Se llaman liberales, pero podemos llamarles gorrones. En las teorías de la acción colectiva estos individuos están bien identificados, son aquellos que se benefician de un bien colectivo sin aportar al esfuerzo común por egoísmo. La salud pública es quizás uno de los problemas más paradigmáticos de la importancia de la acción colectiva, en la que incluso los más liberales tendrían que estar de acuerdo en la importancia del Estado para proteger unos servicios que el mercado no puedo proveer. Pero en estas circunstancias, en las que hasta la doctrina más anarcoliberal asume la necesidad del intervencionismo para proteger un bien común, aparece el pensamiento arraigado de los gorrones. Los free-rider, así son llamados los gorrones en estas teorías, llevan implantada su doctrina individualista de tal manera que seguirán actuando con los mismos parámetros y parasitando y boicoteando cualquier esfuerzo del colectivo.
En esta pandemia se han visto muchos comportamientos y apelaciones a la responsabilidad individual sin valorar la multitud de gorrones que el comportamiento neoliberal, arraigado en las derechas, lastra. No se puede apelar a la responsabilidad individual habiendo gorrones que se aprovechan de que la mayoría se pone mascarilla y respeta las normas de seguridad sanitarias para incumplir todas las normas y poner en riesgo el esfuerzo colectivo. Estos gorrones, asociados a un pensamiento doctrinario liberal y privilegiado, se aprovechan de que la mayoría de los jóvenes no pueden salir de fiesta y respetan escrupulosamente las normas para mejorar la curva de la pandemia y hacer una fiesta de cumpleaños en casa de mamá. Como es el ejemplo de la hija de Arancha de Benito y Jose María Gutierrez 'Guti'.
Las subidas y bajadas de la curva apelando a la responsabilidad individual son una lucha constante entre los responsables y los gorrones. Los niños pijos del colegio mayor Galileo Galilei volvieron a realizar una fiesta echando por la borda el trabajo de todos aquellos estudiantes que llevan meses sin poder dar clase en condiciones y que no tienen el colchón del dinero de papá para permitirse alargar más una situación insostenible para un estudiante de clase obrera.
Los gorrones son antivacunas, o al menos esperan a que te la pongas tú. No porque crean que es poco segura, sino porque están acostumbrados a vivir del esfuerzo ajeno. Son conscientes de que con una vacunación del 70% de la población la pandemia estará superada. Prefieren ser ese 30% que recupere la normalidad sin haber aportado nada al colectivo, ser esa minoría que pueda quitarse la mascarilla gracias a los voluntarios que sí arriesgaron su integridad por el bien común y a ese 70% que harán posible vencer al virus. Los gorrones no arriesgan ni dan nada al colectivo, vampirizan su esfuerzo.
Los gorrones no pagan impuestos, no porque no necesiten las calles, el alumbrado, una sanidad pública que cuide a sus empleados o una policía que aporte seguridad y certidumbre a las condiciones para realizar su negocio. No pagan, ni quieren impuestos, porque saben que habrá una inmensa mayoría de ciudadanos que cumplan con su obligación cívica de pagarlos y dotarán de recursos suficientes a los servicios públicos y así disfrutarlos gorroneándonos al resto.
Los gorrones no votan para el establecimiento de nuevos derechos sociales que podrán disfrutar a pesar del lastre que supone su reacción, por eso votan en contra de la eutanasia. Esa estrategia gorrona les permite quedar bien ante su electorado sabiendo que la ley saldrá adelante y así tener un derecho más. Todo son ventajas en el pensamiento mágico del liberal español. Un gorrón sabe que gracias a los que luchan por los servicios públicos y el bien común tendrá una vida mejor sin aportar nada al colectivo. No quieren al Estado pero son rémoras del trabajo del intervencionista. Un liberal vive del marxista. Un gorrón.