Cumbre comunista. Se reúnen Yolanda Díaz y el papa Francisco. La hoz y la mitra se unen en conjunción satánica. El maligno gana fuerza, las trompetas del Apocalipsis braman. La papolatría de la derecha española se acabó con Ratzinger, no soportan al cura villero porque les pone frente al espejo simplemente dando preferencia a la doctrina social de la iglesia. Es comprensible, porque es cierto que si hay algo salvable en el catolicismo es la cultura de los curas obreros. Aquellos que consideran que el pueblo es soberano y aspiran a no vivir de él, sino con él. Ganándose el pan con el sudor de su frente e instalándose en Vallecas, en El Pozo del Tío Raimundo o en las villas miseria. Y sí, siendo comunistas, como Mariano Gamo o el Padre Llanos, que se dieron cuenta que no hay nada más próximo al mandato de dios en la tierra que seguir la doctrina de otro barbudo llamado Karl.
Pero no hay que perder la perspectiva. No me gusta nada que la izquierda ande de compadreo con el cabeza de una institución que es aún base fundamental de la represión cultural de la mujer al situarla en situación de inferioridad frente al hombre. Por mucho papa enrollao que sea y siendo consciente de que la religión en términos culturales atraviesa la emoción y la vida cotidiana de mucha gente de bien susceptible de apoyar a un proyecto de progreso. No me gusta porque la institución de la Iglesia tiene aún mucho poder en la educación y se aleja la posibilidad de cortar sus tentáculos en las escuelas cuando se ve a quien aspira a liderar un proyecto de izquierdas compartir salón. Porque toda visita tiene sus contraprestaciones y la educación es la joya del Vaticano.
La visita de Yolanda Díaz al Papa Francisco sirve para volver a mostrar el sectarismo de la reacción española. Tiene un valor estratégico indudable y proporciona un avance enorme en la intención del yolandismo de crear un proyecto más transversal que no apele solo a las bases de la cultura de la izquierda histórica. Un avance en una dirección que a muchos nos crea suspicacias, pero va quedando claro que es el trayecto que Yolanda Díaz y su equipo quieren transitar. Para que haya frente amplio hay que ceder en algo, pero comprenderlo no tiene que hacer que te guste. En esta ocasión, con este papa, tienen fácil mostrar guiños a una tradición histórica de curas rojos que en la periferia de Madrid hemos visto con cariño y respeto. Pero no siempre la derecha lo pondrá tan sencillo para evitar críticas entre los suyos transitando estas aguas. Hay que reconocer que la reacción conservadora se lo ha puesto fácil esta vez.
La derecha española y la iglesia han estado siempre vinculados cuando los obispos eran firmantes de carta de adhesión al alzamiento y eran el brazo espiritual y educativo del franquismo. Cuando se han servido unos a otros. Pero hubo tiempos en los que no fue así, sobre todo por curillas a los que han considerado chusma. Como Mariano Gamo, al que metieron varias veces en la cárcel por vivir como sus feligreses de Moratalaz y hacer de su iglesia una asociación vecinal donde la gente no solo departía de dios, sino también de estafas inmobiliarias o conflictos laborales. Porque la derecha es de la Iglesia cuando la Iglesia es de la derecha, por eso para ellos Jorge Mario Bergoglio es un okupa en el vaticano, no porque no sea el enviado de dios en la tierra, sino porque no sirve a sus intereses políticos y mundanos con un discurso de compasión y justicia social que no hace subir las bolsas. Por eso cuando aparece el cura villero que sigue la doctrina del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y se atreve a recibir a la comunista Yolanda Díaz late en la derecha española aquella pulsión funeraria que gritaba al Cardenal Tarancón: ¡Al paredón!