Pablo Casado tiene un problema. Tiene muchos, pero uno es el que desemboca en el resto y es que nadie le respeta en su espectro ideológico. En el contrario tampoco, que no es poca cosa, pero es un problema dramático cuando su opinión es ninguneada por los suyos y acaba transmitiendo una sensación de urgencia atribulada por intentar hacerse valer. En el seno del PP su liderazgo es despreciado por las baronías que tienen un poco de fuerza y solo su núcleo más cercano atiende a su opinión. Ninguno de los grandes líderes autonómicos acudieron a la llamada de Colón para estar junto al líder del PP compartiendo el riesgo del desgaste. Solo fue Ayuso, postulándose como líder alternativa y cuestionando de manera abierta al jefe del partido negándose a rectificar sus declaraciones sobre el rey.
Hubo un tiempo en que lo que el líder conservador decía o la postura que marcaba era seguida con fervor castrense por sus correligionarios y la sociedad civil que el espectro de la representación de la derecha tenía en una propiedad casi exclusiva. El bloque reaccionario trascendía al partido y era cohesionado. En fila de a uno detrás del líder del PP porque eran conscientes de que en el gobierno o en la oposición habría un día que repartiría juego, poder y réditos económicos desde la presidencia del gobierno. Con Pablo Casado eso no sucede. Ninguno de los grupos de presión conservadores de la sociedad han mostrado un apoyo cerrado a las posiciones de Pablo Casado en lo que respecta a los indultos. Ni la patronal ni la conferencia episcopal le quedan.
La mayor debilidad de Pablo Casado es que los suyos le están dejando ser líder para que se queme mientras no sea posible tener el poder y cuando se acerque la oportunidad empezar a despellejarlo como solo saben en las internas de la derecha. Algo se huele el líder del PP cuando agacha los ojillos pidiendo algo de comprensión en sus intervenciones o cuando se le ve azorado por preguntas incómodas de los tiempos pasados. El pobre Casado está suplicando que alguien le respete. Ha intentado incluso presentarse como víctima del terrorismo del CDR porque un propio buscó su nombre en Google. A ver si dando pena lo logra.
Czeslaw Milosz abre su libro 'La mente cautiva' con una cita de un viejo judío de la Galitizia que puede servir a Pablo Casado para cuando tenga que labrar su epitafio político y comprender por qué se quemó de manera tan precipitada: "Si dos se discuten, y uno de ellos tiene honestamente el 55% de razón, eso está muy bien y no hay motivo para pelearse. ¿Y si tiene el 60% de razón? ¡Esto es fantástico, es una gran suerte y debería dar gracias a Dios! ¿Y qué diríamos si tuviera el 75% de razón? La gente sabia diría que esto es muy sospechoso. ¿Y si fuera el 100%? Quien diga que tiene el 100% de razón es una mala bestia, un saqueador repugnante, el mayor de los canallas."
Pablo Casado transita por la vida pública como un pollo sin cabeza corriendo de un lado a otro, gritando a cada medida del gobierno a rebufo de la extrema derecha. Esa inconsistencia no ayuda a que alguien le tenga en cuenta. Ha llegado el último a presentar un recurso contra los indultos porque siempre va con prisas detrás de las decisiones de VOX. Ha clamado contra cada decisión de un gobierno al que llama socialcomunista y se ha quedado sin fuerzas cuando han llegado los indultos. Pablo Casado gastó todos los insultos, calificativos y verborrea en el primer momento de la legislatura al conformarse el gobierno, no puede llamar nada más grave que felón a un presidente sin perder la compostura. Aquella inflamación de vena le ha dejado sin aire con la que henchir los pulmones y levantar la voz cuando llega el momento culminante. Casado nunca ha dejado espacio para la duda o el entendimiento, sus posiciones son siempre de máximos, grandilocuentes. Fracasa porque la razón no puede estar siempre vociferando de su lado, porque nadie respeta a un soberbio que siempre pierde.