Las elecciones las ha ganado la reacción al 'Que te vote Txapote'. Si no fuera porque Consuelo Ordoñezha pedido que deje de usarse ese lema infecto, la izquierda pediría que los ultras siguieran gritándolo porque es un factor de movilización que nadie dentro del espectro progresista hubiera podido activar por sus propios medios. El insulto no iba hacia Pedro Sánchez, sino hacia todos aquellos españoles de izquierdas que votaron al presidente o que formaban parte de ese conglomerado de partidos incluidos en la gobernabilidad de España. Los votantes progresistas son muchos más y mejores que Txapote y son más de 11 millones. Son mayoría y cada grito, insulto y descalificación es un aldabonazo al orgullo progresista que acaba ejerciendo de muro antifascista ante la ignominia y la miseria del discurso de la derecha y su socio ultra.
El monstruo del grito de Txapote desencadenado puede devorar a Feijóo. La disputa en la derecha se abre y deja de estar soterrada. El liderazgo en el PP está cuestionado desde las bases en el mismo momento en el que la salida de Feijóo al balcón de Génova es acompañado de proclamas y un coro de alabanzas en torno a Isabel Díaz Ayuso. No se puede liberar al Kraken y después atarlo y sostenerlo, eso lo saben bien los independentistas que han sufrido el mismo mal. El análisis de la campaña del PP apostaba por integrar a la extrema derecha, asimilarla y naturalizarla para que formara parte de la gobernabilidad del país del mismo modo que hizo en los gobiernos de las comunidades autónomas. El diagnóstico que hicieron es que España tenía la misma imagen de Pedro Sánchez y sus socios que latía en las columnas de sus siervos mediáticos alimentándose de su propio ego sin mirar de manera profunda la sociología de la izquierda. El odio irracional que sienten contra la izquierda les nubló la razón hasta hacerles creer que toda su radicalidad ultra y bilis mostrada no provocarían un efecto reactivo en el electorado progresista.
La derecha ha construido una caricatura de Pedro Sánchez y sus socios. Su problema es que se han creído esa imagen fantasmal y pensaban que los electores de izquierdas estarían asustados por ese espectro. La soberbia en política suele ser reventada en las urnas por quienes sin tener voz en la opinión publicada esperan silentes a cobrarse el desprecio con orgullo. España es plural. El gobierno que mejor representa España es el que cuenta con todos esos partidos que algunos desprecian, humillan e insultan. El PSOE tiene que abrazar esa pluralidad y no renegar de esos pactos continuando en la línea de pacificación y fraternidad con los partidos independentistas. En el electorado progresista, guste o no a la derecha, no están mal vistos los pactos con Bildu porque se valora mucho más su compromiso social que una parodia filoetarra en la que nadie cree. Oskar Matute es considerado "uno di noi", y quien no sepa verlo tiene una percepción analítica hemiplégica. El PSOE tiene que leer a sus electores, no los editoriales reaccionarios ni matinales ultras.
No hay que engañarse. El gobierno de coalición progresista sale malherido para seguir avanzando en derechos por la vía de la izquierda. La nueva configuración otorga a la derecha nacionalista de Junts la clave de bóveda sobre la que se sustente la viabilidad del ejecutivo. Es probable que Carles Puigdemont asuma que no puede votar para dar aire al PP y VOX y evitar la investidura de Pedro Sánchez, pero después hay que gobernar. El riesgo para la investidura puede venir del diagnóstico que hagan los independentistas de su nefasto resultado electoral. En el momento de menor tensión con el gobierno de España han reducido su resultado de manera dramática pasando de 1,7 millones a 900.000 votos. Si en el nacionalismo catalán más irredento llegan a la conclusión de que el apaciguamiento de las pulsiones más esencialistas es el responsable del mal resultado solo cabe concluir que buscarán una nueva época de más confrontación en la que la cuestión nacional ocupará la agenda. El resultado de las elecciones del 23J, una vez pasada la inflamación por el rechazo mayoritario a la alianza ultra, dejan un panorama muy complicado.
La izquierda diversa ha parado el golpe posfascista pero no puede bajar la activación y actitud mostrada en la última semana de campaña porque la repetición de elecciones es un horizonte que no se puede perder de vista. Los partidos del gobierno de coalición han encontrado un punto dulce de colaboración que no deben abandonar y aprender de los errores para seguir avanzando. Sumar comenzó la campaña de manera dubitativa cuando en un momento de polarización extrema jugó la baza de salirse del barro y centrarse en propuestas de difícil explicación, un error que supo enjugar en el mismo momento que metió en campaña a Marcial Dorado y optó por la confrontación directa con la extrema derecha. La suma de esas dos vías de discurso hacen que la izquierda poscomunista encuentre su camino. Es necesaria una izquierda combativa que confronte con la extrema derecha a través de la propuestas pero sin equivocar el enemigo y saber que el nuevo tiempo implica una colaboración necesaria con el PSOE. El ruido, en Sumar, contra los fascistas