La víctima con la más empaticéis, con la que más cercanía sintáis, aquella que afecta a la causa que ideológicamente más os vincule, no siempre tiene razón, y por encima de todo, su emoción no puede ser causa de ordenamiento colectivo. Ese mínimo democrático parece que desaparece cuando nos enfrentamos al dolor de una víctima que exige para paliar su legítimo dolor medidas de todo punto inaceptable. Ninguna víctima puede exigir para soportar su carga que se eliminen otros derechos fundamentales, ya no de su victimario, que tampoco, sino del resto de ciudadanos que no tienen responsabilidad sobre su drama.
Los argumentos que se esgrimen para justificar el secuestro y la censura de 'El odio' de Luisgé Martín pasan por decir que como lo ha pedido la víctima ya no hay más posibilidad de debate y hay que cumplir su voluntad sin importar cuántas y qué derechos fundamentales se violan con su exigencia, a explicar que como hay expertas que consideran que el libro, que no han leído, supone una revictimización es preceptivo prohibir su publicación. Los que pretenden cancelar el debate en base a semejantes argumentos olvidan que existen derechos fundamentales igualmente relevantes que también es importante proteger, no ya por Luisgé Martin, sino por toda la ciudadanía y las implicaciones que tendría conceder a una víctima el derecho de censura previa a aquello que considera que no es aceptable publicar, emitir o decir
No hay nada que me interese más como periodista, escritor y lector, que el mal en su esencia más destilada. No tiene nada que ver con el sadismo, el sensacionalismo o una curiosidad mal entendida, sino por una incomprensión emocional y profunda sobre qué puede llevar a alguien a convertirse en un criminal o torturador. Mi máxima aspiración es hablar, entrevistar y comprender lo que movía a Billy el Niño a torturar con sadismo a cientos de personas. Qué sentía, qué le motivaba, cómo el odio ideológico era un motor que le permitía sentir placer en generar dolor a los demás, o si simplemente era un ejercicio mecánico.
No voy a decir aquí cuál es mi manera de proceder con las víctimas de cualquier evento cuando por mi trabajo hago algún texto que tiene relación con su dolor porque ese egotrip es tan obsceno como lo que algunos pretenden denunciar con la polémica sobre el libro de Luisgé Martín. Esa es una relación íntima. Hace tiempo que me importa muy poco la opinión sobre mi persona de quien no conoce lo más mínimo sobre mi manera de actuar. Juzgad lo que consideréis si os hace pensar que sois mejor persona. Porque todo se pretende reducir a un debate moralista en el que si consideras que la censura previa es inaceptable te conviertes en un monstruo sádico que ignoras el dolor de Ruth Ortiz. Sigan por ese camino, que uno de los elementos que está provocando la contrarreacción es precisamente ese virus moralista que impide comprender que existen motivaciones intelectuales profundas para oponerse a medidas de este tipo que trascienden la condición de 'señoro' como argumento para invalidar a cualquiera que tiene el valor para expresarse en libertad en un debate sobre creación literaria solo porque está atravesado por otros condicionantes de género, sociales, o de clase. Poner el dolor de la víctima por encima de muchos otros derechos fundamentales es un error basado en el esencialismo de creer que hay causas que están por encima del resto de derechos con los que se entra en colisión. Pero se llega al paroxismo cuando se concede esa facultad solo a un tipo de víctimas por encima de otras.
Todas merecen consideración, apoyo, soporte legal y acompañamiento, todas sin excepción, pero no se puede conceder a las víctimas de violencia machista, en cualquiera de sus formas, un poder por encima del resto de víctimas para decidir qué se puede publicar y en qué forma porque se contraviene otro derecho fundamental. Si se decide que una víctima de violencia machista puede decidir sobre la censura previa de un libro tendremos que extender ese derecho a las víctimas de ETA y que prohíban que se haga un documental sobre Josu Ternera porque escucharle mientras no se arrepiente revictimiza a las familias de quien asesinó su organización. No hay sufrimientos de segunda categoría.
No hay víctimas o familiares que no sufran o sientan dolor cuando sucede algo que les remueve los recuerdos e ignorar ese dolor cuando se entra en el mundo de la creación literaria es una decisión ética del autor que hay que valorar leyendo el libro y siendo crítico o ignorando el proceder para no leerlo, pero en ningún caso censurar o secuestrar la publicación. No se asusten cuando lean que cualquier autor tiene derecho incluso a empatizar con un criminal abyecto si es el enfoque que quiere darle porque considera que es la mejor manera de comprender como el mal habita en las mentes más mediocres y anodinas. No sería mi decisión, pero sí lo será defender el derecho de cualquier autor a elegir el modo en el que quiere hacerlo. Y esto, lo crean o no, es una defensa también de los derechos de quien considera aceptable la censura previa.