La cabeza ladeada, una media sonrisa llena de cinismo y una actitud chulesca, déspota y llena de soberbia. La posición corporal y el lenguaje no verbal que transmitió Isabel Díaz Ayuso en el debate es la mejor definición de la política del PP en 25 años. La sublimación del darwinismo social que representan las políticas de sálvese quien pueda y la riqueza como bien supremo del colectivo que el Aguirrismo ha representado y que Ayuso es su lógica continuación. La moral del espectador definirá quién ha ganado el debate, quien tenga unos valores de sensibilidad y compasión, de empatía y respeto al prójimo puede creer de manera ilusoria que una actitud tan despreciable como la que mostró Ayuso la hizo perder el debate. Craso error, ese desprecio y altivez que lleva a llamar mantenidos a quien pide alimentos en una cola y se niega a disculparse por ello es un valor que suma en el votante al que se dirige Isabel Díaz Ayuso.
Ayuso ganó el debate precisamente por eso. Porque no se disculpó por despreciar a quien peor lo pasa y se defendió de ser la comunidad autónoma con más muertes sin saber si quiera cuántos madrileños han muerto con una sonrisa cínica y ladeando la cabeza mientras oía los datos del drama sin mostrar un mínimo de compasión. Ganó porque mostró de forma implacable su frialdad ante el drama ajeno. Porque los consideran escoria, porque incluso al intentar explicarse y justificarse llamó subvencionados a los que no tienen para comer. No puede ser admiradora de la labor de Margaret Thatcher y pupila de Esperanza Aguirre sin ser un témpano de hielo que se burla con sus gestos de quien más lo necesita. El votante de la derecha en Madrid cree que esa falta de empatía con las rémoras sociales que son los pedigüeños es un valor fundamental. Por eso ganó. Por eso va a ganar las elecciones.
Madrid es un ecosistema especial en el que las virtudes supremas son las actitudes y compromisos del capitalismo salvaje y del liberalismo ultramontano. Un ambiente en el que llega arriba el que más amigos tiene y mejor riega sus relaciones y que desprecia el conocimiento, el esfuerzo y el mérito y la cultura. Una sociedad en la que solo importa tener herencia, familia y amigos y que ahoga a los que quieren sacar la cabeza desde abajo. Un hábitat que penaliza a la clase obrera que intenta progresar sorteando a través de la educación los múltiples obstáculos que los necios que tienen el poder les ponen para evitar que combatan en condiciones de igualdad con ellos y haya que medirse los méritos. Un club privado de unas élites a los que regalan los máster y los títulos de derecho y que se reparten el poder estrechando lazos en salas con derecho de admisión. Madrid es un casino elitista donde se juegan nuestras vidas a la ruleta mediocres que solo tienen como mérito saber trepar. El sueño aspiracional de las medianías, y en Madrid hay muchos.
El debate no cambiará los resultados de forma sustancial. No importa quién creas que ha estado mejor, los sesgos influyen mucho en la percepción que existe sobre el ganador de un debate en el que prima la polarización de un sistema de bloques que impide la menor filtración de un votante de un bloque a otro. La suerte de las elecciones está echada y se lleva jugando en los minutos de televisión y las portadas de los diarios que han decidido hace mucho que la derecha no puede perder Madrid porque son miles de millones en juego en movimiento entre las élites. Los nadie, los de abajo, los mantenidos, pueden mirar el debate y al ver cómo les insultan mover la cabeza y despotricar contra la pantalla. Pero el 4 de mayo pueden intentar darles un susto, de su papeleta depende cambiar un destino fijado desde las poderes empresariales y mediáticos para su futuro y cambiar el rictus de esas sonrisas cínicas y despreciativas.