La extrema derecha y sus portavoces mediáticos han fijado su estrategia. Hay que intentar que las amenazas terroristas a los políticos de izquierda sean vistas con descrédito. Poner en duda su existencia primero, culpabilizar a la víctima después y por último acusarles de utilizar las amenazas en beneficio propio. El último episodio, uno de los más bochornosos, se dio con la portada de El Mundo para culpar a Reyes Maroto por mostrar la amenaza de un "esquizofrénico". Late una pulsión oscura en su línea editorial y en los mensajes públicos de la derecha política, la izquierda se merece un escarmiento. Aunque sea con balas, también con las balas.
El discurso está definido. Despreciar las amenazas terroristas y de muerte y poner en duda la condición de víctima del amenazado haciendo creer que ninguno corre peligro porque el que envió una de las misivas tiene problemas mentales. Como si tener esa condición librara de poder cometer actos criminales a una persona. Como si una persona fuera menos víctima de una amenaza terrorista y del miedo e incertidumbre que eso provoca en su vida porque conozca que el perseguidor sufre una enfermedad. Los atentados de las últimas décadas están llenos de terroristas con problemas mentales de diversa índole. Sus asesinados no han recuperado la vida por ese motivo, ni sus familiares lloran menos su duelo al saber que el terrorista no tenía un pleno control de sus facultades mentales. El dolor y el crimen no desaparecen. Las víctimas no dejan de serlo.
El discurso de odio y la sensación de emergencia y peligro que transmite en los ciudadanos es mayor cuando el individuo es más sensible y susceptible de ser influido por mensajes alarmistas que se dirigen a colectivos vulnerables y se considera al adversario político como un animal sin derechos. Esa sensibilidad se puede dar por multitud de circunstancias, un odio ideologizado bien estructurado, ignorancia y miedo, o también por problemas mentales que dificulten el raciocinio. El hombre que mandó la navaja ensangrentada a Reyes Maroto era un seguidor de VOX que replicaba el discurso de odio del partido en sus mensajes y misivas. Ese es el peligro de las soflamas incendiarias, que pueden calar y hacer actuar a los más influenciables. La investigadora de la universidad de Georgia en materia terrorista, Sophia Moskalenko, descubrió que un gran porcentaje de los seguidores de la teoría conspirativa de QAnon sufría de algún tipo de trastorno mental, y el 68% de los detenidos por el asalto al capitolio habían sido diagnosticados de alguna enfermedad mental. El riesgo para la víctima no es menor por la existencia de ningún problema mental, no es mayor, pero en ningún caso menor.
La diputada laborista Jo Cox fue asesinada por Thomas Mair, un supremacista blanco seguidor de la Alianza Nacional, un partido neonazi norteamericano. Mair se vio embaucado por el discurso brexiter de los Nigel Farage y Boris Johnson. El odio le caló. Thomas Mair tenía problemas mentales, pero cogió un arma y asesino a Jo Cox. Tobias Rathjen asesinó a nueve personas en Hanau en febrero de 2020 por motivaciones racistas. Se encontró un manifiesto supremacista después de encontrarle muerto en su apartamento en el que mostraba un odio furibundo a extranjeros y personas blancas. Asesinó a nueve personas influido por un discurso de odio y además fue diagnosticado de "psicosis esquizofrénica, con tintes paranoicos" en el año 2002. Los problemas mentales son un atenuante en un juicio, pero no impiden llevar a cabo crímenes de odio y no eximen a las víctimas de serlo.
La amenaza con dos balas a Isabel Díaz Ayuso sí la lleva en portada el diario de Francisco Rosell. El director más servil y sensacionalista que jamás ha tenido la cabecera que se inventó una conspiración durante el 11M con Pedro J.Ramírez. El nivel estaba subterráneo y Rosell se ha tomado en serio excavar aún más. Un día después de que El Mundo ignorara en su portada la existencia de la amenaza terrorista contra Pablo Iglesias, Fernando Grande Marlaska y María Gámez escribió un editorial en el que culpaba a Pablo Iglesias de ser responsable de las amenazas que había recibido. El Mundo no ha dejado de cruzar líneas rojas ni de convertirse en un peligro para la seguridad de los ciudadanos contrarios a su línea editorial. Banalizar las amenazas de muerte y culpar a la víctima como ha hecho el fascismo y sus medios afines desata la barbarie y pone en la diana a cualquiera. Jamás se hubieran atrevido si el destinatario de la carta con cuatro balas hubiera sido una víctima de ETA. Nunca les ha importado el terrorismo, ni la vida, solo el poder que ahora ocupa la izquierda. Que escarmienten.