Tengo cita en mi centro de salud a las 9:44. La pedí hace tres semanas y llego puntual con la esperanza de que la doctora tenga la capacidad de atenderme a la hora fijada. Si ocurre, que por mí no sea. Pregunto en la pecera por la sala porque esta doctora no me ha atendido nunca, la anterior, mi doctora de toda la vida, no lo soportó más y se fue. Madrid es donde Aguirre vendió la propaganda de la libre elección, pero no podemos elegir porque ahora mismo no tenemos más que una doctora para 30.000 pacientes. Mi centro de salud es el de Castilla la Nueva en Fuenlabrada. Me mudé a otro barrio, pero sigo manteniendo mi centro de referencia como cordón umbilical a mis calles de toda la vida. Conozco bien la degradación a la que tiene sometida Isabel Díaz Ayuso la atención primaria en general y a este centro de salud en particular, me encontré a la antigua directora en la manifestación de apoyo a Mar Noguerol y me dijo que la intención de Ayuso es mantener el centro de salud abierto, pero sin médicos, ya casi lo ha logrado. Es agosto, pero no quedan doctoras.
Me siento en la sala fría de aspecto pero caliente de temperatura, más de 29 grados marca el pequeño termómetro que llevo desde que se aprobó el decreto de ahorro energético, es verano y el centro de salud está casi vacío. Porque no hay médicos. La segunda planta del ambulatorio solo tiene a cinco personas esperando en la sala 22 donde a esa hora aguarda la única doctora de todo el edificio. En la planta baja hay alguna cola en extracciones y enfermería, pero es extraño el silencio. El centro de salud da servicio a una población de renta baja, así que es prescindible mantener los servicios públicos con un mínimo de calidad para ellos.
Saco un libro de de Diego Sánchez Ancochea titulado 'El coste de la desigualdad' y empiezo a leer. El azar me lleva a un pasaje sobre la situación en Latinoamérica en el siglo XX que subrayo: "La inversión pública social se mantuvo por debajo del 2 por ciento del PIB en todos los países latinoamericanos, y pocos Gobiernos se mostraban preocupados por ello: Unos beneficios sociales bajos implicaban impuestos bajos, precisamente lo que las élites querían". Tuerzo el gesto mientras asiento con la cabeza y vuelvo a leer el subtítulo del libro en la portada: 'Lecciones y advertencias de América Latina para el mundo'. Escucho murmullo en la sala, lleva mucho tiempo sin abrirse la puerta de la doctora.
Las preguntas de los pacientes que llegan son recurrentes y sonarán a todos los que han tenido que estar en la sala de espera de un centro de salud público: "¿Por qué hora va?", "¿Qué hora tiene usted?", "Ya va con media hora de retraso". Y quejas vacías, la mayoría nunca bien dirigidas. Sí, Ayuso es la responsable de todo, como si mandara en toda España, dice una mujer rolliza con la permanente en el pelo respondiendo a su hija que le señala con precisión de quién es la gestión. Una paciente con problemas en las piernas en la espalda por los gestos y sus muecas al tocarse lee 'Un lugar seguro', de Isaac Rosa y pregunta mucho a cada paciente que llega por la hora a la que tiene cita. Ella es de las que ha venido con mucho tiempo y cada vez que viene alguien espera a que tenga una cita posterior. Una mujer enjuta con alopecia y piernas nerviosas acaricia una carpetita azul con su nombre escrito donde se adivinan cientos de pruebas, diagnósticos y tratamientos para el mal que le haya tocado padecer. Es imposible no sentir conmiseración por cada historia detrás de los ojos cansados que te acompañan en la sala de espera.
Hay pequeños ruidos de quejas, suspiros y miradas al techo que ponen banda sonora y acompañamiento a la espera. Motivos recurrentes a la costumbre de esperar en la clase trabajadora que se soportan con estoicidad. El reloj marca las 10:00 desde que llegué como símbolo perpetuo de la laxitud con la que el tiempo importa aquí, se pierde, está presente, casi se palpa, pero no importa porque sabes que es lo que más vas a gastar sin importar cuál es tu circunstancia. Son las 10:15, entra un hombre de más de 70 años que había advertido que tenía hora a las 9:10. Se cierra la puerta. Seguimos esperando porque la doctora se toma su tiempo con los pacientes, los trata con humanidad y los escucha. La puerta se abre con prisa y la doctora sale corriendo de repente dejando la puerta abierta y al paciente dentro de la consulta. "Voy a una urgencia", acierta a decirnos mientras corre a la planta de abajo. Es la única doctora del centro y pese a que no hay urgencias estas no saben de protocolo institucional cuando sucede algo grave. La sala de espera se queda en silencio de nuevo aceptando con paciencia la nueva realidad. Son las 10:30 y la sala de espera recibe alguna nueva visita más que pregunta por la doctora y por la hora del último que tiene pasar. Son las 10:45 y una mujer se levanta y se va. Son las 11:10 y otra mujer se levanta y se va mirando con prisa el reloj. La única manera de lograr una consulta médica es no tener nada que hacer, ni trabajar ni tener a nadie a quien cuidar. Quienes tienen obligaciones no pueden esperar tanto, es un tiempo muerto que sabes que no recuperarás y solo la urgencia de la consulta te hace esperar. Llega una ambulancia, se lleva a un hombre de más de 80 años con oxígeno y el gesto triste. La doctora sube las escaleras mirando al suelo y con un caminar cansado. Nadie le mete prisa al verla pasar entre los esperantes. Son las 11:15 y cierra nuevamente la puerta de la consulta que aún tenía dentro al paciente de las 9:10.
Apunto notas. Sigo esperando. Lleno el cuaderno. La doctora abre la puerta y empieza a cantar los nombres de los próximos en entrar. Sientes alivio cuando te toca. Se cierra la puerta y vuelve el silencio. Entro a las 11:50 a la consulta, dos horas después de la cita que había fechado hace tres semanas. Voy con prisa para no gastar demasiado tiempo y que la espera de los que aún están sentados fuera sea menor. La doctora se disculpa conmigo por la tardanza, por haber tardado más de dos horas en atenderme sobre la cita. No le dejo ni continuar. Encima se disculpa conmigo, con nosotros, cuando somos nosotros la que tenemos que pedirle disculpas por hacer que trabaje en esas condiciones sin quemar nada. Es una heroína de la clase obrera, una heroína para la clase obrera. Gracias doctora, no tiene por qué aguantar y sin embargo lo hace a pesar del maltrato.