El fascismo siempre opera sobreactuado. Es el histrión de la política. Su narrativa es una constante y agresiva apelación emocional. Su esencia no es más que un intento constante y perpetuo por apelar a la fe como motor del odio. Viktor Klemperer ponía en boca de su amiga Elsa, imbuida por el lenguaje del enemigo, la forma concreta con la que actuaba el mecanismo de conversión: "¡Tienen que aprender a pensar como yo, tienen que leer a Goethe como si fuese la biblia, tienen que ser alemanes fanáticos!"
No son pocas las veces que los observadores que asistíamos a la historia como espectadores de sus documentos veíamos las fotografías que Heinrich Hoffman le hacía Hitler con una mueca de burla por las poses exageradas del dictador, o nos asombraba cómo era posible que Mussolini fuera tomado en serio por Italia con sus poses y gestos bufos y excesivos. La herencia ridícula e hipercongestionada en gestos del fascismo alcanzaba a uno de los ideólogos del fascismo español, Ernesto Giménez Caballero, que resultaba un payaso hiperbólico hasta para los contemporáneos. Los mirábamos con ojos descontextualizados, algo normal cuando se observa desde el futuro, pero me invade la sensación desasosegante de estar haciendo lo mismo desde el presente.
Escuchar y leer los análisis sobre la sobreactuación de Macarena Olona, algo innegable, para a renglón seguido categorizar que eso le costará votos es muy arriesgado porque funciona bajo el prisma de análisis del pasado, cuando la política se desarrollaba en términos distintos y, sobre todo, dejando de lado la especificidad emocional del posfascismo. Cualquier persona con empatía habría encontrado en el tono, el mensaje y la forma de Macarena Olona en el debate rasgos de crueldad y matices de psicopatía. Al escuchar su voz taimada, pausada, cruel y firme la ubicábamos encarnada en figuras del pasado en aquellos momentos de la historia en los que tocaba actuar sin piedad y ajusticiando con saña. Por eso produce rechazo si no se odia. Porque Macarena Olona seduce al odio, seduce a quien odia.
El fascismo no actúa en términos racionales, sino sensitivos, apelando a la víscera, al miedo y a las pulsiones primitivas. El mensaje y el tono de Olona buscan conectar con quien ansía revancha. Tiene como objetivo activar mecanismo de venganza. Convencer a aquellos que rechinan los dientes y advierten a gentes de izquierdas, gays y lesbianas o feministas con una proclama que a quien me lea les sonará familiar. Os vais a enterar cuando gane VOX, os queda poco. No definen para qué queda poco ni cómo se va a concretar esa amenaza, pero buscan a alguien que sea capaz de hacer concreta esa advertencia funesta. Olona pulsa ese sentimiento de odio y se dirige a ellos con un mensaje que solo es desencriptado por quienes odian. Yo seré capaz de vengarme por ti, por todos esos años en los que callaste, por esos años en los que no pudiste dejar que el odio cabalgue desbocado. Yo soy quien te devolveré a ese lugar del que nadie tiene derecho a despojarte.
Valorar el efecto en el electorado del histrionismo de Macarena Olona solo es posible poniéndose en el lugar de alguien con un rencor malsano que le está devorando por dentro. Pensando en esas personas que llevan tiempo mascando la ira y que buscan un representante público con capacidad para represaliar al objeto de su odio, para darnos un merecido a quienes somos la concreción física de su aversión. Solo entonces podremos valorar si Macarena Olona es efectiva o no, solo si consideramos si la trepa alicantina es capaz de ser la mujer ejecutora que canalice la aversión de los fascistas de nuestro país. Si creen que Macarena Olona sería capaz de llevar a cabo tal desempeño podremos valorar si se equivocó en el debate. Para el elector que odia, Olona es perfecta.