Se consumó una irresponsabilidad histórica para la izquierda. El próximo diez de noviembre tendremos que ir a elecciones sin lograr el acuerdo más progresista que la correlación de fuerzas permite. Se volverá a repartir juego sin saber qué sucederá el próximo mes que pueda dar un vuelco a esas encuestas que han cegado a Pedro Sánchez. Solo la responsabilidad de los votantes progresistas podrá evitar un desastre al volver a parar la llegada de la derecha apoyada en la extrema derecha. La ciudadanía ya dio ejemplo de compromiso con la afluencia masiva para conformar un país abierto y tolerante. Un patrimonio que Pedro Sánchez ha dinamitado por su ambición desmedida.
Unidas Podemos ha sido el único que ha buscado con insistencia la formación de un gobierno junto al PSOE. Sin confiar en él, como la historia advierte y con una actitud en ocasiones demasiado lesiva para el acuerdo. Tendrían que quitarles Twitter en periodo de negociación. Y además, ha cometido algunos errores flagrantes. El primero ha sido minusvalorar la ambición desmedida de Pedro Sánchez y la capacidad que tiene para hacer del juego político una eterna última mano de poker en la que quedarse con todo o nada. Creían que cedería, que les llamaría, que al final habría una última oferta. Y se equivocaron. No supieron reaccionar.
Unidas Podemos cometió el tremendo error a la hora de lograr su ansiado gobierno de coalición de creerse que la cabeza de Pablo Iglesias valía mucho más que una vicepresidencia y tres ministerios de un calado político medio-bajo. Posiblemente tenían razón, pero era muy inocente considerar que el primer gobierno de coalición de nuestra democracia se iba a dar con ministerios potentes y competencias relevantes. La realidad era que solo era asumible para el PSOE de la forma en que se produjo, y solo se produjo arrastrado, a regañadientes, obligado por el torpe movimiento de exigir a Pablo Iglesias que no estuviera en el Consejo de Ministros. Pero eliminada la paja. Unidas Podemos llegó al pleno con algo que después no ha logrado arrancar, su gobierno de coalición. El modo en el que la oferta del PSOE se realizó tenía que haber servido a Pablo Iglesias para darse cuenta de que esa es la única oferta de coalición que tendría sobre la mesa. Fue un error no coger lo máximo que podían sacar. Ya se han dado cuenta.
El PSOE adelantó las elecciones porque la foto de Colón le daba un relato ganador con el que poder convencer al antifascismo; patrimonializar el riesgo cierto de la llegada de los herederos de los enterradores de cunetas. Utilizaron una alerta arraigada en la conformación emocional de cualquier persona de izquierdas sin creer en ella, recurriendo a una de las cosas más sagradas en la conformación del corpus ideológico progresista: activarse ante la llegada del fascio. Y mintió a todos, no solo no le importa ni le preocupa, sino que ha dejado claro que si la situación lo requiriera volvería a llamar a los Freikorps. El único adversario irredento del PSOE es cualquier partido que se sitúe a su izquierda. Inmisericorde. A Pablo Iglesias ni agua.
Pedro Sánchez no ha llamado ni una vez desde la fallida sesión de investidura a Pablo Iglesias y solo se ha reunido cinco veces con el partido al que no ha dejado de llamar socio preferente. Se negó a reunirse con Pablo Iglesias después de que se le ofreciera en el último pleno de sesión de control al gobierno. Ha estado cuatro meses intentando quemar a su adversario en el espectro ideológico creyendo que él es ignífugo y haciéndose fuerte en el centro mientras veía la estampida hacia la extrema derecha de Ciudadanos, al que espera en Navidad para gobernar después de que la puerta haya quedado abierta tras el último viraje desesperado de Albert Rivera para achicar su sangría de votos. El plan del quintacolumnista Redondo ha funcionado. No ceder nada a Iglesias para atraer a Rivera. Los cimientos para noviembre están fraguando. Los escombros del pacto con la izquierda han quedado sepultados bajo esos cimientos.
Hay un tipo de analista orgánico que considera que la responsabilidad es compartida por todos los actores políticos en liza porque podrían haber renunciado a sus compromisos, a su programa, a las promesas a sus votantes, a sus ideas y a sus valores cediendo todo para darle a Pedro Sánchez una investidura con 123 diputados a cambio de que este les aplauda desde el escaño y agradezca su generosidad diciendo que es un gran ejercicio de estadista. Siempre tiene que haber paniaguados. No perdamos demasiado tiempo en eso.
La responsabilidad de que no haya habido gobierno es única y exclusivamente de Pedro Sánchez. Porque no lo ha querido. Porque ha insultado la inteligencia de cualquiera que quisiera oirle. Porque ha despreciado a los socios que le dieron la victoria en la moción de censura. Porque es el presidente español que más rápido ha sido abducido por el síndrome de Moncloa. Pero la culpa, ese elemento judeocristiano de flagelación autoinfligida, es de Pablo Iglesias. Pablo es culpable. Cometió un grave error de diagnosis. No supo ver que Pedro Sánchez solo se conforma quedándose con todo. No comparte. Y le da igual si se lleva por delante la ilusión y la esperanza de miles de ciudadanos. O él o el caos.