusiones y familias unidas hoy solo hay muerte y destrucción. Un mes después hay quien ha elegido ser cómplice de sus carniceros.